sábado, 29 de marzo de 2014

MACHADO Y KANT.

Antonio Machado ( 1875-1939 ) es, de nuestros hombres de letras, quien más atención ha prestado a la filosofía de Kant, exceptuando a los que oficialmente pertenecen al gremio de los filósofos.
Interés por la filosofía tuvo siempre Don Antonio. Como hombre del 98 leyó a Schopenhauer y a Nietzsche. Ello era normal entre los intelectuales de su época y de su generación.
También es conocido su interés por la obra de Bergson, al que de hecho tuvo ocasión de escuchar en sus cursos. El interés por un filósofo como Bergson, volcado en el estudio del tiempo y de la conciencia se entiende fácilmente en el caso de un poeta como Machado en el que tanto el uno como la otra tienen tanto relieve.
La libertad y la intersubjetividad también fueron objeto de la atención del poeta sevillano y de ello dan cuenta tanto sus proverbios como sus prosas, en concreto su Juan de Mairena.

El ojo que ves
No es ojo porque tú lo veas;
Es ojo porque te ve.

En los anteriores versos, pertenecientes a los Proverbios y cantares se aprecia claramente una intuición del problema planteado por la filosofía moderna a partir de Descartes en cuanto que esta filosofía hizo cuestión de la realidad del mundo exterior a la propia subjetividad. También se refleja en estos versos la aguda penetración de Machado en torno al asombro que produce en toda mente que no se quede en lo superficial el hecho de la autoconciencia, el milagro de pasar de simple espejo a darse cuenta de las percepciones. Machado se percató, y de ello dejó abundantes muestras en su obra en verso y en prosa, de que un enfoque meramente especular de la conciencia era insuficiente, pues reflejar no es lo mismo que ser consciente de lo que se refleja. En su Juan de Mairena afirma:



“ Pero aunque concedamos que haya algo en la conciencia semejante a un espejo donde se reflejan imágenes más o menos parecidas a las cosas mismas, siempre debemos preguntar: ¿ y cómo percibe la conciencia las imágenes de su propio espejo? Porque una imagen en un espejo plantea para su percepción igual problema que el objeto mismo. Claro es que al espejo de la conciencia se le atribuye el poder milagroso de ser consciente, y se da por hecho que una imagen en la conciencia es la conciencia de una imagen. De este modo se esquiva el problema eterno, que plantea una evidencia del sentido común: el de la absoluta heterogeneidad entre los actos conscientes y sus objetos”.[i]



ANTONIO MACHADO.


Schopenhauer, Nietzsche o Bergson son filósofos que siempre captaron la atención de los literatos. Kant no está en este caso. Inmanuel Kant es un ejemplo típico de gran pensador que no se dirige en sus grandes obras a un público culto amplio sino a uno especializado. Caso clásico de lo que se suele entender por filósofo difícil. No obstante, para Machado, a juzgan por su testimonio, la lectura de Kant no le resultó en exceso difícil, pues en Juan de Mairena afirma que en leer la Crítica de la Razón Pura se hace un uso de la mente menos intenso que el que requiere el cultivo de algunos pasatiempos menos interesantes.
“ Si leyerais a Kant- en leer y comprender a Kant se gasta mucho menos fósforo que en descifrar tonterías sutiles y en desenredar marañas de conceptos ñoños……”[ii]
Ya en 1915, en una entrada de Los complementarios habla Machado de Kant en los siguientes términos:



“ Fue Kant el último filósofo de gran estilo. Para encontrarle su igual es preciso recordar a Platón. Pero ni Platón ni Kant crearon ningún tema esencial de la filosofía. Platón reasume la filosofía helénica, desde los jonios a los sofistas: Kant reasume la filosofía renacentista. No nos asusten los nombres de estos dos gigantes. Ni uno ni otro vinieron al mundo a poner fin a las disputas filosóficas, sino a enseñarnos a filosofar. Después de leer a Platón, no disminuye nuestra admiración por Protágoras; después de leer a Kant, aumenta nuestra afición a Hume…
En el siglo XIX ha habido una tendencia a la cobardía y a la inmunidad filosófica. Llamémosle positivismo, aceptando el término en su acepción más generalizada. El mismo nombre de Kant, de cuya cosmogonía, todavía inexacta, proviene toda la filosofía ochocentista, se quiso empujar hacia el olvido, o se le invocó como una autoridad contra la metafísica.
En España, que miró siempre de través a la cultura, el positivismo tuvo una influencia negativa, que no fue compensada por el entusiasta apego al estudio de las ciencias particulares.
Refutado el positivismo la filosofía recobra su vuelo y parte nuevamente de Kant; se reanuda la reflexión filosófica, en aquel punto en que quedó interrumpida. Todos los filósofos modernos, que merecen nombre de tales, parten de Kant, confiésenlo o no. Pero la vuelta a Kant no puede ser la resurrección de un sistema, sino de un método de severo pensar sobre el estado actual del conocimiento. No olvidemos nosotros que ese mismo positivismo, a que hoy se empieza a volver la espalda en Europa, es en España una gran laguna, y fuera fue un trozo de fecunda cultura, de gran pasión por el estudio de los hechos.”.[iii]




INMANUEL KANT.

