“Los filósofos se han
limitado a interpretar el
mundo de diversos modos, pero de lo que se trata es de transformarlo”.
Marx, undécima tesis sobre Feuerbach.
Dos y dos son cuatro y no hay más que
hablar.
Esto
es verdad para la mentalidad contable, que se limita a sumar lo que tiene ante
sí. Es el modo de pensar de los que dicen: “es
lo que hay”.
Las
matemáticas no engañan: si hay dos más dos la suma dará cuatro. Si hay mil y
mil la suma dará dos mil.
Que
haya dos o mil no depende de las matemáticas, depende de lo que pongamos
nosotros. Si lo que hay no lo hemos puesto nosotros sino que nos lo hemos
encontrado, sí que depende de nosotros aceptarlo, rechazarlo o superarlo.
El
secreto de toda mentalidad tradicional consiste en convertir lo histórico en
natural, de tal manera que una situación resulte indiscutible y por tanto
aparezca como única actitud razonable someterse a ella, del mismo modo que nos
sometemos a la ley de la gravedad y no luchamos por abolirla.
Es lo que hay confunde la realidad con una manifestación temporal
de la misma. Quien se limita a ello o es un conformista o un interesado en que
lo que hay sea lo que debe haber. A
su vez el conformista es producto de
la persuasión del interesado. El
cumplimiento de este proceso se logra cuando el conformista se ve a sí mismo
como realista. Será alabado como
persona juiciosa por los demás y se verá a sí mismo como persona dotada de
sensatez y buen juicio.
Los
sumandos de los que partimos son hechos, no leyes, y como hechos dependen de
relaciones de fuerzas.
Dos
y dos dará siempre cuatro pero no es forzoso que la suma haya de ser entre dos
y dos.
Las
llamadas ciencias humanas suelen fabricar
un truco de prestidigitación por el cual el adjetivo queda dominado por el
sustantivo, de tal manera que nos fijamos más en la ciencia que en lo humano,
olvidando con ello lo que de libre y espontáneo tiene lo humano para
convertirlo en algo simplemente derivado de lo científico.
Lo
humano se venga más de una vez de este intento de convertir comportamientos
libres en simples resultantes de un cálculo, en forma de predicciones erróneas.
A su vez, la mentalidad falsamente matemática suele juzgar hechos ya pasados
como inevitables. La predicción sobre lo ya sucedido suele ser exitosa. Puesto
que lo ya pasado se vuelve rígido e inmutable en su carácter de ya acontecido,
la predicción de lo no acontecido se ve tentada a preverlo con la misma
rigidez, viéndolo como un pasado aún no efectuado.
La
teodicea era una disciplina que
dedicaba sus mayores afanes a la ardua tarea de compaginar la bondad divina con
el innegable hecho de la existencia del mal en el mundo. Como actividad de
justificación abocaba al conformismo. La teodicea sigue existiendo ahora mismo,
aunque vestida con otros ropajes, por ejemplo, bajo forma de ciencia humana. La moderna teodicea está
constituida por las varias justificaciones ideológicas que pretenden que categoricemos
la situación vivida como la única posible.
Toda
situación histórica es siempre una situación de hecho y de dominio bruto pero
siempre se ha intentado presentar dicho dominio bajo un aspecto natural,
extrayendo de esa pretendida naturaleza un mandato o deber, como en su día
ocurriera con la teoría del derecho divino de los reyes. Lo que era simple
dominio e imposición se presentaba como carga abnegada y servicio, casi como
ministerio y sacerdocio querido por Dios para la ordenación de la sociedad.
Cuando alguien se atrevía a decir que el rey estaba desnudo era perseguido,
pero cuando más de uno se daba cuenta de ello, esa autoridad natural se
disolvía como un azucarillo en agua.
La
aguda observación que Hume formulara del paso subrepticio del es al debe es algo más que un simple error lógico, es una decisión
interesada por parte de quienes ejercen el dominio y una aceptación equivocada
por parte de quienes lo sufren, que confunden un hecho temporal con un derecho
perenne.
El
“estoicismo” sigue presente en la
mayor parte de nuestros razonamientos, cada vez que aceptamos lo dado como algo
intrínsecamente dotado de sentido y como derivación de ello lo inteligente como
adaptación a lo dado.
El
estoicismo, más allá de sus grandiosas y bellas manifestaciones históricas es
la aceptación de que la misión del conocimiento es descubrir una realidad y unas leyes de dicha realidad que se ven
como inmutables y plenas de sentido. No se acepta que el conocimiento pueda ser
creativo sino sólo contemplativo. Se
ve el conocimiento como reconocimiento
y al fin como aceptación. Es un
planteamiento cosmológico. En un cosmos todo ocupa su lugar de una manera
natural y jerarquizada.
La
atención que Marx presta a la diferencia entre el sistema de Demócrito y el de
Epicuro muestra el interés hacia un planteamiento en el que el determinismo no
sofoque a la incertidumbre. Es un primer paso, el de la admisión de lo no
determinado, necesario para dar lugar a la admisión más positiva de una
libertad real.
Esa
posibilidad de indeterminación dentro de un sistema cosmológico quedó abolida
en la visión clásica de la ciencia determinista, ante lo cual, la libertad tuvo
que establecerse en el ámbito práctico, cerrado como lo tenía el ámbito
teórico.
El
primado de la Razón Práctica sobre la Especulativa
de Kant abrió un terreno fructífero para relacionar la libertad con la acción.
Ahora
pareciera que estuviéramos en la situación inversa: reducción de toda posible
acción a un ámbito rígido de actuación única. La consecuencia de ello se ve en
la actitud de no molestarse en discutir cualquier alternativa al orden vigente,
sino en burlarse de la misma. Si lo realmente existente se entiende como lo que
debe ser, quien no lo acepte no habrá de ser refutado, pues es expulsado del
terreno de lo juicioso. Será tratado en el mejor de los casos como ingenuo y en
el peor como demente.
La
tolerancia sólo tiene lugar cuando existe una razón no muy segura de sí misma.
El convencimiento absoluto en la verdad de algo lleva en sí un germen de
intransigencia, pues se entiende que la tolerancia con el error no es
compatible con el conocimiento.
Esto,
que tiene su sentido en el terreno teórico, conduce a la tiranía en el
práctico. Es el peligro inherente a lo que llamamos "ciencias humanas" cuando se
olvidan del irreductible sujeto que está en el fondo de las mismas.
Las
ciencias humanas corren el riesgo de situarse en el terreno de la primacía de
la razón teórica.
El
resultado lo podemos contemplar hoy día bajo la forma de pensamiento único.