lunes, 26 de junio de 2017

MI CARNÉ Y "LA GALLEGA".

La mayoría de edad, 18 años, da derecho a votar y, lo que es más importante, da derecho a sacarse el carné (lo escribo tal como manda la Real Academia) de conducir.
Sin más mérito que haber nacido antes gano a los nuevos mayores de edad en lo que a votar se refiere, pues lo he hecho desde el 6 de diciembre de 1978, cuando se aprobó la Constitución, y he participado en las elecciones generales de 1979, 1982, referéndum de la Otan en 1986, generales del mismo año, 1989, 1993, 1996, 2000, 2004, 2008, 2011, 2015 y 2016. Dejo de lado las distintas elecciones locales, autonómicas y europeas.
En lo que también gano a los jóvenes es en el carné de conducir, y no porque yo lo tenga de mucho antes (1979) sino por la persona que me dio el aprobado.
En aquellos años el examen se realizaba en Carabanchel, cerca de la vía Carpetana. Recuerdo que había un bar que tenía un letrero como reclamo: "si quieres aprobar, toma tila en este bar".
El examen práctico, una vez superada la fase de maniobras, tenía la de circulación. Había una examinadora que tenía fama de "hueso", hasta tal punto que los instructores de la autoescuela procuraban que no nos tocara con ella. Era conocida como "la gallega". Por supuesto, me tocó "la gallega". Por supuesto me suspendió. Dijo que no había mirado lo suficiente al retrovisor.
Pasados no sé si quince días, volví a presentarme al examen, con tal suerte que me volví a encontrar con mi simpática examinadora. Mi instructor trató de tranquilizarme diciéndome que, en principio, a los examinadores no les gustaba suspender muchas veces a la misma persona. Me puse al volante, miré al retrovisor con insistencia y traté de conducir como mejor sabía hasta que "la gallega" me dijo que detuviera el vehículo. A continuación se dirigió a mí diciendo: "está usted aprobado pero conduce usted fatal".
No sé qué fue lo que no le gustó de mi conducción, pues no recuerdo haber cometido ningún error, pero en todo caso, tenía ya en mi poder un carné y no uno cualquiera, uno otorgado, con todas las reticencias que se quieran, por "la gallega".

Mi carné, por tanto, vale más. 

miércoles, 14 de junio de 2017

¡INSURRECTO!

Hay palabras sonoras, contundentes, que aun sin saber lo que significan, te llevan a pensar que se refieren a algo importante.
Una de esas palabras es "insurrecto". Se la oí por primera vez a mi abuelo paterno, al que llamábamos "el yayo", en Barcelona.
Era el yayo hombre de pocas palabras, elegante con su bastón, que agitaba amenazadoramente cada vez que un conductor no respetaba el paso de cebra. Lo vi pocas veces, más que viejo avejentado por un corazón enfermo.
Los últimos años solía pasar las horas ante el televisor, que para él constituía novedad.



Lo recuerdo casi siempre callado pero con frecuencia una imagen de la televisión hacía que se levantara indignado. Ocurría cada vez que aparecía Franco, ya sea recibiendo en audiencia a alguna comisión, practicando pesca o presidiendo algún desfile. Cuando esto ocurría, y ocurría no pocas veces, invariablemente se levantaba, se dirigía hacia el televisor y decía en voz alta:"¡Insurrecto!". tras lo cual se marchaba del salón.
No era el yayo hombre de ideas revolucionarias, ni mucho menos. Probablemente fuera más bien hombre de orden, eso sí, de un orden desaparecido al que seguía siendo fiel.
La tradición comunista ha tenido su escuela de comentadores. También el anarquismo, el socialismo, no digamos ya los distintos nacionalismos. El republicanismo en sí no ha tenido la misma suerte.
Recientemente el descubrimiento de grandes periodistas y escritores como Chaves Nogales ha reparado en algo ese olvido pero hoy día no hay herederos.
"¡Insurrecto!" pronunciado por mi abuelo era una protesta ante quien para él no había respetado un juramento. No era un llamamiento a la insurrección sino una queja por la misma.

Lealtad a algo ya desaparecido. 

sábado, 10 de junio de 2017

¿DIOS ES AMOR?