El interés por Kant es tanto más sorprendente por cuanto Machado era hombre de formación académica limitada, hecho que en principio no predispone de manera favorable al acercamiento a Kant, y además el interés de Machado no iba dirigido a sus ensayos más populares sino a su obra crítica. Más sorprendente aún en un hombre con fuerte tendencia ética: su atención se centraba más en la Crítica de la Razón Pura que en la Crítica de la Razón práctica.
Hay algo que resulta aún más digno de mención: en el siglo XIX los hombres de letras, en especial los poetas, se acercaron con suma atención a la obra de Kant, pero la vía de acceso más natural a la misma resultó para ellos la tercera crítica, la Crítica del Juicio o mejor, la Crítica de la Facultad de Juzgar. Este fue el caso de escritores como Goethe o Schiller. El motivo tenía clara explicación: en esta tercera crítica, las preocupaciones sobre el juicio estético ocupaban un importante lugar, hasta el punto de que, de manera equivocada o mejor dicho, incompleta, se tendió a ver esta tercera crítica como una obra sobre estética de manera exclusiva.
Sabido es por parte de todos que Antonio Machado se ganó la vida como profesor de francés en diversos institutos: Soria, Baeza, Segovia y, por último, Madrid. Ya se dijo que su formación académica era bastante limitada. De hecho, Machado pudo ser profesor sin tener ninguna licenciatura, pues ello no era requisito en su época. Fue con posterioridad al logro de su cátedra cuando se preocupó de obtener una licenciatura en filosofía. Había un motivo de utilidad en esta búsqueda de un título superior: muchos de sus colegas lo superaban en los concursos de traslados del cuerpo de profesores al aportar como mérito una titulación de la que Machado carecía. Machado, pues, fue un licenciado tardío. Con todo, su acercamiento a la filosofía era sincero.
Hay en Machado preocupaciones por aspectos como la verdad, la totalidad, el infinito, que lo predisponen a acercarse a la obra de Kant.

“¿Tu verdad? No, la
Verdad;
Y ven conmigo a
Buscarla.
La tuya guárdatela.”.

Aquí vemos una postura clásica de oposición al subjetivismo. El idealismo trascendental de Kant es un idealismo en lo que se refiere al conocimiento pero no es desde luego un relativismo y a pesar del relieve que tiene el sujeto en la filosofía de Kant, no es un mero subjetivismo. Kant siempre insistió en que su idealismo trascendental no abandonaba nunca el ámbito de un realismo empírico, y para que este punto quedara claro se creyó en el caso de añadir en la Crítica de la Razón Pura una refutación del idealismo, que él concretó en lo que denominó como idealismo problemático e idealismo dogmático, adjudicando dichas posturas a Descartes y Berkeley respectivamente.
Es de rigor citar en este orden de cosas el comienzo del  Juan de Mairena :
“ La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero”.[iv]
Se muestra en este famoso comienzo de Juan de Mairena el mismo énfasis a favor de una verdad objetiva, en la que no tenga el menor peso a favor o en contra de la misma la persona que la defienda, con un acento similar al del proverbio antes mencionado.
Machado estudió a Bergson, lo asimiló pero reaccionó ante su intuicionismo reclamando por la importancia que la primacía de lo intelectual tiene para asegurar la libertad e independencia de lo humano.

ANTONIO MACHADO EN SUS ÚLTIMOS AÑOS.

“ Sólo conociendo intelectualmente, creando el objeto, se afirma la independencia del sujeto, el que nunca es cosa sino vidente de la cosa.”[v]
Tras esta afirmación de clara raigambre kantiana Machado afirma a continuación:



