jueves, 27 de noviembre de 2014

EL FUTURO DEL PEQUEÑO NICOLÁS.

Un joven de 20 años con cara de pánfilo ha conseguido crear desconcierto y nerviosismo en instituciones importantes del Estado.
Ha logrado, con sus dotes de persuasión estafar a algún empresario, se ha hecho con el teléfono del rey Juan Carlos y ha pretendido hacer creer que su concurso era necesario para resolver “lo de Cataluña”.



El joven tiene cara de pánfilo pero ha sido necesario el concurso de muchos pánfilos no tan jóvenes para que haya cosechado tal cantidad de hazañas.
A más de uno la vergüenza que sin duda debe de sentir le hará guardar silencio y como consecuencia, se alimentará la especulación y se agigantará la figura de quien no es más que un globo inconsistente.
Ya que ha dimitido la ministra de sanidad, no sería mala idea encomendarle a nuestro joven estratega el cargo vacante para, de ese modo, garantizar el nivel de eficacia con que dicho cargo ha sido desempeñado hasta ahora. La calidad de la gestión sería similar pero a su vez la capacidad oratoria y comunicativa mejoraría de manera palpable.
Continuidad en la gestión, mejora en la comunicación y relevo generacional, tres objetivos importantes que con un tal nombramiento se obtendrían.
A la ya conocida sagacidad del Presidente no le podrá pasar desapercibida esta oportunidad que se le presenta de otorgar un nombramiento a la altura del nivel en el que estamos. Si a ello añadimos su conocido gusto por afrontar las dificultades y tomar decisiones, se puede dar ya por hecho el paso.
¡Ánimo, Presidente!


martes, 18 de noviembre de 2014

USTED.

Ha desaparecido en España el trato de “usted”. Difícil es encontrarse con alguien que lo emplee. He visto más de una vez cómo personas más jóvenes, como puedan ser dependientes de una tienda, se dirigen a personas que ya tienen nietos o biznietos ( también es correcto “bisnieto”) con un contundente y expeditivo: “¿qué más quieres?”.
¿Me molesta? De acuerdo con los tiempos tendría que decir que no, pero mentiría. Siempre me ha molestado que en ciertos ámbitos no se respete la distinción entre el “tú” y el “usted”.
Se suele dar como argumento que el tuteo resulta más “familiar” pero tal forma de razonar da por supuesto que una persona desea ser tratada como si fuera parte de la familia de quien así habla, cosa que parece estar lejos de la realidad en un gran número de casos.
Cuando en la oficina bancaria le hablan a uno de “tú”, pretendiendo expresar confianza, a mí más bien me transmite recelo e incluso temor. Si el banco se presenta como parte de mi familia, yo veo más bien en el mismo a otro tipo de familia, más próxima a la “familia” napolitana o siciliana.
El uso indiscriminado del “tuteo” expresa la dificultad que en España tenemos a la hora de distinguir entre el ámbito más personal y familiar y el ámbito social.
Se suele decir que “usted” indica distancia, pero, ¿ qué de malo tiene la distancia?
Antiguamente cuando alguien se permitía apear el “usted” a una persona de él no conocida, esta última solía decir: “Oiga, ¿cuándo he comido yo con usted?” Hoy tal respuesta apenas sería entendida.
Con todo, lo más lamentable de perder un uso es que se pierde un matiz, siendo el resultado una mayor pobreza. Si el castellano nos brinda la posibilidad de matizar el grado de confianza de una relación, no hay motivo para que tal matiz se anule con nuestra manera de usar el lenguaje.
Si con todos tenemos confianza es tanto como no tenerla con nadie.
Los borbones españoles siempre tuvieron la costumbre de tutear a todo el mundo, pero no son un buen ejemplo. Parece que en Inglaterra es normativo el llamado “inglés de la reina”. Aquí, con Juan Carlos, el español del rey no llevaría a nadie a conseguir el Nobel. Felipe VI parece que no tutea tanto a todo el mundo. No está mal.
El uso generalizado del “tuteo” no deja de ser un caso particular de algo más grave: la generalización del registro coloquial.
No se habla igual en la barra del bar que si uno tiene a su cargo dar una conferencia. Si cuando vas a tomar un café tu compañero te da una conferencia, lo acabarás viendo como un pedante ( he conocido a alguno ). Si el que da la conferencia lo hace como si estuviera hablando en la barra de un bar, nos parecerá que no mantiene su parlamento al adecuado nivel.
Eso sería no saber cuándo hay que emplear el registro coloquial y cuándo el registro más formal. Si toda habla es coloquial, el resultado es la falta de distinción y, en última instancia la confusión.
Por mucho que le hables al profesor de “tú” te va a suspender si lo considera adecuado. Por mucho que le hables de “tú” al agente de la autoridad, te va a poner la multa, si llega el caso. Si te van a suspender o multar, por lo menos que no piensen que los quieres.


