miércoles, 14 de junio de 2017

¡INSURRECTO!

Hay palabras sonoras, contundentes, que aun sin saber lo que significan, te llevan a pensar que se refieren a algo importante.
Una de esas palabras es "insurrecto". Se la oí por primera vez a mi abuelo paterno, al que llamábamos "el yayo", en Barcelona.
Era el yayo hombre de pocas palabras, elegante con su bastón, que agitaba amenazadoramente cada vez que un conductor no respetaba el paso de cebra. Lo vi pocas veces, más que viejo avejentado por un corazón enfermo.
Los últimos años solía pasar las horas ante el televisor, que para él constituía novedad.



Lo recuerdo casi siempre callado pero con frecuencia una imagen de la televisión hacía que se levantara indignado. Ocurría cada vez que aparecía Franco, ya sea recibiendo en audiencia a alguna comisión, practicando pesca o presidiendo algún desfile. Cuando esto ocurría, y ocurría no pocas veces, invariablemente se levantaba, se dirigía hacia el televisor y decía en voz alta:"¡Insurrecto!". tras lo cual se marchaba del salón.
No era el yayo hombre de ideas revolucionarias, ni mucho menos. Probablemente fuera más bien hombre de orden, eso sí, de un orden desaparecido al que seguía siendo fiel.
La tradición comunista ha tenido su escuela de comentadores. También el anarquismo, el socialismo, no digamos ya los distintos nacionalismos. El republicanismo en sí no ha tenido la misma suerte.
Recientemente el descubrimiento de grandes periodistas y escritores como Chaves Nogales ha reparado en algo ese olvido pero hoy día no hay herederos.
"¡Insurrecto!" pronunciado por mi abuelo era una protesta ante quien para él no había respetado un juramento. No era un llamamiento a la insurrección sino una queja por la misma.

Lealtad a algo ya desaparecido. 

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