Recuerdo que mi primera actuación en público fue durante unas navidades. Se me encomendó un texto que debía memorizar y declamar en la iglesia. Aun para los cinco años que yo debía de tener por entonces el texto no me pareció que ofreciera dificultades excesivas.
Según se me dijo, a una señal convenida, yo debía subir no sé si al altar o escenario y pronunciar la siguiente afirmación, con voz clara y sin titubeos: ¡Dios es amor!. Mientras esperaba el momento de mi estelar actuación me iba repitiendo para mí mismo "Dios es amor, Dios es amor, Dios es amor....". Parece que el texto, no excesivamente complejo en verdad, lo pronuncié sin vacilaciones ni errores. Recibí un premio por tan brillante actuación pues fui obsequiado con una armónica.
No sé a día de hoy muy bien quién es Dios o qué es Dios. Lo que sí sé es que quienes bajo distintas confesiones lo invocan para atentar contra niños inocentes, gente que simplemente quiere divertirse o personas que tienen la fatalidad de cruzarse en el camino de sus designios criminales, puede que crean que creen en Dios pero desde luego en lo que no creen es en el amor.
Más les valiera a esas personas que no existiera el Dios al que invocan, pues de existir, no serían perdonadas jamás.

Quizá ese Dios del amor se refiera a la generosidad de quien con las solas fuerzas de un patín fue capaz de hacer frente al odio. Se ha mencionado, y con razón, su valentía. Yo creo que también es un gesto de amor infinito, un acto divino.

miércoles, 7 de junio de 2017

¿INDEPENDENCIA?

Ya se sabe que el castigo más severo que los dioses pueden infligirnos es el de que todos nuestros deseos se cumplan.
Si después de tanto empeño los independentistas catalanes (minoría activa en medio de una mayoría envuelta en la espiral del silencio) alcanzaran su deseo de constituir una República Catalana, más pronto que tarde se darían cuenta de que en vez de separarse de "Madrid", abstracción de "España", se han separado en realidad de Fraga y Vinaroz, localidades próximas y hermanas.
En vez de "independencia", que debiera aludir a libertad, habrán logrado enclaustramiento y empequeñecimiento.
Pasada la ebriedad de su logro, verán que sus hospitales y escuelas no cumplen su labor mejor, puede que incluso peor, si cabe.
En vez de una fiesta discutida, como el 12 de octubre, celebrarán otra, quizá el 11 de septiembre o el nuevo día que señale su liberación. Marcarán el paso ante su presidente no sé si con un nuevo ejército pero sí con sus Mossos.
Cuando surjan protestas estos mismos Mossos sacudirán con su conocida contundencia, pero la población liberada puede que por un momento se sienta feliz de que le peguen los suyos en vez de los de fuera (el mundo de las perversiones sexuales es amplio y diverso).
Durante un tiempo habrá polémica acerca de dónde debe jugar el Barça. Del Espanyol nadie se ocupará (periquitos, sois insignificantes hasta para eso).
¿Tienen la culpa los fanáticos? No. A un enfermo no se le puede culpar.
Sí que tienen responsabilidad los ignorantes, porque la ignorancia sí es culpable. Los que confunden la guerra de Sucesión con una guerra de secesión. Los que, por increíble que parezca, confunden la Guerra Civil con una guerra entre Cataluña y España.
Lo peor, los que olvidan que el progreso discurre de la tribu a la aldea, de la aldea a la ciudad y de la ciudad al mundo.
Cómo una causa tan reaccionaria puede ser vista como algo avanzado es un misterio ante el cual el de la Santísima Trinidad palidece por excesivamente simple.

Mientras tanto, tranquilo, Don Mariano. Puede estar años ante tanta estulticia como tiene enfrente.

lunes, 5 de junio de 2017

EL CATEDRÁTICO Y SUS DIFICULTADES.

Me parece que fue en el tercer curso de carrera. El catedrático encargado de impartirnos la asignatura de Ontología (qué cosa sea esa no lo voy a explicar) se dirigió a nosotros y en lugar de la esperada presentación, saludo o cualquiera de las fórmulas habituales en estos casos pronunció un "disculpen ustedes" tras lo cual a continuación extrajo de su boca la dentadura postiza que usaba y la depositó sobre su mesa. Como toda explicación se permitió un conato de gracia: "tengo dificultades odontológicas, que no ontológicas".
No era aquel señor el único ser excéntrico con el que topé en la facultad aunque puede que fuera el que con su actuación me provocara mayor repugnancia.
Estábamos ya en tercer curso, era tarde para cambiar de carrera y no me quedó más alternativa que proseguir unos estudios de filosofía para los que en lo más íntimo de mi ser siempre he pensado que no estaba dotado.
La filosofía es para mentes poderosas y la mía es curiosa, pero poderosa no lo sé.

Quizá tendría que haberme decantado por la odontología.