Al
parecer el presidente autonómico aragonés se ha creído en el caso de pedir a
sus funcionarios que, en aras del lenguaje inclusivo, no digan "niños"
ni "niñas" y que en su lugar digan "criaturas".
No
dudo de la buena intención de su propósito (ciertamente tampoco dudo de sus
pocas luces).
Es
verdad que "criatura" ha acabado por significar "niño",
pero sobre todo "niño pequeño". No obstante, el significado primero
de esta palabra no era "niño". Proviene de lo que los filósofos
cristianos medievales llamaban "creatura" y que se refería a ser
creado por Dios.
No
creo que el presidente de Aragón tenga en mente que todo el mundo se adhiera a
la metafísica creacionista. El poder de Dios se entendía en su más alta
significación como el poder de creación absoluto, es decir, la capacidad de
hacer pasar a algo de la nada al ser.
Los
niños, en esta visión, no son creados por sus padres, son engendrados. De
hecho, el Credo, al referirse a Cristo, Segunda Persona de la Trinidad, se
preocupa de dejar bien claro que fue "engendrado, no creado", pues al
ser Dios, no podía ser una criatura.
La
lengua es algo vivo, que crece y cambia con las sociedad misma. Lo que no es
claramente es un dispositivo sometido a la ocurrencia administrativa de quien
ostentando un poder otorgado legítimamente por los electores, se cree
legislador de la lengua y Dios de la gramática.
Lo
que ha producido el presidente de Aragón
con su medida es, eso sí, un engendro. ¡Pobre criatura!.
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