Antonio
Machado ( 1875-1939 ) es, de nuestros hombres de letras, quien más atención ha
prestado a la filosofía de Kant, exceptuando a los que oficialmente pertenecen
al gremio de los filósofos.
Interés
por la filosofía tuvo siempre Don Antonio. Como hombre del 98 leyó a
Schopenhauer y a Nietzsche. Ello era normal entre los intelectuales de su época
y de su generación.
También
es conocido su interés por la obra de Bergson, al que de hecho tuvo ocasión de
escuchar en sus cursos. El interés por un filósofo como Bergson, volcado en el
estudio del tiempo y de la conciencia se entiende fácilmente en el caso de un
poeta como Machado en el que tanto el uno como la otra tienen tanto relieve.
La
libertad y la intersubjetividad también fueron objeto de la atención del poeta
sevillano y de ello dan cuenta tanto sus proverbios como sus prosas, en
concreto su Juan de Mairena.
El ojo que ves
No es ojo porque tú lo veas;
Es ojo porque te ve.
En
los anteriores versos, pertenecientes a los Proverbios
y cantares se aprecia claramente una intuición del problema planteado por
la filosofía moderna a partir de Descartes en cuanto que esta filosofía hizo
cuestión de la realidad del mundo exterior a la propia subjetividad. También se
refleja en estos versos la aguda penetración de Machado en torno al asombro que
produce en toda mente que no se quede en lo superficial el hecho de la
autoconciencia, el milagro de pasar
de simple espejo a darse cuenta de las percepciones. Machado se percató, y de
ello dejó abundantes muestras en su obra en verso y en prosa, de que un enfoque
meramente especular de la conciencia
era insuficiente, pues reflejar no es lo mismo que ser consciente de lo que se
refleja. En su Juan de Mairena afirma:
“
Pero aunque concedamos que haya algo en la conciencia semejante a un espejo
donde se reflejan imágenes más o menos parecidas a las cosas mismas, siempre
debemos preguntar: ¿ y cómo percibe la conciencia las imágenes de su propio
espejo? Porque una imagen en un espejo plantea para su percepción igual
problema que el objeto mismo. Claro es que al espejo de la conciencia se le
atribuye el poder milagroso de ser consciente, y se da por hecho que una imagen en la conciencia es la conciencia
de una imagen. De este modo se esquiva el problema eterno, que plantea una
evidencia del sentido común: el de la absoluta heterogeneidad entre los actos
conscientes y sus objetos”.[i]
ANTONIO MACHADO.
|
Schopenhauer,
Nietzsche o Bergson son filósofos que siempre captaron la atención de los
literatos. Kant no está en este caso. Inmanuel Kant es un ejemplo típico de
gran pensador que no se dirige en sus grandes obras a un público culto amplio
sino a uno especializado. Caso clásico de lo que se suele entender por filósofo difícil. No obstante, para
Machado, a juzgan por su testimonio, la lectura de Kant no le resultó en exceso
difícil, pues en Juan de Mairena
afirma que en leer la Crítica de la Razón
Pura se hace un uso de la mente menos intenso que el que requiere el
cultivo de algunos pasatiempos menos interesantes.
“
Si leyerais a Kant- en leer y comprender a Kant se gasta mucho menos fósforo
que en descifrar tonterías sutiles y en desenredar marañas de conceptos
ñoños……”[ii]
Ya
en 1915, en una entrada de Los
complementarios habla Machado de Kant en los siguientes términos:
“
Fue Kant el último filósofo de gran estilo. Para encontrarle su igual es
preciso recordar a Platón. Pero ni Platón ni Kant crearon ningún tema esencial
de la filosofía. Platón reasume la filosofía helénica, desde los jonios a los
sofistas: Kant reasume la filosofía renacentista. No nos asusten los nombres de
estos dos gigantes. Ni uno ni otro vinieron al mundo a poner fin a las disputas
filosóficas, sino a enseñarnos a filosofar. Después de leer a Platón, no
disminuye nuestra admiración por Protágoras; después de leer a Kant, aumenta nuestra
afición a Hume…
En
el siglo XIX ha habido una tendencia a la cobardía y a la inmunidad filosófica.
Llamémosle positivismo, aceptando el término en su acepción más generalizada.
El mismo nombre de Kant, de cuya cosmogonía, todavía inexacta, proviene toda la
filosofía ochocentista, se quiso empujar hacia el olvido, o se le invocó como
una autoridad contra la metafísica.
En
España, que miró siempre de través a la cultura, el positivismo tuvo una
influencia negativa, que no fue compensada por el entusiasta apego al estudio
de las ciencias particulares.