“ ¿ Por qué hemos renunciado-y yo el primero-durante tanto tiempo a esta suprema dignidad? Todo cambia, pasa, fluye, se trueca, incluso lo que llamamos nuestra personalidad; todo, menos ese lejano espectador, que es el yo hondo, el único, el que ve y nunca es visto.
Este hondo espectador, que retrocede ante todas las cosas, para nunca confundirse con ellas, crea a imagen y semejanza suya el mundo eleático, el de las normas inmutables, el de las ideas platónicas, y esta creación es la prueba de su poder, de su imperio.
Sin embargo…
Cabe una ideología antibergsoniana, marcadamente intelectualista y que, por natural reacción, aparecerá, si es que ya no anda por el mundo. Será una reacción, no contra la filosofía de Bergson, naturalmente, sino contra toda corriente filosófica del siglo XIX, desde el Kant de la Razón Práctica hasta nuestros días, pero especialmente desde Schopenhauer.
Una filosofía antivoluntarista, antiactivista, antivitalista.[vi]



HENRI BERGSON

La manera que tiene Machado de resaltar la espontaneidad del entendimiento, bajo su característica intuición del ojo que ve resulta bastante curiosa por cuanto le sirve para introducir la superior dignidad derivada de la espontaneidad y de la independencia del ver sobre el simple ser visto en un terreno, el del conocimiento, en el que precisamente, dado el determinismo de la naturaleza, resulta siempre problemática la admisión de la libertad.
Kant reservó su segunda crítica y la Fundamentación de la metafísica de las costumbres como ámbito en el cual se pudiera hablar de libertad, dignidad y distinguir a su vez a la persona de las cosas.
Machado, quizá por su acercamiento no estrictamente académico, no presta tanta atención al uso práctico de la razón sino que, por el contrario, partiendo del uso teórico de la misma y atendiendo de manera especial a la espontaneidad del entendimiento, resalta esa superioridad del lado intelectual sobre el meramente voluntarista. El enfoque es realmente curioso, pues salva las preocupaciones kantianas sobre la dignidad, libertad y superioridad de las personas sobre las cosas en un ámbito como el teórico, donde Kant tuvo más dificultades para establecer dichas realidades. El acercamiento machadiano al aspecto intelectual de la filosofía de Kant, más visual que conceptual, le sirve para resaltar esa ventaja y superioridad que el ser cognoscente tiene sobre la realidad conocida.
Machado toma pie en el aspecto teórico de la filosofía de Kant para obtener de tal aspecto una dimensión que trasciende lo teórico y se dirige a lo práctico, pero no lo hace desde la parte de la filosofía de Kant ( que dedica a este aspecto mucho esfuerzo en la Crítica de la Razón Práctica y en la Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres ) que resultaría en principio más obvia sino que interpreta en términos de libertad e independencia la capacidad teórica de autoconciencia.
La superior valoración de Kant sobre Bergson es la de la superioridad de lo intelectual frente a lo meramente vital. En una certera y bastante novedosa intuición, muy alejada de los tradicionales planteamientos más o menos románticos, Machado capta en lo intelectual no el aspecto rígido, frío, analítico, sino el lado de superior libertad que conlleva el conocimiento sobre lo que carece de él.



“ La intuición bergsoniana, derivada del instinto, no será nunca un instrumento de libertad, por ella seríamos esclavos de la ciega corriente vital. Sólo la inteligencia teórica es un principio de libertad ( de libertad y de dominio ).
Libertad y dominio son dos caras de la misma moneda.
Sólo conociendo intelectualmente, creando el objeto, se afirma la independencia del sujeto, el que nunca es cosa sino vidente de la cosa”.[vii]



Está presente en Machado una fuerte identificación del conocimiento con el ojo que ve y de la voluntad con algo ciego y acéfalo, no estando exentas estas imágenes de una carga valorativa en la que siempre prevalece el lado visual como superior en dignidad. En la siguiente comparación de las filosofías de Leibniz y Schopenhauer se puede apreciar tal identificación de manera muy nítida:


“ Son dos poetas, autores de dos poemas de gran estilo. De filósofos tienen los dos muy poco: ni uno ni otro tuvieron la severidad del pensar, ni en la lectura de sus obras encontramos la emoción de lo verdadero. Porque pensamos, al leerlos, que la verdad pudiera ser lo contrario de lo que cada uno de ellos afirma. Y es que la verdad de estas metafísicas no es filosófica, sino poética, es la expansión integral del alma de dos épocas.
Estos dos hombres, jocundos y creadores, rebosantes de vitalidad, han sido dos antípodas del pensamiento. Para Leibniz, el ser pensante, ente de razón, está esparcido por todo el universo, no hay un rincón del mundo que no albergue una conciencia. En Schopenhauer, el mundo alcanza la misma opacidad, es todo él ceguera, acefalía, impulso ciego. Para Leibniz lo elemental es el espíritu, su átomo es un ojo que ve y aspira a ver más: la mónada, que se basta a sí misma, ojo, luz, e imagen en una misma realidad integral. Para Schopenhauer la esencial realidad es la voluntad, de la cual nada podemos decir, porque esta voluntad es en principio, no hay categoría intelectiva que le apliquemos para definirla, ni posición teórica desde donde podamos intuirla; de ella ha brotado el mundo de la representación, el sueño búdico, la vana apariencia en que se ahoga la conciencia humana. Si de algún modo se nos revela-en nuestro yo, donde el velo de maya alcanza alguna transparencia-es como dolor, ansia de no ser, apariencia de nirvana y de aniquilamiento de la personalidad. El ser y el pensar llegan en Schopenhauer al más completo divorcio: en Leibniz y Spinoza habían celebrado sus bodas de oro. En corto espacio de tiempo se dan dos metafísicas, que suponen dos creencias de raíz opuesta: la fe en la iluminación del mundo, en la total concientización del universo; y la fe, no menos arbitraria, en su total acefalía.”[viii]





