Dijo el otro día Correa en su
declaración ante el tribunal que lo juzga que se sentía igual que aquel al que
pillan copiando en un examen. Así como, según él, todo el mundo copia pero el
que es sorprendido haciéndolo debe asumir las consecuencias, a él le pasó lo
mismo con el robo.
Según ve el asunto Correa, todo el
mundo roba pero a él le pillaron y por tanto se ve en el trance de comparecer
ante un tribunal.
Hay en la afirmación de Correa tres
aspectos: en primer lugar una comparación entre el robo y el estudio, en
segundo lugar una generalización indemostrable (todo el mundo copia) y en
tercer lugar la traslación de esa generalización al ámbito penal(todo el mundo
roba).
Por último hay una asunción no de
culpa sino de torpeza( a mí me pillaron y a otros no).
Una inferencia implícita en todo lo
que dice este hombre es la de que el que no copia o no roba es tonto. En cuanto
a su arrepentimiento, más parece un lamento por su falta de habilidad que un
sincero reconocimiento de su mal hacer.
La visión que el acusado nos quiere
hacer asumir es la de que cualquier comportamiento de acuerdo con criterios de
honestidad ética es propio más que de la honradez de la imbecilidad.
"El que no se aprovecha es
porque no puede" parece ser el mensaje que está detrás de la profunda
visión antropológica de este caballero.
Pues no, señor. Ni todo el mundo roba
ni todo el mundo copia ( aunque sí más de uno).
Basta con que uno solo no lo haga
para que todas sus afirmaciones caigan en la falsedad.
Yo no he copiado nunca y desde luego
nunca he robado a nadie. Quizá no tenga ningún mérito mi comportamiento en
ninguno de los dos casos: en lo de copiar tuve siempre una buena memoria y
nunca lo necesité y en lo de robar, nunca he ocupado puestos ni cargos en los
que haya tenido la menor oportunidad de hacerlo. Con todo, no hay derecho a
intentar difundir la idea de que todo el mundo es como el acusado parece
mostrarse.
Desaparece toda idea de corrupción
subsumida en unas generalizaciones acerca del género humano que no tienen más
base que el deseo del acusado de presentarse no como un presunto delincuente(
está en su derecho a la defensa) sino como un simple caso particular de lo que
según él es lo habitual.
La consecuencia de su forma de
presentarse es una invitación al público(víctima real se sus manejos) a verle
no con el desprecio que merece quien nos roba sino con la simpatía que sentimos
siempre hacia quien suponemos en el fondo igual que nosotros.
La jugada es hábil pero mendaz. Caer
en su juego es la mayor de las abdicaciones a las que podemos sucumbir.