Refutado
el positivismo la filosofía recobra su vuelo y parte nuevamente de Kant; se
reanuda la reflexión filosófica, en aquel punto en que quedó interrumpida.
Todos los filósofos modernos, que merecen nombre de tales, parten de Kant,
confiésenlo o no. Pero la vuelta a Kant no puede ser la resurrección de un
sistema, sino de un método de severo pensar sobre el estado actual del
conocimiento. No olvidemos nosotros que ese mismo positivismo, a que hoy se
empieza a volver la espalda en Europa, es en España una gran laguna, y fuera
fue un trozo de fecunda cultura, de gran pasión por el estudio de los hechos.”.[iii]
INMANUEL KANT. |
El
interés por Kant es tanto más sorprendente por cuanto Machado era hombre de
formación académica limitada, hecho que en principio no predispone de manera
favorable al acercamiento a Kant, y además el interés de Machado no iba
dirigido a sus ensayos más populares sino a su obra crítica. Más sorprendente
aún en un hombre con fuerte tendencia ética: su atención se centraba más en la Crítica de la Razón Pura que en la Crítica de la Razón práctica.
Hay
algo que resulta aún más digno de mención: en el siglo XIX los hombres de
letras, en especial los poetas, se acercaron con suma atención a la obra de
Kant, pero la vía de acceso más natural a la misma resultó para ellos la
tercera crítica, la Crítica del Juicio
o mejor, la Crítica de la Facultad de
Juzgar. Este fue el caso de escritores como Goethe o Schiller. El motivo
tenía clara explicación: en esta tercera crítica, las preocupaciones sobre el
juicio estético ocupaban un importante lugar, hasta el punto de que, de manera
equivocada o mejor dicho, incompleta, se tendió a ver esta tercera crítica como
una obra sobre estética de manera exclusiva.
Sabido
es por parte de todos que Antonio Machado se ganó la vida como profesor de
francés en diversos institutos: Soria, Baeza, Segovia y, por último, Madrid. Ya
se dijo que su formación académica era bastante limitada. De hecho, Machado
pudo ser profesor sin tener ninguna licenciatura, pues ello no era requisito en
su época. Fue con posterioridad al logro de su cátedra cuando se preocupó de
obtener una licenciatura en filosofía. Había un motivo de utilidad en esta
búsqueda de un título superior: muchos de sus colegas lo superaban en los
concursos de traslados del cuerpo de profesores al aportar como mérito una
titulación de la que Machado carecía. Machado, pues, fue un licenciado tardío.
Con todo, su acercamiento a la filosofía era sincero.
Hay
en Machado preocupaciones por aspectos como la verdad, la totalidad, el
infinito, que lo predisponen a acercarse a la obra de Kant.
“¿Tu verdad? No, la
Verdad;
Y ven conmigo a
Buscarla.
La tuya guárdatela.”.
Aquí vemos una
postura clásica de oposición al subjetivismo. El idealismo trascendental de Kant es un idealismo en lo que se
refiere al conocimiento pero no es desde luego un relativismo y a pesar del relieve que tiene el sujeto en la
filosofía de Kant, no es un mero subjetivismo.
Kant siempre insistió en que su idealismo
trascendental no abandonaba nunca el ámbito de un realismo empírico, y para que este punto quedara claro se creyó en
el caso de añadir en la Crítica de la
Razón Pura una refutación del
idealismo, que él concretó en lo que denominó como idealismo problemático e idealismo
dogmático, adjudicando dichas posturas a Descartes y Berkeley
respectivamente.
Es de rigor citar en
este orden de cosas el comienzo del Juan de Mairena :
“ La verdad es la
verdad, dígala Agamenón o su porquero”.[iv]
Se muestra en este
famoso comienzo de Juan de Mairena el
mismo énfasis a favor de una verdad objetiva, en la que no tenga el menor peso
a favor o en contra de la misma la persona que la defienda, con un acento
similar al del proverbio antes mencionado.
Machado estudió a
Bergson, lo asimiló pero reaccionó ante su intuicionismo reclamando por la
importancia que la primacía de lo intelectual tiene para asegurar la libertad e
independencia de lo humano.
ANTONIO MACHADO EN SUS ÚLTIMOS AÑOS. |
“ Sólo conociendo
intelectualmente, creando el objeto, se afirma la independencia del sujeto, el
que nunca es cosa sino vidente de la cosa.”[v]
Tras esta afirmación
de clara raigambre kantiana Machado afirma a continuación:
“ ¿ Por qué hemos
renunciado-y yo el primero-durante tanto tiempo a esta suprema dignidad? Todo
cambia, pasa, fluye, se trueca, incluso lo que llamamos nuestra personalidad;
todo, menos ese lejano espectador, que es el yo hondo, el único, el que ve y
nunca es visto.