miércoles, 12 de noviembre de 2014

LA GUILLOTINA DINÁMICA.

Sabido es por la mayor parte de gentes ilustradas cómo el espíritu geométrico y racional del siglo XVIII derivó en una orgía de ejecuciones sangrientas durante el periodo de la Revolución Francesa. Ya el genial Francisco de Goya intuyó que los sueños de la razón producen monstruos.



El procedimiento para ejecutar a quienes la Revolución juzgaba en cada momento como sus enemigos no dejaba de ser un fruto de ese mismo espíritu geométrico que tiñó al Siglo de las Luces. El sorprendente artefacto que Monsieur Guillotin, aunque no inventado por él, puso a disposición de los ardorosos defensores del nuevo orden se basaba en escuetos y exactos procedimientos físico-matemáticos. La guillotina no era más que una afilada cuchilla que desde una altura razonable caía sobre el cuello del ocasional enemigo del pueblo siguiendo las estrictas leyes de la uniforme aceleración de un cuerpo en caída libre ayudada tal caída por la verticalidad de los rieles que guiaban  al inexorable y delgado cuerpo desde su altura hasta su destino final, cuando al impactar contra el cuello del condenado seccionaba la cabeza del mismo y, consecuencia de ello, terminaba con la vida del contrarrevolucionario.

Robespierre


Amén de confirmar la potencialidad mortífera de la aceleración, también el rápido deslizamiento de la cuchilla daba lugar a reflexiones acerca de la transformación de la energía potencial en energía cinética.
En el mismo orden de cosas daba pábulo la guillotina a consideraciones agudas en torno a la diferencia entre divisibilidad física y cualitativa, pues con el ejercicio de la decapitación se podía constatar cómo un cuerpo es una realidad extensa y por ende divisible, pero una persona no lo es. Un cuerpo dividido en dos daba como resultado dos cuerpos, eso sí, inertes, pero no daba como resultado dos personas sino la aniquilación de una persona.
Robespierre, dedicado con generoso afán en la búsqueda de enemigos a los que aplicar el suplicio de la guillotina tuvo oportunidad de terminar sus días con una experiencia propia de la eficacia del procedimiento que con tanto celo había contribuido a difundir. El virtuoso y oscuro abogado de Arras subió al patíbulo y se le aplicó la medicina que tantos sufrieron antes de él. El efecto, inexorable como siempre: su cuerpo se dividió en cabeza y tronco y su persona se aniquiló.
La guillotina era un instrumento que respondía a la ciencia de la época, determinista y mecanicista. La guillotina de la revolución era por tanto una guillotina mecánica.

Autorretrato de Goya.


Tras las elegantes y recortadas pelucas de la segunda mitad del siglo XVIII se ocultaba la furia , en apariencia purificadora pero a la postre aniquiladora. Tras decenios de adoración a la diosa razón Europa acabó desfilando al compás de Napoleón Bonaparte. Goya y Beethoven supieron captar con su arte el tránsito del jardín francés a la tormenta desatada e imprevisible. El fruto de todo ello lo llamamos Romanticismo.

Beethoven.