En el anterior texto se puede apreciar por parte de Machado el característico acercamiento más estético que filosófico que se realiza cuando un autor no nos convence de su verdad pero nos impresiona por la belleza de su construcción arquitectónica. No se percibe esa cercanía más conceptual que estética que Machado tiene con Kant, autor con el que, aunque muestre matices y discrepancias, tiene mucha más afinidad. Ante Leibniz y Schopenhauer se muestra Machado más interesado en lo que de síntoma de una época puedan tener estos pensadores que en lo que de verdad puedan transmitirnos. De ahí que aprecie en ellos un impulso más poético que filosófico y que se le aparezcan como visiones tan sugestivas como arbitrarias.
Machado estudia la manera que tiene Kant de relacionar las intuiciones con los conceptos, materia propia de la labor del filósofo pero también desde luego del poeta.
También es objeto de la atención de Machado uno de los argumentos de más largo recorrido de la historia de la filosofía: el argumento ontológico de San Anselmo de Canterbury, al que tanta dedicación prestó Kant, si bien la fuente de este último derivaba más de Descartes y Leibniz que del propio Anselmo.
En Machado conviven de manera más o menos problemática una conciencia de finitud y un anhelo de infinito. La forma en que Machado muestra esta dialéctica no es agónica, como en Unamuno, pero sí que es nítida y consciente. La dialéctica trascendental de Kant es para Machado una muestra clara de ese anhelo de totalidad combinado con una conciencia clara de la imposibilidad teórica de la misma. En la dialéctica trascendental se ve por una lado, la natural disposición metafísica de la razón humana junto con la imposibilidad de la propia razón de alcanzar tal deseo de totalidad. La metafísica resulta para Kant imposible como ciencia pero sí posible como disposición natural.
Machado, hombre abierto a una trascendencia que probablemente veía como incierta, pudo captar en este importante aspecto del pensamiento de Kant por un lado la tendencia natural del hombre a platonizar y por otro la imposibilidad racional de completar esa tendencia. En Kant la Razón, en su necesidad de buscar lo incondicionado se muestra como un Eros platónico con un ropaje dieciochesco, más racional que divino. De hecho, ya Platón privó de divinidad al Eros, pues en él había una clara herencia de indigencia incompatible con la divinidad. Kant muestra la indigencia de la Razón en su constitutiva aspiración siempre insatisfecha. Kant, al modo de Cervantes, que termina con las novelas de caballerías escribiendo en cierto modo una gran novela de caballerías, hace descender a la Metafísica del pedestal en el que la tradición filosófica la había situado elaborando para ello una de las más grandes construcciones metafísicas que se han realizado.
Machado, sobre todo en su obra en prosa, disfraza de sabiduría de maestro rural una intuición filosófica nada desdeñable servida en una prosa igualmente nada desdeñable. Hay un sano escepticismo que nunca se enorgullece de ese cinismo (en el sentido moderno del término) que lleva a muchas gentes, como Machado repite en más de una ocasión, a estar de vuelta de todo sin haber ido a ninguna parte. La clarividencia nunca se ensombrece con tonos angustiosos. No en vano, a pesar de que los programas oficiales de literatura se nieguen de manera pertinaz a tenerlo en cuenta, Antonio Machado es uno de los grandes prosistas en lengua castellana del siglo XX.






[i] Antonio Machado, Prosas completas ( Edición de Oreste Macrí ).1989. Madrid. Espasa-Calpe. P.1915 y siguientes.
[ii]Op.cit. Pag 1935.
[iii]Op cit  página 1183 y siguientes.
[iv] Op.Cit pag 1909.
[v] Op. Cit pag 1194.
[vi] Op.cit pag 1194.
[vii] Op cit pag 1194.
[viii] Op. Cit pag 1197



No hay comentarios: