domingo, 31 de mayo de 2015

EL PELMA.

Lo peor de un pelma no consiste en la cantidad de tonterías que pueda proferir sino en la perversa dependencia que, a veces, crea en sus críticos, de tal manera que estos, de manera inadvertida, pueden transitar desde la crítica justa a las necedades que el pelma destila hacia la necesidad de que tales necedades se profieran para poder ser criticadas.
Cuando esto último se produce, el pelma nos ha vencido, no por convencimiento sino por sometimiento. De espectadores incrédulos de sus tonterías hemos pasado a ser ávidos expectantes de su próxima estupidez, de tal manera que si esta no se materializa, nos sentimos defraudados, como el público al que no se le da lo que se prometía cuando compró su entrada.
El pelma no nos puede convencer con las armas de la crítica pero nos puede vencer con las de la drogadicción que, sin advertirlo, toda tontería  acaba imponiendo.

El peligro radica en que, aún despreciando a la persona, nos acabe dominando su personaje.

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