Recuerdo
que mi primera actuación en público fue durante unas navidades. Se me encomendó
un texto que debía memorizar y declamar en la iglesia. Aun para los cinco años
que yo debía de tener por entonces el texto no me pareció que ofreciera
dificultades excesivas.
Según
se me dijo, a una señal convenida, yo debía subir no sé si al altar o escenario
y pronunciar la siguiente afirmación, con voz clara y sin titubeos: ¡Dios es
amor!. Mientras esperaba el momento de mi estelar actuación me iba repitiendo
para mí mismo "Dios es amor, Dios es amor, Dios es amor....". Parece
que el texto, no excesivamente complejo en verdad, lo pronuncié sin
vacilaciones ni errores. Recibí un premio por tan brillante actuación pues fui
obsequiado con una armónica.
No
sé a día de hoy muy bien quién es Dios o qué es Dios. Lo que sí sé es que
quienes bajo distintas confesiones lo invocan para atentar contra niños
inocentes, gente que simplemente quiere divertirse o personas que tienen la
fatalidad de cruzarse en el camino de sus designios criminales, puede que crean
que creen en Dios pero desde luego en lo que no creen es en el amor.
Más
les valiera a esas personas que no existiera el Dios al que invocan, pues de
existir, no serían perdonadas jamás.
Quizá
ese Dios del amor se refiera a la generosidad de quien con las solas fuerzas de
un patín fue capaz de hacer frente al odio. Se ha mencionado, y con razón, su
valentía. Yo creo que también es un gesto de amor infinito, un acto divino.
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