sábado, 16 de febrero de 2019

DE CINISMO Y DE MENTIRAS.


La reciente declaración del antiguo vicepresidente de la Generalitat de Catalunya ante el Tribunal Supremo en su condición de acusado de rebelión ha suscitado reacciones de sorpresa por parte de quienes no han sido capaces de entender algunas de sus afirmaciones.
Ciertamente es difícil sustraerse a la incredulidad causada por afirmaciones como la de que ninguna de sus actuaciones ha sido ilegal, que realizar un referéndum de autodeterminación que afecta a una comunidad autónoma no atenta a la Constitución y, quizá, la más sorprendente: su amor a España y a su cultura. También ha llamado la atención su insistencia en presentarse como hombre de bien y como buena persona.

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Entiendo con toda claridad la perplejidad e incluso el enfado que las declaraciones del señor Oriol Junqueras han provocado. No comparto, sin embargo, la idea ampliamente difundida de que estamos ante un cínico y un mentiroso. Es precisamente en esta divergencia donde yo encuentro que se sitúa el drama al que estamos asistiendo.
La declaración del señor Junqueras se ha inclinado más por el lado de la reivindicación política que por el más seguro de la defensa estrictamente jurídica. Con ello el señor Junqueras afronta un riesgo claro de condena a largos años de cárcel, pues lejos de negar los hechos, los reivindica con orgullo. Se declara preso político y afirma ser perseguido no por sus actos sino por sus ideas.
Coincido con la opinión mayoritaria que considera falsas tales afirmaciones pero lo dramático, a mi modo de ver, es que quien así miente no es un mentiroso ni un cínico, lo que dice no se ajusta a la verdad pero quien lo dice está convencido de decir verdad. El señor Junqueras no es un mentiroso ni un cínico, es un fanático.
Muchos de sus seguidores tampoco son cínicos ni mentirosos, sino fanáticos.
Ahí está el nudo gordiano. Si fuera un cínico, e incluso, un mentiroso, sería una persona calculadora. Si quienes le siguen también lo fueran, quizá serían peores personas que la buena persona que el señor Junqueras afirma ser y que probablemente sea.
Con líderes calculadores se puede negociar porque el cálculo, concepto matemático al fin  y a la postre, remite a una cantidad, y una cantidad siempre se puede negociar porque se puede dividir. Cuando prima sobre el cálculo la convicción, es más difícil la negociación, pues las convicciones no se negocian.
Todo, la voz, el aspecto físico del señor Junqueras, la convicción rocosa con que expone sus argumentos, remiten a un ámbito que no es plenamente político sino más bien religioso. El señor Junqueras no se ve como político dispuesto a obtener una victoria, se ve más bien como un mártir que obtiene su mayor triunfo con el dolor que está dispuesto a afrontar en defensa de su causa.
Mientras no acertemos a desacralizar este conflicto y llevarlo de la mística de la soberanía a la pragmática de los intereses, poca solución vamos a obtener.
Mientras enfrente se piense que la solución está en desempolvar otra mística de signo contrario, nos alimentaremos de identidades, símbolos, cánticos, para, al final, algún día, volver al terreno de la verdadera política, prosaica, profana, fría, pero único marco si lo que queremos es negociar intereses y no confrontar identidades.


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