martes, 4 de febrero de 2014

CIEN AÑOS DE 1914.

Se cumple este año el centenario del comienzo de la Gran Guerra de 1914, la que después de un conflicto aún más mortífero y destructivo tras veinte años de paz incierta fue conocida como Primera Guerra Mundial. Con tal motivo menudean en las librerías las publicaciones dedicadas a conmemorar tal catástrofe.
Son muchas las maneras en que el estudioso puede aproximarse al conocimiento de un enfrentamiento bélico.



El libro de Margaret MacMillan[i] ofrece un enfoque interesante por cuanto no se centra en el estudio del conflicto en sí, desarrollado entre 1914 y 1918 sino en un análisis amplio de los ambientes y las élites que entre 1900 y el estallido de la guerra fueron tejiendo la siniestra telaraña de alianzas y enemistades que hicieron posible la misma y con ella la destrucción de Europa en el plano material y espiritual.
Arrancando de la exposición de París de 1900 asistimos a la descripción de personajes influyentes de la época, como el rey Eduardo VII de Inglaterra, el Kaiser Guillermo II de Alemania, el zar Nicolás II de Rusia, el viejo Kaiser austriaco Franciso José, sobrevivido a su propia época tras un reinado larguísimo, como una anacrónica prolongación de la desenfadada Viena de los valses de Strauss en una Europa en la que se iban a bailar unas músicas más macabras y siniestras. También aparecen figuras de la entonces excepción republicana francesa como las del presidente de la República francesa Poincaré o su primer ministro Viviani . La política parlamentaria británica se ve reflejada en el estudio de figuras como las de los primeros ministros Salisbury, Asquith o Lloyd George. También vemos a importantes militares como Moltke el joven por parte de Alemania o Joffre por parte de Francia.

Eduardo VII de Inglaterra.

En 1918, tras el cese de las hostilidades en Alemania se proclamó la república, Austria-Hungría quedó desmembrada en un conjunto de pequeños estados perdiendo el poder la muy antigua dinastía de los Habsburgo que tanta influencia tuviera en los acontecimientos europeos durante siglos. El zar ruso perdió su trono en 1917 y, junto con toda su familia, la vida en 1918.

El Kaiser Guillermo II.

Los soldados marcharon a la guerra con vistosos uniformes y la terminaron con el más eficaz pero austero uniforme caqui. El ardor juvenil por la vida de riesgo se enfrió en el fango de las trincheras.
En la manera de abordar la descripción y análisis de las circunstancias que condujeron a la guerra Macmillan se muestra más interesada en las personalidades que en los movimientos, pero a pesar de esta opción deja traslucir de manera nítida la importancia que estaba cobrando la opinión pública cono factor que había que tener en cuenta a la hora de la toma de decisiones. También se percibe el miedo de unas élites temerosas ante la irrupción intempestiva para ellas de unas masas que reclamaban su derecho a ser tenidas en cuenta en la vida pública.
Europa entró en la guerra de 1914 tras uno de los periodos más dilatados de paz. Después del fin de las guerras napoleónicas Europa no había conocido un conflicto generalizado. Se habían producido revoluciones en 1830 y en 1848 y guerras como la de Crimea o las guerras por la unificación italiana y alemana, culminadas las últimas con la guerra franco-prusiana de 1870-71, pero se trató siempre de conflictos localizados entre las potencias que no llegaron a amenazar de manera seria la paz general.

El emperador Francisco José de Austria-Hungría.

Las alianzas habían provocado tensiones, pero estas se disipaban siempre a última hora con la acción eficaz de la diplomacia.
MacMillan consigue transmitir de manera muy patente la ausencia de sensación de peligro inminente hasta casi las vísperas de la conflagración. Ese mundo de ayer, esa época de la seguridad de la que hablara el escritor austriaco Stefan Zweig había acostumbrado a los europeos a tomar las tensiones internacionales como un juego entre las potencias en el que al final, cuando la situación amenazaba con convertirse en algo serio, siempre acababa encontrándose una solución que resolvía el problema hasta la próxima crisis, convirtiendo a la propia crisis de algo excepcional en algo rutinario, un elemento constitutivo de la propia política.

Raymond Poincaré, presidente de la República francesa.

Asistimos a la destrucción del movimiento socialista de la Segunda Internacional cuando la mayor parte de los partidos socialistas abandonan sus aspiraciones internacionalistas arrastrados por la influencia del nacionalismo combatiente. El asesinato del líder socialista francés Jaurés es el símbolo del fracaso de la aspiración a la paz por parte del movimiento obrero.
Como sabemos, en 1914, con el asesinato en Sarajevo del heredero del imperio austrohúngaro a manos de un nacionalista serbio, se desencadenaron una serie de mecanismos que en poco más de un mes condujeron a Europa a una conflagración generalizada.
El asesinato de Sarajevo no es la causa aunque sí que es la chispa. Los elementos combustibles estaban ya dispuestos y preparados.
El libro se detiene justo en 1914, con la narración de los ultimatums, movilizaciones de ejércitos y declaraciones de guerra que hicieron del verano de 1914 el inicio de uno de los periodos más trágicos de la historia.
Es difícil extraer enseñanzas en un campo como el de los hechos históricos que, por su carácter de acontecimiento único, no permite obtener leyes generales. Sí que se pueden extraer algunas consideraciones provisionales, nunca definitivas ni de demostración absoluta, la principal de ellas a mi modo de ver es que la abdicación de la política ante poderes irresponsables siempre trae malas consecuencias.

El zar Nicolás II de Rusia.

En 1914 la política abdicó ante los supuestos expertos de los estados mayores militares. En 2014 la política parece haber abdicado ante los expertos de las instituciones financieras. En un caso y en otro las decisiones son tomadas por personas que no tienen ningún mandato democrático, por poderes contramayoritarios.
Otro ejemplo de la abdicación de la política se muestra en la mentalidad según la cual las únicas decisiones posibles son las que de hecho se toman, la idea según la cual no hay alternativa. En 1914 los estados mayores convencieron a los políticos civiles, acomplejados ante la supuesta mayor competencia de los expertos, de una serie de medidas que se presentaban como las únicas posibles.

Escena de la batalla de Verdun.

Cuando se plantea la política en términos según los cuales no hay alternativa a las decisiones que se toman se está tratando de someter a la población al engaño de tomar como decisiones técnicas correctas las que no dejan de ser decisiones políticas obedientes a intereses que se ocultan en su carácter de tales tras el velo pseudocientífico de la decisión técnicamente correcta. Hace cien años los pretendidos expertos eran los estados mayores de los ejércitos. Hoy los pretendidos expertos vienen de instituciones como el Fondo Monetario Internacional o los grandes bancos centrales. Hace cien años las consecuencias de los planes de movilización milimétricamente calculados se mostraron en forma de millones de muertos y un perdurable resentimiento. Las decisiones de los expertos de hoy dejan otro tipo de víctimas pero las consecuencias van a ser igualmente graves.
En 2014 vemos a una política impotente, seguidora de los avatares económicos como si de acontecimientos naturales se tratara.
Con todo, la Historia no toca nunca exactamente la misma partitura.





[i] MacMillan,1914 De la paz a la guerra, Turner Noema.

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