jueves, 25 de junio de 2015

UN ESCRITOR Y UN ORADOR.

La filosofía de Ortega y Gasset es sistemática pero lo más característico de su "sistema" radica en la constante y obsesiva afirmación de que tiene tal sistema.
Eterna promesa de algo que nunca se cumple. En esto último es lo más parecido que hay a un programa electoral.
Lo vio muy bien Manuel Azaña cuando constató que Ortega no tenía pensamientos, tenía ocurrencias.
Poco leído en su tiempo, Manuel Azaña nos brinda una prosa de alta calidad sin que se note la lucha por elevar el estilo.
Muy leído Ortega, desprende hoy el sabor de la retórica que quiere ser impactante, visual e intuitiva pero que suena a nuestros oídos algo teatrera y en ocasiones cursi sin matices.
Es curioso pero Azaña, orador, resulta grato a la lectura y Ortega, escritor, necesita de la declamación para que su prosa se muestre en su verdadera intención, que es la de seducir.
Azaña nos puede seducir hoy día porque en su momento intentó convencer.
Ortega, que tenía como filósofo la obligación profesional de convencer, pensó que la mejor manera de hacerlo en la España de su tiempo era mediante las artes de la seducción. Hoy nos seduce poco y nos convence menos.
Sólo la circunstancia española de su momento explica el yo hipertrofiado de Ortega.


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