Gabriel
Rufián (nombre no merecido y sin apellido pues en lugar de tal tiene un
adjetivo calificativo) se ha permitido atacar a Josep Borrell.
Las
diferencias en lo que respecta a inteligencia, cultura y talento son tan
notorias que hacen que el envite del primero produzca más risa que enfado. Me
recuerda a aquel momento de los años sesenta en que Albania retó militarmente a
la URSS.
Con
todo, la falta de inteligencia de Rufián, más que debilitar a su adversario, lo
fortifica. Hace años que los socialistas catalanes perdieron el sentido de la
geometría y se adentraron en los vericuetos de las transversalidades de todo
tipo. El resultado a la vista está.
Josep
Borrell, mente geométrica donde las haya y amante de la línea recta, nunca
encontró el apoyo sincero de su partido, que no lo supo utilizar y que nunca lo
apreció.
Sigue
sin hacerlo. Cosecha el aplauso de quienes nunca lo votarán y es ignorado por
quienes quizá podrían hacerlo.
La
invectiva del triunfador de la redes no ha hecho más que situar en primer plano
a quien suele acertar en sus análisis y ocultar de paso las equivocaciones y
erráticas posiciones de los que oficialmente dirigen el partido de Borrell.
Una
vez más queda demostrado que el llamado "estilo Rufián" no es tal
estilo sino la cifra de sus deficiencias.
Rufián
es un deficiente en su sentido más técnico: dícese de quien tiene profundas
carencias.
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