miércoles, 2 de julio de 2014

OCURRENCIAS DESORDENADAS SOBRE LA LIBERTAD.

La mente infinita de Laplace está en un plano superior de conocimiento matemático pues dado un estado determinado del universo es capaz de prever un estado futuro del  mismo con toda exactitud.
La forma de ver kantiana comparte el mismo determinismo en lo que al mundo fenoménico se refiere. En tal ámbito tendría que ser posible en teoría prever cualquier acontecimiento, incluso un acto del hombre entendido como parte de la naturaleza con la misma exactitud con la que es posible prever un eclipse de sol o de luna. La libertad en Kant se sitúa en otra dimensión, como la razón de ser de  la moral, que a su vez se plantea como un hecho de la razón, el único hecho de la razón, que, como tal no se discute pero del que hay que explicar su condición de posibilidad. La libertad es la ratio essendi de la moral, y la moral, la ratio cognoscendi de la libertad.
El planteamiento de Laplace y el de Kant son deudores de una visión mecanicista del universo. Hay en estos planteamientos la tendencia a ver el mundo como una máquina, quizá como un reloj del cual conocemos cada vez con más exactitud sus piezas y sus engranajes. El planteamiento premoderno era más deudor a una visión organicista, en la cual predomina lo vital sobre lo mecánico. La tercera crítica de Kant, la Crítica del Juicio, es un esfuerzo por dar cuenta de ese aspecto orgánico que no se deja reducir fácilmente a consideraciones mecánicas. La finalidad reclama su puesto junto con la eficiencia.
El Dios providente del cristianismo es más complejo pues en su infinita sabiduría conoce todo lo que fue, es y será, pero en este caso la situación es más difícil de concebir pues tal conocimiento no proviene de una mente capaz de infinito cálculo sino de un saber pleno de lo que el hombre, sin ningún tipo de predeterminación hará. Es una mente que sabe con plenitud pero no con cálculo. La mente infinita de Laplace, al basar su saber en la noción de cálculo requiere una situación inicial dada al ejercicio de tal cálculo, a modo de problema planteado y en este sentido denota una cierta pasividad. En todo problema que sea preciso resolver ( y en este sentido el cálculo es un procedimiento para resolver un problema ) la situación problemática viene planteada por una instancia ajena a la mente que va a ejercer el cálculo. Parece abrirse de este modo una brecha entre la capacidad de cálculo y la capacidad de creación. Si confrontamos el planteamiento de Laplace con el de Vico veremos cómo en este último la omnisciencia divina deriva no de la infinita potencia de cálculo sino del íntimo conocimiento que Dios tiene de un mundo que ha sido creado por Él.
La polémica entre Lutero y Erasmo sobre el libre albedrío se mueve en esta disyuntiva entre libertad y conocimiento. Erasmo concede al hombre la libertad y atribuye a Dios el conocimiento de lo que el hombre libremente determinará.
En una posición determinista absoluta la predeterminación no plantea ningún problema. El problema viene dado cuando se quiere dar cuenta, ya de la moralidad, como en el caso de Kant, ya de la necesaria libertad para que tenga sentido la actuación del hombre, como en la teología medieval.
Las soluciones son siempre problemáticas: los dos ámbitos de Kant ( fenoménico o nouménico ) o la difícil conciliación entre un saber divino de lo que el hombre hará con la libertad con la cual a su vez tal hombre hará lo que Dios ya sabe que hará.
En todos estos planteamientos se parte de la posibilidad de un saber total sobre el universo y sobre la actuación del hombre en dicho universo, si bien universo en sentido pleno sólo lo puede ser el que plantea la ciencia moderna a partir de Kepler, Galileo y Newton, con su tendencia a encontrar leyes que sirvan para explicar los hechos de un mundo en el que no se admiten ya distinciones jerárquicas en cuanto a sus leyes de funcionamiento.
En el caso del pensamiento cristiano medieval es mejor hablar de criaturas y mundo creado, en el cual hay regiones de distinta jerarquía.
El conocimiento de las leyes explicativas de un determinado ámbito parece oponerse a la libertad con que actúan los agentes del mismo. La progresiva cuantificación de la ciencia ha ido borrando cualquier sombra de tendencia con la que los agentes actúan, y el posible resto de libertad que cabe suponer a un agente que actúa espontáneamente queda suprimido cuando dicha espontaneidad es sustituída por la consideración del motivo como factor que explica la acción, pues “motivo” no es sino el nombre que se le da a una acción causal en el ámbito humano.
