miércoles, 12 de noviembre de 2014

LA GUILLOTINA DINÁMICA.

Sabido es por la mayor parte de gentes ilustradas cómo el espíritu geométrico y racional del siglo XVIII derivó en una orgía de ejecuciones sangrientas durante el periodo de la Revolución Francesa. Ya el genial Francisco de Goya intuyó que los sueños de la razón producen monstruos.



El procedimiento para ejecutar a quienes la Revolución juzgaba en cada momento como sus enemigos no dejaba de ser un fruto de ese mismo espíritu geométrico que tiñó al Siglo de las Luces. El sorprendente artefacto que Monsieur Guillotin, aunque no inventado por él, puso a disposición de los ardorosos defensores del nuevo orden se basaba en escuetos y exactos procedimientos físico-matemáticos. La guillotina no era más que una afilada cuchilla que desde una altura razonable caía sobre el cuello del ocasional enemigo del pueblo siguiendo las estrictas leyes de la uniforme aceleración de un cuerpo en caída libre ayudada tal caída por la verticalidad de los rieles que guiaban  al inexorable y delgado cuerpo desde su altura hasta su destino final, cuando al impactar contra el cuello del condenado seccionaba la cabeza del mismo y, consecuencia de ello, terminaba con la vida del contrarrevolucionario.

Robespierre


Amén de confirmar la potencialidad mortífera de la aceleración, también el rápido deslizamiento de la cuchilla daba lugar a reflexiones acerca de la transformación de la energía potencial en energía cinética.
En el mismo orden de cosas daba pábulo la guillotina a consideraciones agudas en torno a la diferencia entre divisibilidad física y cualitativa, pues con el ejercicio de la decapitación se podía constatar cómo un cuerpo es una realidad extensa y por ende divisible, pero una persona no lo es. Un cuerpo dividido en dos daba como resultado dos cuerpos, eso sí, inertes, pero no daba como resultado dos personas sino la aniquilación de una persona.
Robespierre, dedicado con generoso afán en la búsqueda de enemigos a los que aplicar el suplicio de la guillotina tuvo oportunidad de terminar sus días con una experiencia propia de la eficacia del procedimiento que con tanto celo había contribuido a difundir. El virtuoso y oscuro abogado de Arras subió al patíbulo y se le aplicó la medicina que tantos sufrieron antes de él. El efecto, inexorable como siempre: su cuerpo se dividió en cabeza y tronco y su persona se aniquiló.
La guillotina era un instrumento que respondía a la ciencia de la época, determinista y mecanicista. La guillotina de la revolución era por tanto una guillotina mecánica.

Autorretrato de Goya.


Tras las elegantes y recortadas pelucas de la segunda mitad del siglo XVIII se ocultaba la furia , en apariencia purificadora pero a la postre aniquiladora. Tras decenios de adoración a la diosa razón Europa acabó desfilando al compás de Napoleón Bonaparte. Goya y Beethoven supieron captar con su arte el tránsito del jardín francés a la tormenta desatada e imprevisible. El fruto de todo ello lo llamamos Romanticismo.

Beethoven.



Hoy día, si de nuevo se desatara en algún lugar el furor revolucionario, la guillotina debería ajustarse a los nuevos avances, en especial a las posibilidades que la electrónica ofrece. La nueva guillotina habría de ser pues una guillotina dinámica, que sustituyera a la vieja guillotina mecánica.
Piénsese en los cierres electrónicos de puertas que algunos establecimientos poseen o en las modernas persianas que, gracias a la misma electrónica, pueden ser subidas o bajadas apretando un botón, tal como hacemos con los cristales de las ventanillas de los automóviles ( elevalunas eléctrico lo llaman, como si sólo se elevaran las lunas y nunca se bajaran).
Si aplicáramos a la guillotina los mismos procedimientos que nos permiten elevar o bajar las lunas o subir o bajar las persianas, por procedimientos eléctricos, el resultado sería un deslizamiento más suave y armonioso de la cuchilla aniquiladora, que caería sobre el cuello del condenado no con la brusquedad de la aceleración sino con la suavidad de un movimiento uniforme pero constante. A su vez, el control que el verdugo tendría del artefacto le permitiría un margen de discrecionalidad, de tal manera que pudiera, conforme la cuchilla se aproximara al cuello del reo, detener su marcha, elevar la cuchilla de nuevo, hacer que volviera a descender, de tal manera que se plasmara en la mente del condenado el principio de incertidumbre más acorde con la actual visión del universo en vez de la vieja aunque inexorable certidumbre del paradigma mecanicista.

La posición que en la guillotina mecánica adoptaba el condenado, mirando hacia el suelo, le impedía ver la llegada hacia sí de la cuchilla. En el nuevo modelo, se podría poner ante la vista del justiciable un espejo que le permitiera a este ver las sucesivas, aleatorias e imprevistas aproximaciones y alejamientos de la cuchilla. Las cajas y tambores que solían acompañar a los condenados dieciochescos podrían ser sustituidas por música grabada, adecuada al momento, por ejemplo, Una noche en el monte pelado de Músorgski, si bien, cabe contemplar la posibilidad de permitir aquí que se cumpla la última voluntad de la persona que va a ser ejecutada, y que en su lugar pueda optar por En un mercado persa o por Guantanamera, según sus gustos y estética.

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