sábado, 22 de febrero de 2014

EDUCACIÓN Y VIGILANCIA.

Se cuenta una anécdota sobre los reyes Carlos III y Fernando VII que, aunque probablemente falsa, explica mucho más sobre el respeto que cualquier meditación con pretensiones.

Carlos III en traje de cazador, por Goya.
Se dice que en época del rey Carlos III (1759-1788 ) estaba terminantemente prohibido a los miembros de su guardia jugar a los naipes. La sanción por el incumplimiento de dicha norma era muy severa. Se sabía, a su vez, que las costumbres del rey eran metódicas e inalterables y que una vez que se acostaba, jamás se levantaba para comprobar si los miembros de su guardia cumplían o no con la prescripción impuesta. Pese a conocer que, dado el proceder del rey, era imposible que ningún guardia fuera sorprendido por el monarca en acto de desobediencia a esa norma, jamás nadie tuvo la ocurrencia de desconocer la orden del rey.



En tiempos del rey Fernando VII ( 1808 en su primer reinado y posteriormente 1814-1833 en su segundo reinado ) seguía vigente la prohibición de jugar a las cartas. Lo que variaba era el carácter del rey. El nieto era mucho más desconfiado que su abuelo y solía levantarse de manera inopinada a horas intempestivas de la noche para ver de sorprender a algún guardia en acto de desobediencia a la norma. Aun sabida la costumbre del rey y aun sabidas las malas consecuencias que para los miembros de la guardia conllevaban sus actos, estos jugaban a las cartas de manera habitual, sin que la amenaza regia fuera suficiente a hacerles desistir de tal costumbre.

Dejando a un lado cualquier valoración personal sobre los méritos o deméritos del sistema del Despotismo Ilustrado de Carlos III o del menos ilustrado y mucho más necio despotismo de su nieto Fernando VII la anterior anécdota puede servir para mostrar cómo el respeto no está muchas veces relacionado con la vigilancia sino con la convicción.

Carlos III por Mengs


En los centros de enseñanza se vigila o intenta vigilar de una manera que queda reflejada incluso en la apariencia física de los mismos. Cada vez son más frecuentes en ellos las verjas, tapias de todo tipo, a veces hasta cámaras de vigilancia. Los profesores, cuya única misión tendría que ser la de intentar que sus alumnos adquieran las destrezas necesarias para aprender por sí mismos, que es la única manera en que realmente se aprende, realizan con frecuencia labores de vigilancia en los patios e incluso en las puertas. Se da el caso de profesores cuya tarea en el recreo consiste en pedir un carnet a los alumnos para que puedan, en su tiempo de ocio, salir del centro.
Nunca he querido desarrollar las labores de vigilancia que anteriormente he reseñado y siempre he pedido a los jefes de estudio que no me las asignen. No consigo comprender qué tiene que ver mi trabajo con el acto de pedir en una puerta una documentación.
Con todo, la vigilancia no ha logrado que los alumnos menores de 16 años respeten la norma de no salir del centro.
Hubo un tiempo en que los institutos públicos eran centros abiertos, en los que la mayor libertad de que los alumnos disfrutaban era la mejor escuela de madurez
Antes, cuando un profesor faltaba, los profesores de guardia les decían a los alumnos que aguardaran un tiempo de cortesía, que podía ser de un cuarto de hora y si transcurrido ese tiempo el profesor no se había presentado, se les decía que podían ir al patio o a la biblioteca. Ahora, si falta el profesor de la materia, el profesor de guardia ha de quedarse en el aula con unos alumnos a los que no tiene nada que decir. El malestar que con ello se provoca es gratuito pero muchas veces insoportable.
En los exámenes la manía de la vigilancia puede llegar en ocasiones a extremos de paranoia. Con los medios tecnológicos de que hoy se dispone es fácil copiar. Con todo, nunca he pedido a mis alumnos que depositen en mi mesa sus teléfonos. Sé que pueden copiar y que muchos probablemente lo hagan pero no me gusta ni ética ni estéticamente la visión de desconfianza que con tal orden se transmite y para mí es más educativa la transmisión de un mensaje de lealtad y confianza que no la de la sospecha como sistema. A veces he sorprendido a algún alumno copiando, pero ello dice más de la torpeza del alumno que de mi sagacidad detectivesca.
Cada vez vigilamos más y nos enteramos de menos cosas.
Una vigilancia burlada es siempre un desprestigio.
Ningún plan de estudios por sí mismo es eficaz si no consigue la convicción y esta no se logra sin un trabajo serio desde los primeros pasos del alumno en el sistema educativo.

Francisco Giner de los Ríos

Cuando se habla de los buenos resultados educativos de Finlandia se olvida que, aparte del plan en concreto, en Finlandia hay finlandeses. En Finlandia muchas veces los alumnos permanecen en el aula sin la presencia del profesor, al cual pueden acudir en cualquier momento para pedir su consejo y ayuda. Aquí, en España, lo único que importa es la presencia en el aula, tanto del profesor como del alumno. Lo que se busca es que el joven esté las horas que le correspondan recogido en un establecimiento.
Para poder ser como los finlandeses hace falta que desde pequeños se nos transmitan unas convicciones muy distintas a las que ahora tenemos, basadas en la sospecha por un lado y en el engaño por otro.
Bien mirado, vistos los objetivos que nos proponen, más valiera que nos transfirieran al ministerio del interior, pues hacemos a veces más labor de orden público que de educación.
Siento que nuestras instituciones educativas se parezcan al proceder de Fernando VII y no me produce ninguna ilusión guardar en lo más mínimo ninguna semejanza con el más obtuso de nuestros reyes.



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