lunes, 16 de marzo de 2015

RUSOS CALVOS Y RUSOS NO CALVOS.


Hace unos cuantos años, leyendo en el periódico un artículo del que no recuerdo ni autor ni tema, sí que retuve del mismo una observación curiosa, a saber:
En Rusia, desde los tiempos de la revolución bolchevique de 1917 siempre se repite con exactitud sorprendente un hecho: a un dirigente calvo le sucede  un dirigente con pelo.
Si damos un rápido repaso a los máximos dirigentes que se han ido sucediendo en Rusia desde la Revolución de Octubre nos encontramos con que el primer gran dirigente tras el triunfo de dicha revolución fue Lenin, hombre calvo.

LENIN.


Lenin, hombre de delicada salud, falleció en 1924 y fue sucedido por Stalin, líder suspicaz, receloso, que lució hasta el final una cabellera bastante abundante.

STALIN.


Tras el fallecimiento de Stalin en 1953 se impuso como máximo dirigente el atrabilario y excéntrico Nikita Jrushov, de menguada cabellera.

JRUSHOV.


En 1964 una revolución palaciega acabó con el poder de Jrushov, si bien se le respetó la vida ( gran progreso ). El nuevo hombre fuerte fue un dirigente gris, de grandes cejas y abundante pelo, Leonid Brézhnev.

BRÉZHNEV.


Al fallecer Brézhnez fue sucedido en el máximo poder por Yuri Andropov, hombre con poco cabello y que permaneció poco tiempo en el poder pues pronto cayó enfermo.

ANDROPOV.
CHERNENKO.


A la muerte de Andropov, su sucesor, Konstantin Chernenko, lució abundante pelo pero también la muerte acabó pronto con su poder, siendo sustituido por Mijail Gorbachov, que ni qué decir tiene, era calvo como una bola de billar.

GORBACHOV.
YELTSIN.


Con Gorbachov desapareció la Unión Soviética pero no el destino capilar de los dirigentes rusos. El nuevo hombre fuerte de Rusia, Boris Yeltsin, tuvo abundante pelo. Tras su retirada ocupó el poder Vladimir Putin, hijo de Putin, su padre, y hombre de tan poco pelo como escrúpulos.

PUTIN.



La prohibición constitucional de un tercer mandato presidencial consecutivo obligó a Putin a dejar la presidencia en manos de un testaferro, Dmitri Medvédev, que por supuesto tenía pelo. Acabado el periodo presidencial de Medvedev, volvió Putin a la presidencia sin que en el espacio en el que no ocupó dicho cargo le creciera el pelo, si bien se lo ha hecho caer a mucha gente.
MEDVÉDEV.
De todo lo anterior no creo que nadie pueda sostener de manera racional la existencia de una ley científica que marque, de manera inexorable los destinos de los distintos dirigentes que se han ido sucediendo en el gobierno de todas las Rusias. La sensatez nos debe llevar a pensar que en los avatares de la historia rusa desde 1917 hasta nuestros días hay más casualidad que causalidad.
Desde los griegos hasta hoy día en cualquier terreno de conocimiento el estudioso se ha afanado por tratar de encontrar causas que sirvan para explicar los hechos, y de este modo, evitar que lo que vemos sea un simple caos de sucesos y acontecimientos. Cuando de algo hemos podido dar causa, nos hemos sentido satisfechos. Cuando de algo no hemos encontrado explicación nos hemos sentido inquietos.

KERENSKY.


Con todo, la alternativa capilar de los dirigentes rusos nos debiera llevar a prestar atención a una cuestión ante la que no siempre estamos atentos: a veces una teoría se atiene con exactitud a los hechos que observamos sin que la misma tenga el menor rigor científico. En la anterior historieta el carácter burdo de cualquier intento de hacer pasar la misma por una ley de la historia resulta clamoroso pero cabría preguntar cuántas teorías damos por verdaderas sin que  lo único que tengan de cierto sea un ajuste casual a los hechos observados. ( Antes de la actual crisis económica, tras años de crecimiento, muchos expertos sostenían de manera categórica que en la actual etapa del capitalismo ya habían desaparecido los ciclos económicos ).

EL ZAR NICOLÁS II.


Por cierto, antes de Lenin estaba Kerensky, que tenía pelo, y antes de Kerensky el principe Lvov, hombre de no mucho pelo pero de luengas barbas.
Con anterioridad al príncipe Lvov Nicolás II  regía como zar desde su autocracia los destinos de todas las Rusias. Tenía pelo, pero se le cayó. Así es el destino de la Historia, aunque  León Trotski le podría haber dicho lo mismo que le espetó a Kerensky, es decir, que había sido arrojado al basurero de la historia.





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