jueves, 24 de julio de 2014

ES LO QUE HAY.

“Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de diversos modos, pero de lo que se trata es de transformarlo”.
                  
                                              Marx, undécima tesis sobre Feuerbach.

Dos y dos son cuatro y no hay más que hablar.
Esto es verdad para la mentalidad contable, que se limita a sumar lo que tiene ante sí. Es el modo de pensar de los que dicen: “es lo que hay”.
Las matemáticas no engañan: si hay dos más dos la suma dará cuatro. Si hay mil y mil la suma dará dos mil.
Que haya dos o mil no depende de las matemáticas, depende de lo que pongamos nosotros. Si lo que hay no lo hemos puesto nosotros sino que nos lo hemos encontrado, sí que depende de nosotros aceptarlo, rechazarlo o superarlo.
El secreto de toda mentalidad tradicional consiste en convertir lo histórico en natural, de tal manera que una situación resulte indiscutible y por tanto aparezca como única actitud razonable someterse a ella, del mismo modo que nos sometemos a la ley de la gravedad y no luchamos por abolirla.
Es lo que hay confunde la realidad con una manifestación temporal de la misma. Quien se limita a ello o es un conformista o un interesado en que lo que hay sea lo que debe haber. A su vez el conformista es producto de la persuasión del interesado. El cumplimiento de este proceso se logra cuando el conformista se ve a sí mismo como realista. Será alabado como persona juiciosa por los demás y se verá a sí mismo como persona dotada de sensatez y buen juicio.
Los sumandos de los que partimos son hechos, no leyes, y como hechos dependen de relaciones de fuerzas.
Dos y dos dará siempre cuatro pero no es forzoso que la suma haya de ser entre dos y dos.
Las llamadas ciencias humanas suelen fabricar un truco de prestidigitación por el cual el adjetivo queda dominado por el sustantivo, de tal manera que nos fijamos más en la ciencia que en lo humano, olvidando con ello lo que de libre y espontáneo tiene lo humano para convertirlo en algo simplemente derivado de lo científico.
Lo humano se venga más de una vez de este intento de convertir comportamientos libres en simples resultantes de un cálculo, en forma de predicciones erróneas. A su vez, la mentalidad falsamente matemática suele juzgar hechos ya pasados como inevitables. La predicción sobre lo ya sucedido suele ser exitosa. Puesto que lo ya pasado se vuelve rígido e inmutable en su carácter de ya acontecido, la predicción de lo no acontecido se ve tentada a preverlo con la misma rigidez, viéndolo como un pasado aún no efectuado.
La teodicea era una disciplina que dedicaba sus mayores afanes a la ardua tarea de compaginar la bondad divina con el innegable hecho de la existencia del mal en el mundo. Como actividad de justificación abocaba al conformismo. La teodicea sigue existiendo ahora mismo, aunque vestida con otros ropajes, por ejemplo, bajo forma de ciencia humana. La moderna teodicea está constituida por las varias justificaciones ideológicas que pretenden que categoricemos la situación vivida como la única posible.
Toda situación histórica es siempre una situación de hecho y de dominio bruto pero siempre se ha intentado presentar dicho dominio bajo un aspecto natural, extrayendo de esa pretendida naturaleza un mandato o deber, como en su día ocurriera con la teoría del derecho divino de los reyes. Lo que era simple dominio e imposición se presentaba como carga abnegada y servicio, casi como ministerio y sacerdocio querido por Dios para la ordenación de la sociedad. Cuando alguien se atrevía a decir que el rey estaba desnudo era perseguido, pero cuando más de uno se daba cuenta de ello, esa autoridad natural se disolvía como un azucarillo en agua.
La aguda observación que Hume formulara del paso subrepticio del es al debe es algo más que un simple error lógico, es una decisión interesada por parte de quienes ejercen el dominio y una aceptación equivocada por parte de quienes lo sufren, que confunden un hecho temporal con un derecho perenne.
El “estoicismo” sigue presente en la mayor parte de nuestros razonamientos, cada vez que aceptamos lo dado como algo intrínsecamente dotado de sentido y como derivación de ello lo inteligente como adaptación a lo dado.
El estoicismo, más allá de sus grandiosas y bellas manifestaciones históricas es la aceptación de que la misión del conocimiento es descubrir una realidad y unas leyes de dicha realidad que se ven como inmutables y plenas de sentido. No se acepta que el conocimiento pueda ser creativo sino sólo contemplativo. Se ve el conocimiento como reconocimiento y al fin como aceptación. Es un planteamiento cosmológico. En un cosmos todo ocupa su lugar de una manera natural y jerarquizada.
La atención que Marx presta a la diferencia entre el sistema de Demócrito y el de Epicuro muestra el interés hacia un planteamiento en el que el determinismo no sofoque a la incertidumbre. Es un primer paso, el de la admisión de lo no determinado, necesario para dar lugar a la admisión más positiva de una libertad real.
Esa posibilidad de indeterminación dentro de un sistema cosmológico quedó abolida en la visión clásica de la ciencia determinista, ante lo cual, la libertad tuvo que establecerse en el ámbito práctico, cerrado como lo tenía el ámbito teórico.
El primado de la Razón Práctica sobre la Especulativa de Kant abrió un terreno fructífero para relacionar la libertad con la acción.
Ahora pareciera que estuviéramos en la situación inversa: reducción de toda posible acción a un ámbito rígido de actuación única. La consecuencia de ello se ve en la actitud de no molestarse en discutir cualquier alternativa al orden vigente, sino en burlarse de la misma. Si lo realmente existente se entiende como lo que debe ser, quien no lo acepte no habrá de ser refutado, pues es expulsado del terreno de lo juicioso. Será tratado en el mejor de los casos como ingenuo y en el peor como demente.
La tolerancia sólo tiene lugar cuando existe una razón no muy segura de sí misma. El convencimiento absoluto en la verdad de algo lleva en sí un germen de intransigencia, pues se entiende que la tolerancia con el error no es compatible con el conocimiento.
Esto, que tiene su sentido en el terreno teórico, conduce a la tiranía en el práctico. Es el peligro inherente a lo que llamamos "ciencias humanas" cuando se olvidan del irreductible sujeto que está en el fondo de las mismas.
Las ciencias humanas corren el riesgo de situarse en el terreno de la primacía de la razón teórica.
El resultado lo podemos contemplar hoy día bajo la forma de pensamiento único.


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