La
mente infinita de Laplace está en un plano superior de conocimiento matemático
pues dado un estado determinado del universo es capaz de prever un estado
futuro del mismo con toda exactitud.
La
forma de ver kantiana comparte el mismo determinismo en lo que al mundo
fenoménico se refiere. En tal ámbito tendría que ser posible en teoría prever
cualquier acontecimiento, incluso un acto del hombre entendido como parte de la
naturaleza con la misma exactitud con la que es posible prever un eclipse de
sol o de luna. La libertad en Kant se sitúa en otra dimensión, como la razón de
ser de la moral, que a su vez se plantea
como un hecho de la razón, el único hecho de la razón, que, como tal no se
discute pero del que hay que explicar su condición de posibilidad. La libertad
es la ratio essendi de la moral, y la
moral, la ratio cognoscendi de la
libertad.
El
planteamiento de Laplace y el de Kant son deudores de una visión mecanicista
del universo. Hay en estos planteamientos la tendencia a ver el mundo como una
máquina, quizá como un reloj del cual conocemos cada vez con más exactitud sus
piezas y sus engranajes. El planteamiento premoderno era más deudor a una
visión organicista, en la cual predomina lo vital sobre lo mecánico. La tercera
crítica de Kant, la Crítica del Juicio,
es un esfuerzo por dar cuenta de ese aspecto orgánico que no se deja reducir
fácilmente a consideraciones mecánicas. La finalidad
reclama su puesto junto con la eficiencia.
El
Dios providente del cristianismo es más complejo pues en su infinita sabiduría
conoce todo lo que fue, es y será, pero en este caso la situación es más difícil
de concebir pues tal conocimiento no proviene de una mente capaz de infinito
cálculo sino de un saber pleno de lo que el hombre, sin ningún tipo de
predeterminación hará. Es una mente que sabe con plenitud pero no con cálculo.
La mente infinita de Laplace, al basar su saber en la noción de cálculo
requiere una situación inicial dada al ejercicio de tal cálculo, a modo de
problema planteado y en este sentido denota una cierta pasividad. En todo
problema que sea preciso resolver ( y en este sentido el cálculo es un
procedimiento para resolver un problema ) la situación problemática viene
planteada por una instancia ajena a la mente que va a ejercer el cálculo. Parece
abrirse de este modo una brecha entre la capacidad de cálculo y la capacidad de
creación. Si confrontamos el planteamiento de Laplace con el de Vico veremos
cómo en este último la omnisciencia divina deriva no de la infinita potencia de
cálculo sino del íntimo conocimiento que Dios tiene de un mundo que ha sido
creado por Él.
La
polémica entre Lutero y Erasmo sobre el libre albedrío se mueve en esta
disyuntiva entre libertad y conocimiento. Erasmo concede al hombre la libertad
y atribuye a Dios el conocimiento de lo que el hombre libremente determinará.
En
una posición determinista absoluta la predeterminación no plantea ningún
problema. El problema viene dado cuando se quiere dar cuenta, ya de la
moralidad, como en el caso de Kant, ya de la necesaria libertad para que tenga
sentido la actuación del hombre, como en la teología medieval.
Las
soluciones son siempre problemáticas: los dos ámbitos de Kant ( fenoménico o
nouménico ) o la difícil conciliación entre un saber divino de lo que el hombre
hará con la libertad con la cual a su vez tal hombre hará lo que Dios ya sabe
que hará.
En
todos estos planteamientos se parte de la posibilidad de un saber total sobre
el universo y sobre la actuación del hombre en dicho universo, si bien universo
en sentido pleno sólo lo puede ser el que plantea la ciencia moderna a partir
de Kepler, Galileo y Newton, con su tendencia a encontrar leyes que sirvan para
explicar los hechos de un mundo en el que no se admiten ya distinciones
jerárquicas en cuanto a sus leyes de funcionamiento.
En el caso del pensamiento cristiano medieval es mejor hablar de criaturas y mundo creado, en el cual hay regiones de distinta jerarquía.
En el caso del pensamiento cristiano medieval es mejor hablar de criaturas y mundo creado, en el cual hay regiones de distinta jerarquía.