Este hondo
espectador, que retrocede ante todas las cosas, para nunca confundirse con
ellas, crea a imagen y semejanza suya el mundo eleático, el de las normas
inmutables, el de las ideas platónicas, y esta creación es la prueba de su
poder, de su imperio.
Sin embargo…
Cabe una ideología
antibergsoniana, marcadamente intelectualista y que, por natural reacción, aparecerá,
si es que ya no anda por el mundo. Será una reacción, no contra la filosofía de
Bergson, naturalmente, sino contra toda corriente filosófica del siglo XIX,
desde el Kant de la Razón Práctica
hasta nuestros días, pero especialmente desde Schopenhauer.
HENRI BERGSON |
La manera que tiene
Machado de resaltar la espontaneidad del entendimiento, bajo su característica
intuición del ojo que ve resulta
bastante curiosa por cuanto le sirve para introducir la superior dignidad
derivada de la espontaneidad y de la independencia del ver sobre el simple ser
visto en un terreno, el del conocimiento, en el que precisamente, dado el
determinismo de la naturaleza, resulta siempre problemática la admisión de la
libertad.
Kant reservó su
segunda crítica y la Fundamentación de la
metafísica de las costumbres como
ámbito en el cual se pudiera hablar de libertad, dignidad y distinguir a su vez
a la persona de las cosas.
Machado, quizá por
su acercamiento no estrictamente académico, no presta tanta atención al uso práctico de la razón sino que, por
el contrario, partiendo del uso teórico
de la misma y atendiendo de manera especial a la espontaneidad del
entendimiento, resalta esa superioridad del lado intelectual sobre el meramente
voluntarista. El enfoque es realmente curioso, pues salva las preocupaciones
kantianas sobre la dignidad, libertad y superioridad de las personas sobre las
cosas en un ámbito como el teórico, donde Kant tuvo más dificultades para
establecer dichas realidades. El acercamiento machadiano al aspecto intelectual
de la filosofía de Kant, más visual
que conceptual, le sirve para
resaltar esa ventaja y superioridad que el ser cognoscente tiene sobre la
realidad conocida.
Machado toma pie en
el aspecto teórico de la filosofía de Kant para obtener de tal aspecto una
dimensión que trasciende lo teórico y se dirige a lo práctico, pero no lo hace
desde la parte de la filosofía de Kant ( que dedica a este aspecto mucho
esfuerzo en la Crítica de la Razón
Práctica y en la Fundamentación de la
Metafísica de las Costumbres ) que resultaría en principio más obvia sino
que interpreta en términos de libertad e independencia la capacidad teórica de
autoconciencia.
La superior
valoración de Kant sobre Bergson es la de la superioridad de lo intelectual
frente a lo meramente vital. En una certera y bastante novedosa intuición, muy
alejada de los tradicionales planteamientos más o menos románticos, Machado
capta en lo intelectual no el aspecto rígido, frío, analítico, sino el lado de
superior libertad que conlleva el conocimiento sobre lo que carece de él.
“ La intuición
bergsoniana, derivada del instinto, no será nunca un instrumento de libertad,
por ella seríamos esclavos de la ciega corriente vital. Sólo la inteligencia teórica
es un principio de libertad ( de libertad y de dominio ).
Libertad y dominio
son dos caras de la misma moneda.
Sólo conociendo
intelectualmente, creando el objeto, se afirma la independencia del sujeto, el
que nunca es cosa sino vidente de la cosa”.[vii]
Está presente en
Machado una fuerte identificación del conocimiento con el ojo que ve y de la
voluntad con algo ciego y acéfalo, no estando exentas estas imágenes de una
carga valorativa en la que siempre prevalece el lado visual como superior en
dignidad. En la siguiente comparación de las filosofías de Leibniz y
Schopenhauer se puede apreciar tal identificación de manera muy nítida:
“ Son dos poetas,
autores de dos poemas de gran estilo. De filósofos tienen los dos muy poco: ni
uno ni otro tuvieron la severidad del pensar, ni en la lectura de sus obras
encontramos la emoción de lo verdadero. Porque pensamos, al leerlos, que la
verdad pudiera ser lo contrario de lo que cada uno de ellos afirma. Y es que la
verdad de estas metafísicas no es filosófica, sino poética, es la expansión
integral del alma de dos épocas.
