Los
impuestos indirectos comparten con las multas el hecho de no actuar sobre las
rentas de los contribuyentes o de los infractores.
La
misma será la multa por exceso de velocidad, ya seas millonario o estés a dos
velas. Lo mismo ocurre con los impuestos especiales, como los que afectan al
alcohol, el tabaco o las bebidas azucaradas.
Los
impuestos directos, como el de la renta, deberían en principio ser progresivos
y estar en función de la capacidad económica de los afectados pero todo el
mundo sabe que no es así y que existen colectivos y sociedades con gran
capacidad para eludirlos. El impuesto sobre la renta, gran idea de las sociedades
avanzadas, tiende a convertirse en un impuesto sobre las rentas de trabajo. Los
que con más justicia cumplen son los asalariados, bien controlados por Hacienda
a través de las nóminas.
La
última pirueta para hacer pasar como más justos a algunos impuestos indirectos
es la "moralización" de los mismos, es decir, la conversión de
algunos de ellos en impuestos sobre los vicios o impuestos sobre el pecado.
Dado que fumar mata , beber coca cola engorda y emborracharse no es muy
elegante, que paguen estos viciosos el déficit de ingresos del estado.
Hay
excepciones: emborracharse con cerveza parece que no está mal, aunque dicen que
la cerveza engorda, y emborracharse con vino parece que es hacer patria.
La
medida del gobierno es inteligente: todo el mundo habla de los vicios y nadie
habla de redistribución de la renta.
El
éxito de la "moralización" de la política y la economía está
asegurado.
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