El
conocimiento de las leyes explicativas de un determinado ámbito parece oponerse
a la libertad con que actúan los agentes del mismo. La progresiva
cuantificación de la ciencia ha ido borrando cualquier sombra de tendencia con la que los agentes actúan,
y el posible resto de libertad que cabe suponer a un agente que actúa
espontáneamente queda suprimido cuando dicha espontaneidad es sustituída por la
consideración del motivo como factor
que explica la acción, pues “motivo” no es sino el nombre que se le da a una
acción causal en el ámbito humano.
Queda
de este modo planteada la cuestión por la posibilidad de admitir la libertad si
a su vez se admite la tendencia a encontrar leyes que den cuenta de todos los
hechos.
Suprimir
la libertad por considerar que el avance del conocimiento la hará prescindible
es tanto como admitir que la libertad no tiene más entidad que la que le preste
nuestra ignorancia. Si en un planteamiento racionalista clásico como el de
Leibniz las verdades de hecho se podrían convertir en verdades de razón por el
imperio del principio de Razón Suficiente, no habría ya lugar al debate y su
lugar debería ser ocupado por el cálculo.
Las
implicaciones de tal planteamiento tienen consecuencias ontológicas pero
también éticas y políticas.
Se
debate en una asamblea pero no se calcula.
En
la visión medieval y premoderna la providencia y el saber divinos no se oponen
a la libertad. Aquí el saber no se identifica con el cálculo sino con la
capacidad de penetración en lo más recóndito de una conciencia que se sigue
viendo como libre. La libertad, según esta forma de entender las cosas, no es
un nombre que damos a una ignorancia derivada de la limitación de nuestro
conocimiento. La libertad es una facultad de elegir los medios en orden a
conseguir un fin, Facultas electiva
mediorum servato ordine finis.
La
manera de conjugar la omnisciencia divina y la libertad humana se consigue no
derivando las acciones de los hombres de un decreto primero que los convirtiera
en simples eslabones de un mecanismo necesario sino dejando actuar libremente a
esos hombres ante una suprema inteligencia a la cual no podrá escapar nada de
lo que vayan a pensar, sentir o realizar.
El
planteamiento mecanicista, con su saber basado en el cálculo es un punto de
partida siempre penúltimo, pues el cálculo se realiza a partir de una
situación. Comparte esta visión el planteamiento de todo problema , de acuerdo
con lo cual es preciso admitir los datos del problema.
Este
es el lugar en el que se sitúa la ciencia moderna. Se parte de los datos, no en
el sentido de experiencia en bruto sino en el sentido de situación dada a la
cual es preciso darle una explicación y saber cuales pueden ser sus
derivaciones. Conforme se sabe con más precisión menos lugar queda para la
incertidumbre.
El
enfoque premoderno intenta conjugar la libertad humana con la omnisciencia de
Dios pero también en él se hace muy difícil establecer una relación correcta
entre la omnipotencia divina y la libertad humana. Libertad es espontaneidad,
capacidad de traer al ser algo nuevo, teniendo en cuenta que ese algo no es
preciso que sea un objeto, puede ser una acción. En la medida en que el hombre
está dotado de esa capacidad en cuanto libre es difícil negarle una cierta
esfera de creación ante la cual la omnipotencia divina parece resentirse. En la
medida en que el hombre es libre, Dios aunque sepa lo que va a hacer, parece
saberlo más en un sentido de reconocimiento que en un sentido de determinación.
Lo que se atribuye a su omnisciencia parece retraerse de su omnipotencia. Lo
que se reconoce parece siempre venir de un ámbito ajeno.
El
teísmo encierra de este modo una
íntima contradicción llena de tensiones que difícilmente resuelven en una
superación.
La
sensibilidad en Kant es receptividad y en este sentido introduce un factor de
pasividad que hace al entendimiento , aun reconocido como espontáneo,
dependiente. Con todo, parece como si el ideal de un entendimiento arketypus introdujera
una posibilidad de creatividad no mermada por pasividad alguna.
La
manera en que Descartes habla de la idea de infinito como innata y no facticia es más una opción que una
demostración estricta.
En
ambos casos se apunta a algo no limitado, en Descartes de manera positiva, en
Kant de manera ideal.
En Kant y en Descartes no deja de estar presente la
forma de pensar platónica y también tomista de un grado óptimo como culminación,
bien real o bien pensada.
Tanto en Kant como en Descartes está presente ese
residuo no explícito de optatividad, como ámbito de una posible libertad
constitutiva y no dada.
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