La
filosofía de Ortega y Gasset es sistemática
pero lo más característico de su "sistema" radica en la constante y
obsesiva afirmación de que tiene tal sistema.
Eterna promesa de algo que nunca se cumple. En esto último es lo más parecido que hay
a un programa electoral.
Lo
vio muy bien Manuel Azaña cuando constató que Ortega no tenía pensamientos, tenía ocurrencias.
Poco
leído en su tiempo, Manuel Azaña nos brinda una prosa de alta calidad sin que
se note la lucha por elevar el estilo.
Muy
leído Ortega, desprende hoy el sabor de la retórica que quiere ser impactante,
visual e intuitiva pero que suena a nuestros oídos algo teatrera y en ocasiones
cursi sin matices.
Es
curioso pero Azaña, orador, resulta grato a la lectura y Ortega, escritor,
necesita de la declamación para que su prosa se muestre en su verdadera
intención, que es la de seducir.
Azaña
nos puede seducir hoy día porque en
su momento intentó convencer.
Ortega,
que tenía como filósofo la obligación profesional de convencer, pensó que la
mejor manera de hacerlo en la España de su tiempo era mediante las artes de la
seducción. Hoy nos seduce poco y nos convence menos.
Sólo
la circunstancia española de su
momento explica el yo hipertrofiado
de Ortega.