Se
cumple este año el centenario del comienzo de la Gran Guerra de 1914, la que después
de un conflicto aún más mortífero y destructivo tras veinte años de paz incierta
fue conocida como Primera Guerra Mundial. Con tal motivo menudean en las
librerías las publicaciones dedicadas a conmemorar tal catástrofe.
Son
muchas las maneras en que el estudioso puede aproximarse al conocimiento de un enfrentamiento
bélico.
El
libro de Margaret MacMillan[i]
ofrece un enfoque interesante por cuanto no se centra en el estudio del
conflicto en sí, desarrollado entre 1914 y 1918 sino en un análisis amplio de
los ambientes y las élites que entre 1900 y el estallido de la guerra fueron tejiendo la siniestra telaraña de alianzas y enemistades que hicieron posible la
misma y con ella la destrucción de Europa en el plano material y espiritual.
Arrancando
de la exposición de París de 1900 asistimos a la descripción de personajes
influyentes de la época, como el rey Eduardo VII de Inglaterra, el Kaiser
Guillermo II de Alemania, el zar Nicolás II de Rusia, el viejo Kaiser austriaco
Franciso José, sobrevivido a su propia época tras un reinado larguísimo, como
una anacrónica prolongación de la desenfadada Viena de los valses de Strauss en
una Europa en la que se iban a bailar unas músicas más macabras y siniestras.
También aparecen figuras de la entonces excepción republicana francesa como las
del presidente de la República francesa Poincaré o su primer ministro Viviani .
La política parlamentaria británica se ve reflejada en el estudio de figuras
como las de los primeros ministros Salisbury, Asquith o Lloyd George. También
vemos a importantes militares como Moltke el joven por parte de Alemania o
Joffre por parte de Francia.
Eduardo VII de Inglaterra. |
En
1918, tras el cese de las hostilidades en Alemania se proclamó la república,
Austria-Hungría quedó desmembrada en un conjunto de pequeños estados perdiendo
el poder la muy antigua dinastía de los Habsburgo que tanta influencia tuviera
en los acontecimientos europeos durante siglos. El zar ruso perdió su trono en
1917 y, junto con toda su familia, la vida en 1918.
El Kaiser Guillermo II. |
Los
soldados marcharon a la guerra con vistosos uniformes y la terminaron con el
más eficaz pero austero uniforme caqui. El ardor juvenil por la vida de riesgo
se enfrió en el fango de las trincheras.
En
la manera de abordar la descripción y análisis de las circunstancias que
condujeron a la guerra Macmillan se muestra más interesada en las
personalidades que en los movimientos, pero a pesar de esta opción deja
traslucir de manera nítida la importancia que estaba cobrando la opinión
pública cono factor que había que tener en cuenta a la hora de la toma de
decisiones. También se percibe el miedo de unas élites temerosas ante la
irrupción intempestiva para ellas de unas masas que reclamaban su derecho a ser
tenidas en cuenta en la vida pública.
Europa
entró en la guerra de 1914 tras uno de los periodos más dilatados de paz.
Después del fin de las guerras napoleónicas Europa no había conocido un
conflicto generalizado. Se habían producido revoluciones en 1830 y en 1848 y
guerras como la de Crimea o las guerras por la unificación italiana y alemana,
culminadas las últimas con la guerra franco-prusiana de 1870-71, pero se trató
siempre de conflictos localizados entre las potencias que no llegaron a
amenazar de manera seria la paz general.
El emperador Francisco José de Austria-Hungría. |
Las
alianzas habían provocado tensiones, pero estas se disipaban siempre a última
hora con la acción eficaz de la diplomacia.
MacMillan
consigue transmitir de manera muy patente la ausencia de sensación de peligro
inminente hasta casi las vísperas de la conflagración. Ese mundo de ayer, esa época de
la seguridad de la que hablara el escritor austriaco Stefan Zweig había
acostumbrado a los europeos a tomar las tensiones internacionales como un juego
entre las potencias en el que al final, cuando la situación amenazaba con
convertirse en algo serio, siempre acababa encontrándose una solución que
resolvía el problema hasta la próxima crisis, convirtiendo a la propia crisis
de algo excepcional en algo rutinario, un elemento constitutivo de la propia
política.
Raymond Poincaré, presidente de la República francesa. |
Asistimos
a la destrucción del movimiento socialista de la Segunda Internacional cuando
la mayor parte de los partidos socialistas abandonan sus aspiraciones
internacionalistas arrastrados por la influencia del nacionalismo combatiente.
El asesinato del líder socialista francés Jaurés es el símbolo del fracaso de
la aspiración a la paz por parte del movimiento obrero.
Como
sabemos, en 1914, con el asesinato en Sarajevo del heredero del imperio
austrohúngaro a manos de un nacionalista serbio, se desencadenaron una serie de
mecanismos que en poco más de un mes condujeron a Europa a una conflagración
generalizada.
El
asesinato de Sarajevo no es la causa aunque sí que es la chispa. Los elementos
combustibles estaban ya dispuestos y preparados.
El
libro se detiene justo en 1914, con la narración de los ultimatums,
movilizaciones de ejércitos y declaraciones de guerra que hicieron del verano
de 1914 el inicio de uno de los periodos más trágicos de la historia.
Es
difícil extraer enseñanzas en un campo como el de los hechos históricos que,
por su carácter de acontecimiento único, no permite obtener leyes generales. Sí
que se pueden extraer algunas consideraciones provisionales, nunca definitivas
ni de demostración absoluta, la principal de ellas a mi modo de ver es que la
abdicación de la política ante poderes irresponsables siempre trae malas
consecuencias.
El zar Nicolás II de Rusia. |
En
1914 la política abdicó ante los supuestos expertos de los estados mayores
militares. En 2014 la política parece haber abdicado ante los expertos de las
instituciones financieras. En un caso y en otro las decisiones son tomadas por
personas que no tienen ningún mandato democrático, por poderes contramayoritarios.
Otro ejemplo de la abdicación de la política se muestra en la mentalidad según la cual
las únicas decisiones posibles son las que de hecho se toman, la idea según la
cual no hay alternativa. En 1914 los estados mayores convencieron a los
políticos civiles, acomplejados ante la supuesta mayor competencia de los
expertos, de una serie de medidas que se presentaban como las únicas posibles.
Escena de la batalla de Verdun. |
Cuando
se plantea la política en términos según los cuales no hay alternativa a las
decisiones que se toman se está tratando de someter a la población al engaño de tomar como decisiones técnicas correctas las que no dejan de ser decisiones
políticas obedientes a intereses que se ocultan en su carácter de tales tras el
velo pseudocientífico de la decisión técnicamente correcta. Hace cien años los
pretendidos expertos eran los estados mayores de los ejércitos. Hoy los
pretendidos expertos vienen de instituciones como el Fondo Monetario
Internacional o los grandes bancos centrales. Hace cien años las consecuencias
de los planes de movilización milimétricamente calculados se mostraron en forma
de millones de muertos y un perdurable resentimiento. Las decisiones de los
expertos de hoy dejan otro tipo de víctimas pero las consecuencias van a ser
igualmente graves.
En
2014 vemos a una política impotente, seguidora de los avatares económicos como
si de acontecimientos naturales se tratara.
Con
todo, la Historia no toca nunca exactamente la misma partitura.
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