Se
cuenta una anécdota sobre los reyes Carlos III y Fernando VII que, aunque
probablemente falsa, explica mucho más sobre el respeto que cualquier meditación
con pretensiones.
Carlos III en traje de cazador, por Goya. |
Se
dice que en época del rey Carlos III (1759-1788 ) estaba terminantemente
prohibido a los miembros de su guardia jugar a los naipes. La sanción por el
incumplimiento de dicha norma era muy severa. Se sabía, a su vez, que las
costumbres del rey eran metódicas e inalterables y que una vez que se acostaba,
jamás se levantaba para comprobar si los miembros de su guardia cumplían o no
con la prescripción impuesta. Pese a conocer que, dado el proceder del rey, era
imposible que ningún guardia fuera sorprendido por el monarca en acto de
desobediencia a esa norma, jamás nadie tuvo la ocurrencia de desconocer la
orden del rey.
En
tiempos del rey Fernando VII ( 1808 en su primer reinado y posteriormente
1814-1833 en su segundo reinado ) seguía vigente la prohibición de jugar a las
cartas. Lo que variaba era el carácter del rey. El nieto era mucho más
desconfiado que su abuelo y solía levantarse de manera inopinada a horas
intempestivas de la noche para ver de sorprender a algún guardia en acto de
desobediencia a la norma. Aun sabida la costumbre del rey y aun sabidas las
malas consecuencias que para los miembros de la guardia conllevaban sus actos,
estos jugaban a las cartas de manera habitual, sin que la amenaza regia fuera
suficiente a hacerles desistir de tal costumbre.
Carlos III por Mengs |
En
los centros de enseñanza se vigila o intenta vigilar de una manera que queda
reflejada incluso en la apariencia física de los mismos. Cada vez son más
frecuentes en ellos las verjas, tapias de todo tipo, a veces hasta cámaras de
vigilancia. Los profesores, cuya única misión tendría que ser la de intentar
que sus alumnos adquieran las destrezas necesarias para aprender por sí mismos,
que es la única manera en que realmente se aprende, realizan con frecuencia
labores de vigilancia en los patios e incluso en las puertas. Se da el caso de
profesores cuya tarea en el recreo consiste en pedir un carnet a los alumnos
para que puedan, en su tiempo de ocio, salir del centro.
Nunca
he querido desarrollar las labores de vigilancia que anteriormente he reseñado
y siempre he pedido a los jefes de estudio que no me las asignen. No consigo comprender qué tiene que ver mi trabajo con el acto de pedir en una puerta una documentación.
Con
todo, la vigilancia no ha logrado que los alumnos menores de 16 años respeten
la norma de no salir del centro.
Hubo
un tiempo en que los institutos públicos eran centros abiertos, en los que la
mayor libertad de que los alumnos disfrutaban era la mejor escuela de madurez
Antes,
cuando un profesor faltaba, los profesores de guardia les decían a los alumnos
que aguardaran un tiempo de cortesía, que podía ser de un cuarto de hora y si
transcurrido ese tiempo el profesor no se había presentado, se les decía que
podían ir al patio o a la biblioteca. Ahora, si falta el profesor de la
materia, el profesor de guardia ha de quedarse en el aula con unos alumnos a
los que no tiene nada que decir. El malestar que con ello se provoca es
gratuito pero muchas veces insoportable.
En
los exámenes la manía de la vigilancia puede llegar en ocasiones a extremos de
paranoia. Con los medios tecnológicos de que hoy se dispone es fácil copiar. Con
todo, nunca he pedido a mis alumnos que depositen en mi mesa sus teléfonos. Sé
que pueden copiar y que muchos probablemente lo hagan pero no me gusta ni ética
ni estéticamente la visión de desconfianza que con tal orden se transmite y
para mí es más educativa la transmisión de un mensaje de lealtad y confianza
que no la de la sospecha como sistema. A veces he sorprendido a algún alumno
copiando, pero ello dice más de la torpeza del alumno que de mi sagacidad
detectivesca.
Cada
vez vigilamos más y nos enteramos de menos cosas.
Una
vigilancia burlada es siempre un desprestigio.
Ningún
plan de estudios por sí mismo es eficaz si no consigue la convicción y esta no
se logra sin un trabajo serio desde los primeros pasos del alumno en el sistema
educativo.
Francisco Giner de los Ríos |
Cuando
se habla de los buenos resultados educativos de Finlandia se olvida que, aparte
del plan en concreto, en Finlandia hay finlandeses. En Finlandia muchas veces
los alumnos permanecen en el aula sin la presencia del profesor, al cual pueden
acudir en cualquier momento para pedir su consejo y ayuda. Aquí, en España, lo único
que importa es la presencia en el aula, tanto del profesor como del alumno. Lo
que se busca es que el joven esté las horas que le correspondan recogido en un
establecimiento.
Para
poder ser como los finlandeses hace falta que desde pequeños se nos transmitan
unas convicciones muy distintas a las que ahora tenemos, basadas en la sospecha
por un lado y en el engaño por otro.
Bien
mirado, vistos los objetivos que nos proponen, más valiera que nos
transfirieran al ministerio del interior, pues hacemos a veces más labor de
orden público que de educación.
Siento
que nuestras instituciones educativas se parezcan al proceder de Fernando VII y
no me produce ninguna ilusión guardar en lo más mínimo ninguna semejanza con el
más obtuso de nuestros reyes.
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