martes, 3 de septiembre de 2013

NAPOLEÓN Y LA ORACIÓN PASIVA.

Cuando de pequeños el maestro nos explicaba la diferencia existente entre la oración activa y la oración pasiva , aprendíamos de paso expresiones del tipo de sujeto paciente y complemento agente amén de otras que sin duda el tiempo ha ido relegando en el olvido.
Para ilustrar por vía de ejemplo estos dos tipos de oraciones se nos  proponían casos concretos como: “la policía detuvo a los ladrones” (oración activa ) y “los ladrones fueron detenidos por la policía” ( oración pasiva ).
Sin discutir lo adecuado y pertinente de tales ejemplos, lo que nunca se nos explicaba ( puede que no fuera procedente hacerlo en aquellos momentos ) es que a parte de la diferencia de construcción entre estos dos tipos de oraciones había además una visión totalmente distinta que dependía del juicio que cada uno tuviera de quién era protagonista y quién simplemente  un actor secundario de la acción.
El protagonista, víctima o promotor de la acción, era siempre el sujeto. Ya fuera un sujeto activo o paciente, en él nos fijábamos con una atención más destacada.
Nuestra manera de entender la gramática no ha estado aislada, todo lo contrario, de nuestra manera de pensar. La visión aristotélica del mundo, con su distinción entre substancia y accidente tiene su correlato en la distinción de sujeto y predicado.
La Historia se puede entender y de hecho lo ha sido a lo largo de los siglos de muy distintas maneras pero no cabe duda que la historia se ha de contar recurriendo a un lenguaje con sus estructuras gramaticales y no es en absoluto inocente la manera que los historiadores han tenido de narrar. Herodoto, Tucídides, Jenofonte, Tito Livio, Tácito, Gibbon, Mommsen; fueron grandes historiadores pero también grandes escritores.

El historiador Edward Gibbon.

Cada uno de ellos se expresó con unos medios pero contribuyó también a moldearlos.
Si volvemos a nuestro principio, a la distinción entre oración activa y oración pasiva, veremos que siempre que se narra la derrota final de Napoleón, se suele decir algo así como : “Napoleón Bonaparte fue derrotado por Wellington en la batalla de Waterloo”. Jamás, o muy raras veces se dice “Wellington derrotó a Napoleón Bonaparte en la batalla de Waterloo”.
Se emplea una estructura clásica de oración pasiva, adecuada para señalar a alguien como víctima ( lo propio para referirse a quien ha sufrido una derrota ) pero que sigue siendo el protagonista de la epopeya, si bien en este caso de una manera paciente. Siendo Wellington el vencedor, queda relegado a la secundaria función de un complemento.
No es de mi interés aquí señalar lo justo o injusto de esta situación. No me ocupo en este caso tanto de la verdad como de la manera en que esta siempre es trasladada desde una determinada visión. Si Napoleón aparece como sujeto tanto en las ocasiones propicias como en las infortunadas es porque así fue reflejado en la epopeya napoleónica. Probablemente si fuéramos capaces de tener una visión menos “romántica” y más distanciada nos daríamos cuenta del hecho de que Napoleón jamás derrotó a su mayor enemigo en un campo de batalla. Las campañas que el general inglés desarrolló en la península Ibérica tuvieron por contrincantes a mariscales subordinados al emperador francés. La única ocasión en que se vieron los dos enemigos frente a frente fue en Waterloo y ahí Wellington infligió a Napoleón su derrota más decisiva y ocasionó el final de su carrera.

Bonaparte atravesando el Gran San Bernardo, por David.

No obstante, la forma de narrar sigue de manera terca afirmando que Napoleón fue derrotado por Wellington y no que Wellington derrotó a Napoleón. Pese a la contundencia de la derrota, la historia la narra dando a Napoleón un papel de protagonista y a Wellington una función complementaria. Napoleón resulta importante por sí, y Wellington adquiere su relevancia por el hecho de haberse cruzado en el camino de Napoleón. La luz del general inglés es planetaria, prestada. La luz de Napoleón es la de un astro, aún en su declive.
Las anteriores consideraciones muestran que no sólo valoramos mediante adjetivos sino que también el lugar que asignamos a una persona en el marco de una oración encierra una valoración. El empleo del adjetivo tiene una dimensión más voluntaria y consciente, expresa en buena medida la opinión que quien narra tiene de alguien. La situación que a alguien asignamos en la oración suele ser por el contrario más inconsciente y dependiente de valoraciones recibidas y cristalizadas a lo largo del tiempo.

Duque de Wellington

El siglo XIX elevó un monumento a Napoleón, un monumento hecho no en piedra ni en bronce sino en papel. Sus triunfos y su asombrosa carrera proporcionaron material más que suficiente para erigir dicho monumento pero su derrota y sobre todo su cautiverio en Santa Elena dotaron de un tono trágico casi legendario a toda su trayectoria.
Napoleón fue por tanto sujeto, tanto activo como paciente y así es como sin apenas darnos cuenta lo reflejamos cada vez que narramos su vida y sus avatares.
¿Es posible otra forma de narrar la historia?
Queda abierta la cuestión. Quizá lograremos superar el marco heroico de la historia cuando esta salga del ámbito de la literatura y se adentre en el estudio de estratos más profundos. Puede que, como han intentado algunas tendencias, haya que ir hacia una manera de enfocar la historia menos literaria y más geológica, que atienda con mayor interés a los estratos profundos sobre los que se levantan unos héroes que con su luz probablemente deslumbren y no nos dejen captar la auténtica realidad de los procesos históricos y la amarga existencia de las gentes comunes, olvidadas muchas veces en los grandes relatos, y que son la substancia viva de la historia.
Volviendo por última vez a Napoleón, si conseguimos escapar del impacto de su epopeya nos daremos cuenta de un hecho irrebatible: sus conquistas militares y territoriales no sobrevivieron a su derrota. Los oropeles del imperio se desvanecieron  con una asombrosa rapidez. En cambio su legislación, en especial su Código, sobrevivió a regímenes y revoluciones de todo tipo.
Puede que en su conciencia personal el corso se sintiera un nuevo César o  un nuevo Alejandro, pero su obra efectiva y perdurable fue en realidad la de un nuevo Justiniano. El resplandor del gran conquistador ha ocultado la realidad, quizá más prosaica pero en verdad más perdurable del gran legislador.


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