domingo, 10 de diciembre de 2017

EL PELIGRO DE LOS PELMAS.

Todos hemos tenido que convivir con pelmas.  La experiencia suele tener unas características comunes: en un principio conocemos a alguien del que, poco a poco, vamos observando que tiene unos rasgos que nos lo muestran como pesado, chiflado u obseso. Al principio procuramos soportar la convivencia con nuestro conocido pero poco a poco se nos muestra como insoportable y procuramos huir. Hasta ahí, el hecho no tiene especial relevancia. Esperamos que diga su tontería o efectúe su comportamiento estrafalario y después criticamos con severidad su proceder.
Lo malo viene cuando, sin apenas darnos cuenta, el pelma nos "vampiriza". De intentar huir pasamos casi a desear que diga una tontería o cometa una estupidez para poder criticarlo. Hemos pasado de censurarlo a desear que actúe según su costumbre, de tal manera que el día en que se comporta de forma razonable, lejos de alabarlo, nos sentimos defraudados.
En mis años jóvenes, durante un viaje de fin de estudios a París y Londres, tuvimos que convivir con un pelma que pasó de ser objeto de nuestra aversión a objeto de nuestra diversión. Deseábamos que hiciera y dijera las tonterías a que nos tenía acostumbrados para, de ese modo, mejor burlarnos de él.
Este hombre fue objeto de una cruel broma por mi parte, sólo explicable por la inconsciencia juvenil que entonces me dominaba: en un paseo por Londres, aprovechando la facilidad que siempre he tenido para hablar sin que se sepa si lo hago en serio o en broma, conseguí convencer a mi compañero, hombre limpio y pulcro por demás, de que olía a sudor. Mis palabras, ratificadas por quienes me rodeaban, hicieron que el chico abandonara el paseo, se fuera al hotel y se duchara a conciencia. Cuando llegamos, el olor a jabón era perceptible en toda la planta.
Nunca me he perdonado aquel pecado de juventud, que en su momento dio lugar a prolongadas chanzas.
Voy a procurar que los pelmas no me vampiricen y por ello, voy a procurar, desde hoy, no volver a hablar de Puigdemont, pues me estoy dando cuenta que el personaje está consiguiendo que en vez de criticarle por lo que a mi juicio merece, esté deseando que cometa una estupidez para poder criticarlo.

La mejor defensa contra los pelmas es criticarlos, pero no desear que sigan con su actuación. De lo contrario, habrán conseguido su propósito: que estemos deseando que actúen. Sería su triunfo y nuestra derrota: hacer de ellos actores y de nosotros espectadores, olvidando que son políticos y nosotros críticos.

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