Hoy día, si de nuevo se desatara en algún lugar el furor revolucionario, la guillotina debería ajustarse a los nuevos avances, en especial a las posibilidades que la electrónica ofrece. La nueva guillotina habría de ser pues una guillotina dinámica, que sustituyera a la vieja guillotina mecánica.
Piénsese en los cierres electrónicos de puertas que algunos establecimientos poseen o en las modernas persianas que, gracias a la misma electrónica, pueden ser subidas o bajadas apretando un botón, tal como hacemos con los cristales de las ventanillas de los automóviles ( elevalunas eléctrico lo llaman, como si sólo se elevaran las lunas y nunca se bajaran).
Si aplicáramos a la guillotina los mismos procedimientos que nos permiten elevar o bajar las lunas o subir o bajar las persianas, por procedimientos eléctricos, el resultado sería un deslizamiento más suave y armonioso de la cuchilla aniquiladora, que caería sobre el cuello del condenado no con la brusquedad de la aceleración sino con la suavidad de un movimiento uniforme pero constante. A su vez, el control que el verdugo tendría del artefacto le permitiría un margen de discrecionalidad, de tal manera que pudiera, conforme la cuchilla se aproximara al cuello del reo, detener su marcha, elevar la cuchilla de nuevo, hacer que volviera a descender, de tal manera que se plasmara en la mente del condenado el principio de incertidumbre más acorde con la actual visión del universo en vez de la vieja aunque inexorable certidumbre del paradigma mecanicista.

La posición que en la guillotina mecánica adoptaba el condenado, mirando hacia el suelo, le impedía ver la llegada hacia sí de la cuchilla. En el nuevo modelo, se podría poner ante la vista del justiciable un espejo que le permitiera a este ver las sucesivas, aleatorias e imprevistas aproximaciones y alejamientos de la cuchilla. Las cajas y tambores que solían acompañar a los condenados dieciochescos podrían ser sustituidas por música grabada, adecuada al momento, por ejemplo, Una noche en el monte pelado de Músorgski, si bien, cabe contemplar la posibilidad de permitir aquí que se cumpla la última voluntad de la persona que va a ser ejecutada, y que en su lugar pueda optar por En un mercado persa o por Guantanamera, según sus gustos y estética.

sábado, 8 de noviembre de 2014

EL FILÓSOFO COMO EXTRATERRESTRE.

Nada resulta más desesperante e irritante como asistir a las escasas ocasiones en las que los medios de comunicación entrevistan a un profesional de la filosofía. Lo más habitual es que el entrevistador trate al personaje en cuestión como a alguien que se dedica a un quehacer extraño, estrambótico, raro, casi imposible. Una entrevista a un torero finlandés no se presentaría enmarcada en un encuadre más exótico.

INMANUEL KANT.



La primera pregunta que nuestro filósofo va a escuchar se puede anticipar sin error: ¿ para qué sirve un filósofo? El mayor respeto que cualquier otra actividad suscita se muestra ya de entrada en la manera de preguntar, pues lo más frecuente es interesarse acerca de a qué se dedica alguien, en vez de preguntarle directamente que para qué sirve.
La manera de preguntar obliga ya desde el inicio al entrevistado a situarse en una posición defensiva pues en vez de hablar de su ocupación se ve obligado a justificar y defender su mera existencia. En vez de decir qué hace tiene que dar razones de por qué no es inútil.
En sentido contrario, cuando a otros profesionales se les pregunta por sus actividades, se les da ya de entrada una presunción de utilidad. En otras profesiones basta con decir qué se hace para presuponer que lo que se hace sirve para algo.
Sin duda el filósofo servirá para algo o más bien para nada, pero ello dependerá de su capacidad y no del mero hecho de dedicarse a un campo determinado del conocimiento.
En todo caso, la perversa manera de preguntar del entrevistador no va a permitir con facilidad una respuesta inteligente pues nadie es buen juez de sí mismo y la utilidad, igual que la bondad, la belleza o la inteligencia, no se pueden deducir de lo que uno dice sino de lo que uno muestra.
En mi modesta condición de profesor de filosofía, que no de filósofo, lo que suelo decir cuando alguien me pregunta que para qué sirve la filosofía es preguntarle a su vez: ¿ para qué sirves tú? No lo hago por enfado o impertinencia sino como incitación a la reflexión.
Realmente no servimos para nada, pero no por inutilidad sino porque todo lo que sirve para otra cosa es siempre algo instrumental, secundario, que está al servicio de la cosa para la cual sirve. Los fines últimos no sirven para nada, no por inútiles, sino por últimos. Lo diré en términos de Kant: somos personas, no cosas.
¿Sirve la vida para algo? No. Por eso es tan importante y todas las demás cosas deben servirle a ella. Quien es señor no sirve.

