Hace
pocos días, escuchando un programa de radio mientras me encontraba al volante
de mi vehículo, me llamó la atención el entusiasmo que uno de los participantes
mostraba a la hora de defender la importancia de fomentar las actividades del
voluntariado, especialmente entre los jóvenes.
Tras
ponderar con todas sus fuerzas las virtudes que para los jóvenes reportan las
actividades del voluntariado, el entusiasta defensor del mismo no dudó en
afirmar que el voluntariado debiera ser algo obligatorio. Nadie en el programa,
ni el presentador ni los otros participantes, sintió la necesidad de hacerle
notar a quien así hablaba que acababa de decir una estulticia. Se podría, con
educación y diplomacia, haberle hecho ver que lo que proponía era
intrínsecamente absurdo, que proponer un voluntariado
obligatorio era un caso clásico y típico de contradicción. Nada. Nadie se
sintió afectado por tamaño ataque a la lógica.
Probablemente
el defensor del voluntariado obligatorio
no reparó en lo absurdo de su propuesta porque se fijó más en la nobleza de las
actividades desplegadas por los voluntarios que en la manera en que dichas
actividades se realizan. No se percató, arrastrado por su entusiasmo, de que un
acto voluntario no puede ser obligatorio por definición.
Cierto
es que se han dado casos en la historia de voluntarios
obligatorios, como ocurrió en la Guerra Civil española con los voluntarios
fascistas italianos que apoyaron al bando nacional, la mayoría de los cuales
acudieron al conflicto de manera obligatoria. Nuestro entusiasta defensor del
voluntariado no estaba pensando en este ejemplo con toda seguridad.
En
mi experiencia personal yo también he participado en alguna ocasión en
actividades voluntariamente obligatorias
o obligatoriamente voluntarias.
Recuerdo que en los años en que, por razones de estudios, debía solicitar cada
año prórroga para incorporarme al Servicio Militar, figuraba entre los trámites
el abono de una pequeña aportación monetaria de carácter voluntario para
atender a huérfanos de militares. La aportación era voluntaria pero si el
solicitante, en este caso yo, no la aportaba, corría el riesgo de que no le fuera
tramitada la prórroga, teniendo por consiguiente que interrumpir sus estudios.
El
defensor del voluntariado obligatorio
no ignoraba que su propuesta era contradictoria. Simplemente no había prestado
atención a la semántica dejándose llevar por su vehemente convencimiento.
Ocasiones hay en que nos inclinamos más al énfasis que al significado,
destrozando la semántica en aras de la convicción.
Nuestro
radiofónico participante actuaba movido por nobles sentimientos. También han
incurrido en el mismo defecto personas no guiadas por intenciones tan sanas. En
1976, tras el golpe de estado que instauró en Argentina la criminal dictadura
militar que durante siete años dominó al país, Jorge Rafael Videla, presidente
de la junta militar y de la República, no dudó en afirmar que el objetivo del
movimiento militar, denominado Proceso de
Reorganización Nacional, no era otro
que el de imprimir a la República Argentina un giro de 360 grados. El énfasis,
una vez más, atropelló al significado, pues literalmente, un giro de 360 grados
hace que estemos en la misma situación que al principio, y para eso no hace
falta proceso ni movimiento alguno.
Las
instituciones locales tampoco han sido ajenas a ese sacrificio del significado
en el altar del gesto. Hace años se solía convocar un día sin coches, en el que
se invitaba a los conductores a dejar sus vehículos aparcados y a desplazarse
en transporte colectivo por la ciudad. Como quiera que la convocatoria no
tuviera éxito, las autoridades resolvieron el asunto con eficacia suma,
prohibiendo el acceso a ciertas calles de los vehículos privados, para a
continuación manifestar sin el menor rubor que la convocatoria había constituido
un éxito. Ciertamente tales convocatorias eran seguidas con el entusiasmo
propio de toda persona que no quiere ser multada.
El
ejemplo históricamente más relevante de contradicción en la expresión es el de Iglesia Católica Romana. Como es de
sobra sabido, " católico " significa "universal". Añadir a
la palabra "Universal" la palabra "Romano" es tanto como
emparentar universal con local. No sé si fue Chesterton quien dijo que Católico Romano era como decir universal particularizado.
Las
palabras tienen significado. Si no respetamos la semántica, movidos por
ideales, no lograremos que dichos ideales se abran paso con más eficacia, pues
los apoyaremos en la confusión. Nunca la convicción debe rebasar a la claridad.
La convicción que una persona tenga, si no quiere que quede reducida a su fuero
interno, si quiere que sea compartida, deberá ser argumentada. Un argumento
debe tener coherencia ( sintaxis ), pero la coherencia no debe nunca imponerse
sobre el significado ( semántica ).
Las
cosas significan lo que significan. Un voluntariado
obligatorio será posible el día en que un círculo pueda ser cuadrado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario