La
pelea es una de las bellas artes. No he sido yo muy peleón. Ni siquiera de niño
me atrajeron nunca aquellas peleas que hacían las delicias de mis compañeros en
la escuela.
Ya
de mayor, pocas veces he peleado. Con los puños nunca, no por bondad, supongo,
sino por conciencia de mi debilidad en ese terreno.
De
las otras peleas, de las que rompen amistades y producen enojos sí que he
participado, pero tampoco se puede decir que en exceso. En general, suelo
llevarme bien con la gente. Con todo, cuando me he peleado, ha sido de forma
clara, contundente y supongo que eficaz, pues he conseguido que la persona
agraviada no me hable más.
No
tengo por ideal de vida el ir peleándome por esos mundos, pero he de reconocer
que tengo el gran mérito de pelearme con quienes en el fondo todo el mundo
desearía estar peleado. Es un logro, pues hay personas que no sufren con
facilidad que alguien no les hable, personas que prefieren aguantar a quien
saben insoportable antes que pasar por el trance de una situación incómoda.
No
creo que uno deba llevarse bien con todo el mundo y, a veces, cuando he reñido
con alguien, en un principio siento incomodidad pero poco a poco esa
incomodidad se va transformando en satisfacción pues no todos los días se
experimenta el placer de librarse de algún bobo ( o alguna boba ).
Mejor
que el bobo ( o la boba ) desaparezca de tu campo de amistades que tener
que escuchar constantemente idioteces en nombre de una
convivencia que no merece la pena si es al precio de transigir con tanta
necedad.
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