Por cierto, una pregunta. ¿ Para qué sirve un senador?.

domingo, 2 de noviembre de 2014

NOVIEMBRE Y LA NAVIDAD.

Llega el mes de noviembre y con él los preparativos para la Navidad.
Cada año se anticipa más la preparación de tal evento y ya es posible encontrar en más de un establecimiento la oferta de productos navideños tales como árboles de Noel, nacimientos y los respectivos adornos de bolas de todo tamaño y figuras de pesebre.
El mes de noviembre, tradicionalmente unido a connotaciones fúnebres ha visto transmutarse su carácter y ha quedado como un mes de preparación para la Navidad.



El inicio del mes, en la noche del día uno no hace recordar ya a nadie la noche de difuntos. En su lugar, una ridícula manifestación de colonialismo cultural ha sustituido el recuerdo de los nuestros, de quienes nos dejaron por una mascarada de calaveras, muertos vivientes y el innegable placer que sin duda proporciona el lanzamiento de huevos contra los autobuses a unos adolescentes satisfechos del mérito de su certera hazaña.
País mayoritariamente cristiano y católico, casi nadie conoce en España los tiempos litúrgicos y por tanto, casi nadie repara en que falta aún más de un mes largo para que dé inicio la Navidad. Ni siquiera ha comenzado aún el Adviento aunque, ¿ quién sabe aquí lo que es el Adviento?.
Se inician dos meses de incitación al consumo con mensajes dirigidos hacia una población privada, tras años de empobrecimiento, de la posibilidad de consumir.
La sociedad actual, construida sobre la inconsciencia de un presente feliz, ha abolido, ha expulsado de sí todo aquello que no se ajusta a su inmutable falsedad. La sustitución del carácter meditativo que el mes de noviembre tenía por el de un mes de iniciación a la Navidad, con su oferta de felicidad de chispeantes burbujas no es más que la última manifestación del olvido de la única certeza, la muerte, y su sustitución por la única falsedad absolutamente cierta: la de una vida perenne y eternamente feliz.
No soy yo de aquellos que participan del casi obligado desagrado que las fiestas de Navidad causan en mucha gente. Es difícil dar con alguien que manifieste que le gusta la Navidad. A mí sí me gusta. Me ha gustado siempre, al igual que el frío y la nieve, las pocas veces que se presenta por estas latitudes. Lo que me desagrada es el imperio que la incitación al consumo ejerce durante los dos meses anteriores.
Lo que más me gustaba de la Navidad era su carácter intimista, que se solía reflejar en la celebración de la Nochebuena y en el día de Navidad.
Lo que menos me atraía era la Nochevieja, con su obligación de permanecer despierto y en pie hasta la mañana, aunque el cansancio y a veces el aburrimiento demandaran al cuerpo otra cosa.
Ahora el mes de noviembre es una preparación para una Navidad que, a su vez, se va convirtiendo poco a poco, sin apenas darnos cuenta, en un apéndice de las fiestas de fin de año, que tienen que ver más con un carnaval equivocado de calendario que con una celebración navideña.
La Navidad, tal como la hemos plasmado en nuestras sociedades, es un reflejo exacto de la manera de vivir el tiempo en este mundo mercantilizado: tiempo consumido, no vivido. Son fiestas de vísperas, que apuntan al siguiente día: víspera de Navidad, víspera de Año Nuevo, víspera de Reyes. El tiempo vivido es el que valora el instante. El tiempo consumido es el que agota su sentido en la espera del siguiente acontecimiento. La Navidad refleja un tiempo consuntivo cuyo último logro ha sido convertir al mes de noviembre, todo él, en una simple víspera.
Vivir el tiempo de este modo consuntivo es tanto como ofrecernos a todos como víctimas en holocausto a un dios, el del consumo, que sólo se satisface con un tiempo que se quema y no se vive.
Si, además, cada vez es más difícil consumir en este extraño capitalismo de la austeridad, que pide gastar pero no da los medios para hacerlo, se nos pide un sacrificio de difícil cumplimiento en la era del capitalismo sin consumidores que nos ha tocado vivir.
¡Sed austeros pero comprad! Extraño mensaje de esta fase delirante de la economía europea.