miércoles, 1 de octubre de 2014

EL HIJO DEL CONSTANTINO.



No sé muy bien quién era y a qué se dedicaba “el Constantino”. Sólo sé que era un señor al que mi padre tenía que visitar por motivos de trabajo de vez en cuando.
Lo que sí ha quedado grabado en mi memoria es el peculiar sentido del juego que tenía el hijo de este señor. Según contaba mi padre, el niño en cuestión tenía como diversión  y pasatiempo la costumbre de lanzar una piedra al aire para acto seguido intentar rematarla de cabeza. Cuando al fin triunfaba y lograba conectar un certero testarazo su gesto no era el de gozo y satisfacción de los grandes cabeceadores, ya sea al modo de Zarra y la furia española o al más moderno y ágil de Santillana sino el natural de llanto intenso debido al daño autoinfligido.
Si ya la peculiar hazaña del hijo del Constantino resulta notable y digna de atención, lo más llamativo era que, en su caso, tras la recuperación del daño físico volvía a insistir en la misma táctica de juego, lanzando la piedra al aire una segunda e incluso una tercera vez.
Constantino, el padre, se lamentaba ante el pertinaz comportamiento de su hijo y con desesperación pero a su vez con indudable lucidez exclamaba : “¡este hijo mío es tonto!”.
El padre, en su turbación era incapaz de apreciar la evolución que el ser humano experimentaba en su hijo, pues de ser un animal que tropezaba dos veces en la misma piedra había pasado a ser un animal que remataba dos, tres o las veces que fueran necesarias un pedrusco, sin que le bastara la primera experiencia.
Me temo que en algunos de nuestros comportamientos y actitudes no estamos muy lejos del hijo del Constantino.

( 1934-2014. Clave para iniciados ).

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