miércoles, 11 de septiembre de 2013

“EL MACEIRAS”


Fue allá por el otoño de 1975, en el Instituto de San Isidro. Entonces los estudiantes de Bachillerato comenzábamos el curso en octubre. Cuando el jefe de estudios Márquez, al que pronto llamaríamos “Garfunkel”, nos citó en la escalera del nuevo pabellón para distribuirnos en nuestros grupos, nos comunicó que, debido a unas obras que se estaban realizando, el curso comenzaría el día 13 de octubre. Este contratiempo fue recibido por parte de los estudiantes que allí nos congregábamos con el natural regocijo.
Comenzado al fin el curso, vimos desfilar ante nosotros a los distintos profesores que nos habían sido adjudicados. Cuando llegó el turno de la asignatura de Historia se presentó ante la clase el profesor encargado de la misma. Lo primero que hizo fue decirnos su nombre, Manuel Maceiras , y puso su apellido en el encerado.
Pronto nos fuimos dando cuenta de que se trataba de un profesor y de una persona fuera de lo común.
Si aparecía algún país lejano, allí había estado él. Si de lo que se hablaba era de algún personaje conocido, era más que probable que en más de una ocasión él lo hubiera tratado personalmente.
Lo tuve como profesor tres años seguidos. Nos dio Historia, Geografía y francés. Lo más curioso de todo es que Maceiras, ya para nosotros “el Maceiras”, no era especialista en ninguna de estas materias. Era doctor en filosofía. Años después, estando yo en la facultad, pude por fin conocerlo en su auténtica especialidad.
Maceiras fue siempre con nosotros una persona de trato fácil y directo, si bien esto no estaba reñido con ocasionales enfados y estallidos de carácter, que solían ser intensos pero pasajeros.
Con Maceiras se aprendían muchas cosas, más por el entusiasmo con que eran comunicadas que por lo sistemático del método. Si en el transcurso de la clase surgía alguna cuestión no prevista pero que él consideraba de interés, no dudaba en desviarse del curso previsto para tratar dicha cuestión.
Fue Maceiras el que durante todos esos años se encargó de que nosotros tuviésemos la posibilidad de realizar un viaje de fin de estudios. Para conseguir los medios necesarios para poder realizar el viaje se tomaba un esfuerzo y dedicación extraordinarios. El nos dio la posibilidad de viajar a París y a Londres.
Maceiras tenía el raro talento de saber hablar a los jóvenes sin caer por ello en la adulación y la imitación de los comportamientos juveniles. Creo que ahí radicaba gran parte del predicamento que tenía entre nosotros. La juventud tiene un olfato especial para captar cuándo se la está adulando y prefiere que las personas ya maduras se dirijan a ella con afabilidad pero sin afectación. Hay que tener talento para dirigirse a los jóvenes y Maceiras lo tenía.
Lo ví por última vez hace siete años, en el San Isidro, con motivo de una conmemoración. Me reconoció, a pesar de los largos años transcurridos sin vernos y me llamó por mi apellido. En esa ocasión realizó en el salón de actos una intervención llena de humanidad y cariño.
Siempre nos advertía de la necesidad de no dejarse llevar por la pereza. El hábito de la diligencia lo tenía bien arraigado en su ánimo desde sus primeros años en su ciudad natal de La Coruña, y trató por todos los medios de inculcárnoslo a nosotros, gente de natural indolente.
Creo no equivocarme si digo que, aunque sus conocimientos eran abundantes y sólidos, lo más importante de sus enseñanzas cabe situarlo en el estilo de vida que él nos invitaba a recorrer.
Mi agradecimiento hacia Maceiras no tiene límite.





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