Estos dos hombres,
jocundos y creadores, rebosantes de vitalidad, han sido dos antípodas del
pensamiento. Para Leibniz, el ser pensante, ente de razón, está esparcido por
todo el universo, no hay un rincón del mundo que no albergue una conciencia. En
Schopenhauer, el mundo alcanza la misma opacidad, es todo él ceguera, acefalía,
impulso ciego. Para Leibniz lo elemental es el espíritu, su átomo es un ojo que
ve y aspira a ver más: la mónada, que se basta a sí misma, ojo, luz, e imagen
en una misma realidad integral. Para Schopenhauer la esencial realidad es la
voluntad, de la cual nada podemos decir, porque esta voluntad es en principio, no hay categoría
intelectiva que le apliquemos para definirla, ni posición teórica desde donde
podamos intuirla; de ella ha brotado el mundo de la representación, el sueño
búdico, la vana apariencia en que se ahoga la conciencia humana. Si de algún
modo se nos revela-en nuestro yo, donde el velo de maya alcanza alguna
transparencia-es como dolor, ansia de no ser, apariencia de nirvana y de
aniquilamiento de la personalidad. El ser y el pensar llegan en Schopenhauer al
más completo divorcio: en Leibniz y Spinoza habían celebrado sus bodas de oro.
En corto espacio de tiempo se dan dos metafísicas, que suponen dos creencias de
raíz opuesta: la fe en la iluminación del mundo, en la total concientización
del universo; y la fe, no menos arbitraria, en su total acefalía.”[viii]
En el anterior texto
se puede apreciar por parte de Machado el característico acercamiento más
estético que filosófico que se realiza cuando un autor no nos convence de su
verdad pero nos impresiona por la belleza de su construcción arquitectónica. No
se percibe esa cercanía más conceptual que estética que Machado tiene con Kant,
autor con el que, aunque muestre matices y discrepancias, tiene mucha más
afinidad. Ante Leibniz y Schopenhauer se muestra Machado más interesado en lo
que de síntoma de una época puedan tener estos pensadores que en lo que de verdad
puedan transmitirnos. De ahí que aprecie en ellos un impulso más poético que
filosófico y que se le aparezcan como visiones tan sugestivas como arbitrarias.
Machado estudia la
manera que tiene Kant de relacionar las intuiciones con los conceptos, materia
propia de la labor del filósofo pero también desde luego del poeta.
También es objeto de
la atención de Machado uno de los argumentos de más largo recorrido de la
historia de la filosofía: el argumento
ontológico de San Anselmo de Canterbury, al que tanta dedicación prestó
Kant, si bien la fuente de este último derivaba más de Descartes y Leibniz que
del propio Anselmo.
En Machado conviven
de manera más o menos problemática una conciencia de finitud y un anhelo de
infinito. La forma en que Machado muestra esta dialéctica no es agónica, como
en Unamuno, pero sí que es nítida y consciente. La dialéctica trascendental de Kant es para Machado una muestra clara
de ese anhelo de totalidad combinado con una conciencia clara de la
imposibilidad teórica de la misma. En la dialéctica
trascendental se ve por una lado, la natural disposición metafísica de la
razón humana junto con la imposibilidad de la propia razón de alcanzar tal
deseo de totalidad. La metafísica resulta para Kant imposible como ciencia pero
sí posible como disposición natural.
Machado, hombre
abierto a una trascendencia que probablemente veía como incierta, pudo captar
en este importante aspecto del pensamiento de Kant por un lado la tendencia
natural del hombre a platonizar y por
otro la imposibilidad racional de completar esa tendencia. En Kant la Razón, en
su necesidad de buscar lo incondicionado se muestra como un Eros platónico con un ropaje
dieciochesco, más racional que divino. De hecho, ya Platón privó de divinidad
al Eros, pues en él había una clara
herencia de indigencia incompatible con la divinidad. Kant muestra la
indigencia de la Razón en su constitutiva aspiración siempre insatisfecha.
Kant, al modo de Cervantes, que termina con las novelas de caballerías
escribiendo en cierto modo una gran novela de caballerías, hace descender a la
Metafísica del pedestal en el que la tradición filosófica la había situado
elaborando para ello una de las más grandes construcciones metafísicas que se
han realizado.
Machado, sobre todo
en su obra en prosa, disfraza de sabiduría de maestro rural una intuición
filosófica nada desdeñable servida en una prosa igualmente nada desdeñable. Hay
un sano escepticismo que nunca se enorgullece de ese cinismo (en el sentido
moderno del término) que lleva a muchas gentes, como Machado repite en más de
una ocasión, a estar de vuelta de todo sin haber ido a ninguna parte. La
clarividencia nunca se ensombrece con tonos angustiosos. No en vano, a pesar de
que los programas oficiales de literatura se nieguen de manera pertinaz a
tenerlo en cuenta, Antonio Machado es uno de los grandes prosistas en lengua
castellana del siglo XX.
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