Queda de este modo planteada la cuestión por la posibilidad de admitir la libertad si a su vez se admite la tendencia a encontrar leyes que den cuenta de todos los hechos.
Suprimir la libertad por considerar que el avance del conocimiento la hará prescindible es tanto como admitir que la libertad no tiene más entidad que la que le preste nuestra ignorancia. Si en un planteamiento racionalista clásico como el de Leibniz las verdades de hecho se podrían convertir en verdades de razón por el imperio del principio de Razón Suficiente, no habría ya lugar al debate y su lugar debería ser ocupado por el cálculo.
Las implicaciones de tal planteamiento tienen consecuencias ontológicas pero también éticas y políticas.
Se debate en una asamblea pero no se calcula.
En la visión medieval y premoderna la providencia y el saber divinos no se oponen a la libertad. Aquí el saber no se identifica con el cálculo sino con la capacidad de penetración en lo más recóndito de una conciencia que se sigue viendo como libre. La libertad, según esta forma de entender las cosas, no es un nombre que damos a una ignorancia derivada de la limitación de nuestro conocimiento. La libertad es una facultad de elegir los medios en orden a conseguir un fin, Facultas electiva mediorum servato ordine finis.
La manera de conjugar la omnisciencia divina y la libertad humana se consigue no derivando las acciones de los hombres de un decreto primero que los convirtiera en simples eslabones de un mecanismo necesario sino dejando actuar libremente a esos hombres ante una suprema inteligencia a la cual no podrá escapar nada de lo que vayan a pensar, sentir o realizar.
El planteamiento mecanicista, con su saber basado en el cálculo es un punto de partida siempre penúltimo, pues el cálculo se realiza a partir de una situación. Comparte esta visión el planteamiento de todo problema , de acuerdo con lo cual es preciso admitir los datos del problema.
Este es el lugar en el que se sitúa la ciencia moderna. Se parte de los datos, no en el sentido de experiencia en bruto sino en el sentido de situación dada a la cual es preciso darle una explicación y saber cuales pueden ser sus derivaciones. Conforme se sabe con más precisión menos lugar queda para la incertidumbre.
El enfoque premoderno intenta conjugar la libertad humana con la omnisciencia de Dios pero también en él se hace muy difícil establecer una relación correcta entre la omnipotencia divina y la libertad humana. Libertad es espontaneidad, capacidad de traer al ser algo nuevo, teniendo en cuenta que ese algo no es preciso que sea un objeto, puede ser una acción. En la medida en que el hombre está dotado de esa capacidad en cuanto libre es difícil negarle una cierta esfera de creación ante la cual la omnipotencia divina parece resentirse. En la medida en que el hombre es libre, Dios aunque sepa lo que va a hacer, parece saberlo más en un sentido de reconocimiento que en un sentido de determinación. Lo que se atribuye a su omnisciencia parece retraerse de su omnipotencia. Lo que se reconoce parece siempre venir de un ámbito ajeno.
El teísmo encierra de este modo una íntima contradicción llena de tensiones que difícilmente resuelven en una superación.


La sensibilidad en Kant es receptividad y en este sentido introduce un factor de pasividad que hace al entendimiento , aun reconocido como espontáneo, dependiente. Con todo, parece como si el ideal de un entendimiento arketypus  introdujera una posibilidad de creatividad no mermada por pasividad alguna.
La manera en que Descartes habla de la idea de infinito como innata y no facticia es más una opción que una demostración estricta.
En ambos casos se apunta a algo no limitado, en Descartes de manera positiva, en Kant de manera ideal.
En Kant y en Descartes no deja de estar presente la forma de pensar platónica y también tomista de un grado óptimo como culminación, bien real o bien pensada.
Tanto en Kant como en Descartes está presente ese residuo no explícito de optatividad, como ámbito de una posible libertad constitutiva y no dada.



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