domingo, 18 de febrero de 2018

EL RETRATO Y LA FOTOGRAFÍA.

¿Es cierto aquello que se dice sobre los relojes parados, que dan dos veces al día la hora exacta?

En un uso coloquial se entiende lo que la  broma quiere mostrar: la poca exactitud que muestran los relojes, sobre todo los que han de ser reanimados con cuerda o los que se alimentan con pilas.
Ahora, cuando toda una nueva generación se ha acostumbrado a consultar la hora en el teléfono móvil, vamos camino de que esa broma pierda su sentido y día llegará en que a los niños les resulte tan arcana la interpretación del sentido de las agujas del reloj como  a mí entender cómo se halla el peso en una romana.

Si del ámbito coloquial pasamos al terreno más estricto de lo que es el tiempo, tendremos que decir que un reloj parado no da la hora exacta dos veces al día, al contrario, no la da nunca.
El tiempo está formado de instantes, pero los instantes también fluyen, son temporales. Un instante no es un punto detenido en el tiempo. Si así fuera, la suma de instantes no podría dar como resultado una realidad temporal.
Una fotografía es estática. La rápida sucesión de fotografías estáticas produce la ilusión de movimiento. Esa es la base del engaño a los sentidos que supone la invención del cinematógrafo.
El tiempo es consuntivo. Realizar una fotografía es un intento de captar un momento de una vida que nunca se detiene. El precio que hay que pagar es el de captar la imagen pero perder la sucesión, el transcurso.
La fotografía muestra sin grandes reflexiones pero con la contundencia del gesto el anhelo de inmortalidad y la imposibilidad de la misma. Vivir es envejecer. No envejece el que no vive. Las personas que murieron jóvenes nunca envejecen, pues su imagen queda congelada en algún instante de su juventud, conservándose en la memoria de quienes las conocieron con la lozanía perenne pero engañosa de una vida truncada.
Es la misma sensación que experimentó aquel escalador que camino de la cumbre dio con el cadáver congelado de su padre y sintió una sensación de extrañeza al ver un cuerpo que mostraba ser más joven que el de su hijo en aquel momento. El padre estaba más joven que su hijo, pero como consecuencia del tributo que como él, tantos escaladores pagan a la montaña.
No obstante, el arte puede y debe desmentir a la realidad. Una fotografía no capta la realidad de la vida pero encierra otro tipo de realidad.
El instante captado, detenido, nos muestra la fugacidad bajo el prisma de la eternidad, una realidad imposible por contradictoria pero verdadera en cuanto a su afán.
Cuando la fotografía desplegó su vuelo, no dejó de haber personas que aseguraran que el tiempo de la pintura de retrato ya había pasado y que la fotografía había ocupado su lugar.
El retrato a lápiz que sobre una fotografía de mi madre ha realizado Luisa Domenech por encargo de una hermana mía como regalo de cumpleaños es una muestra de cómo, sobre una bella imagen obtenida de manera mecánica se puede lograr una recreación más bella aún, pero de total veracidad.
El instante robado a la sucesión por una mano anónima allá por el año 1947 es transcendido por la mano de la artista y dotado de una veracidad vital que la imagen mecánica no puede captar y sí es lograda por una mano tras la cual hay esfuerzo, trabajo, empeño y enorme talento.
La verdad del instante se capta mejor con el dibujo, tarea que se realiza en el tiempo, que con la fotografía, resultado mecánico de un instante.
Hay mayor verdad en el retrato que en la fotografía dado que el retrato se realiza en el tiempo, y ese tiempo de esfuerzo y de empeño dota al resultado de la veracidad vital que en la fotografía, aunque bella también, no puede estar presente.
Lo que en su día la cámara reflejó se nos muestra ahora como el resultado de lo que una mirada ha captado. La fotografía mostró un rostro ofrecido a la cámara. El retrato a lápiz nos devuelve esa misma imagen transcendida por una mano hábil al servicio de una mirada penetrante.

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