Nada resulta más desesperante e irritante como asistir a
las escasas ocasiones en las que los medios de comunicación entrevistan a un
profesional de la filosofía. Lo más habitual es que el entrevistador trate al
personaje en cuestión como a alguien que se dedica a un quehacer extraño,
estrambótico, raro, casi imposible. Una entrevista a un torero finlandés no se
presentaría enmarcada en un encuadre más exótico.
INMANUEL KANT. |
La primera pregunta que nuestro filósofo va a
escuchar se puede anticipar sin error: ¿ para qué sirve un filósofo? El mayor
respeto que cualquier otra actividad suscita se muestra ya de entrada en la
manera de preguntar, pues lo más frecuente es interesarse acerca de a qué se
dedica alguien, en vez de preguntarle directamente que para qué sirve.
La manera de preguntar obliga ya desde el inicio al
entrevistado a situarse en una posición defensiva pues en vez de hablar de su
ocupación se ve obligado a justificar y defender su mera existencia. En vez de
decir qué hace tiene que dar razones de por qué no es inútil.
En sentido contrario, cuando a otros profesionales
se les pregunta por sus actividades, se les da ya de entrada una presunción de
utilidad. En otras profesiones basta con decir qué se hace para presuponer que
lo que se hace sirve para algo.
Sin duda el filósofo servirá para algo o más bien para
nada, pero ello dependerá de su capacidad y no del mero hecho de dedicarse a un
campo determinado del conocimiento.
En todo caso, la perversa manera de preguntar del
entrevistador no va a permitir con facilidad una respuesta inteligente pues
nadie es buen juez de sí mismo y la utilidad, igual que la bondad, la belleza o
la inteligencia, no se pueden deducir de lo que uno dice sino de lo que
uno muestra.
En mi modesta condición de profesor de filosofía,
que no de filósofo, lo que suelo decir cuando alguien me pregunta que para qué
sirve la filosofía es preguntarle a su vez: ¿ para qué sirves tú? No lo hago
por enfado o impertinencia sino como incitación a la reflexión.
Realmente no servimos para nada, pero no por
inutilidad sino porque todo lo que sirve para otra cosa es siempre algo
instrumental, secundario, que está al servicio de la cosa para la cual sirve.
Los fines últimos no sirven para nada, no por inútiles, sino por últimos. Lo
diré en términos de Kant: somos personas, no cosas.
¿Sirve la vida para algo? No. Por eso es tan
importante y todas las demás cosas deben servirle a ella. Quien es señor no
sirve.
Por cierto, una pregunta. ¿ Para qué sirve un
senador?.
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