domingo, 24 de febrero de 2019

TELEVISORES DE ALTA GAMA.


La publicidad de televisores encierra en sí una dificultad que sólo puede ser vencida por la propia fuerza de un mensaje en el que la capacidad de seducción es superior a la base real sobre la que el mensaje se apoya.
Se nos incita a adquirir una pantalla en la que la calidad de la imagen es superior a lo que hasta ahora hemos visto en cualquiera de los aparatos por nosotros usados. Dado que el mensaje busca que compremos el nuevo producto es normal que este sea presentado como muy superior al que actualmente gozamos.
Lo curioso y casi imposible del mensaje se esconde en el hecho de que esa imagen tan perfecta la podemos apreciar en un aparato, el nuestro actual, que se supone no tiene la calidad suficiente para que podamos gozar de la imagen prometida en el anuncio.
Dicho de otro modo: si fuésemos inteligentes, nos daríamos cuenta de que la calidad anunciada en el mensaje publicitario no es la del nuevo televisor, es la del televisor que ahora poseemos y que no deberíamos cambiar hasta que en un anuncio de televisores nos fuera imposible apreciar la calidad prometida.
En realidad la publicidad de televisores sólo funciona por la incitación a adquirir algo nuevo aunque no lo necesitemos. El anuncio de un televisor es la quintaesencia del consumismo.
Con todo, ¡qué bonitos son los nuevos televisores!.

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