martes, 12 de diciembre de 2017

VISIONES DEL INFIERNO.

Cuando era pequeño conocí a un pastor protestante de Pensilvania que tenía una visión del Cielo muy peculiar. Según él contaba, el Paraíso se lo imaginaba como un lugar lleno de cascadas de Coca-cola. A mí, que me gustaba, y mucho, la Coca-cola, tal visión me reforzaba en el empeño de seguir siendo el niño bueno que todo el mundo afirmaba que yo era para, de ese modo, garantizarme el premio eterno en el Paraíso.
Ahora que ya no soy niño y puede que no sea bueno, tal visión no me refuerza para mejorar mis acciones en este mundo. No tengo un idea cierta del Paraíso pero, por el contrario, sí que soy capaz de imaginarme el infierno.
Para mí el infierno se me presenta bajo el aspecto de una reunión de evaluación sin fin. Creo que podría soportar las llamas pero una reunión de evaluación que no tuviera término sí que conseguiría, de creer en ella, que me esforzara con la mayor de mis energías para no ser merecedor de tal condena.
Sólo hay algo que me produce más terror: una reunión de claustro que no tuviera fin.

Un infierno que consistiera en escuchar para toda la Eternidad las canciones de Julio Iglesias no me lo imagino pues por implacable que sea la justicia divina, su bondad no lo hace concebible.

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