lunes, 30 de junio de 2014

PROGRESO, RETROCESO, ESTADÍSTICA.

En todo cambio hay que suponer un estado inicial, un estado final, un tiempo transcurrido entre estos dos estados y un proceso realizado en ese tiempo que nos permite pasar del estado inicial al estado final.
A su vez la elección del estado que tomamos como inicial y el que determinamos como final es siempre el resultado de una toma de postura y por tanto, una decisión de acotamiento siempre arbitraria, si bien la arbitrariedad puede ser mayor o menor atendiendo a factores que nos permitan, de manera justificada, poder defender el punto de partida y el punto de llegada que tomamos para nuestro análisis.
Hasta aquí nos movemos en un terreno en principio neutro, aunque el hecho de que nos fijemos en ciertos acontecimientos olvidando otros es síntoma de un enfoque previo, no explícito, que hace que consideremos algunos acontecimientos como altamente significativos y otros como indiferentes.
Hay con todo, algunos términos y expresiones que de manera más explícita nos muestran ya una valoración. Uno de ellos es el de progreso.
Todo cambio muestra de forma necesaria un proceso. Que un proceso sea calificado de progreso muestra que cuando tal cosa afirmamos estamos de hecho considerando que el estado final es superior al inicial.
Que haya progreso es algo que en muchas ocasiones es cierto, pero también es cierto que existe una tendencia a confundir lo posterior con lo superior.
“ Posterior” hace referencia a algo que viene después, por tanto, tiene un significado exclusivamente temporal. Basta con comprobar los datos de cada acontecimiento concreto para saber si es o no posterior a algún otro acontecimiento. Lo que no es ya tan evidente es que algo posterior sea por ese solo hecho superior. Sólo una idea de progreso ingenua puede sostener que lo posterior es superior.
Leí en una ocasión un artículo que lamento no recordar y en el cual el autor ponía un ejemplo muy gráfico: si la invención de la cerilla hubiera sido posterior a la del encendedor, no faltarían gentes que alabarían el progreso que la cerilla supone respecto del encendedor.
El juego y, también es preciso reconocerlo, el encanto de la moda, residen precisamente en hacernos creer que lo nuevo es superior a lo antiguo por el solo hecho de ser nuevo. La presión de la moda puede llegar a imponerse con mayor fuerza que el más estricto de los imperativos legales.
Los positivistas del siglo XIX fueron los que de forma más natural asumieron la creencia en el progreso. Tenían buenas razones para mostrar su entusiasmo pues la medicina y otras ciencias avanzaban en esos años de  tal manera que difícilmente se podía creer que no hubiera un progreso. Por desgracia el siglo XX pudo comprobar cómo el progreso científico y tecnológico no iba muchas veces acompañado de un progreso moral. Se vio con terror que era posible aunar una racionalidad técnica con una absoluta irracionalidad en cuanto a los fines.
La idea de progreso no debe ser abandonada, pues ello nos haría caer en la complacencia desengañada, pero tampoco debe ser asumida de una manera ingenua. El progreso debe venir unido al compromiso de cada uno con aquello que considere como más honesto. El progreso, si se quiere salvar, debe ser aislado de la simple constatación de hechos que todo proceso tiene. No se debe confundir progreso con estadística. Las estadísticas no dan más que lo que nosotros ponemos en ellas, miden  lo que queremos medir y, por ello, son tan fácilmente manipulables sin tan siquiera tener que tomarse muchas veces el esfuerzo de mentir. Eso la saben muy bien los gobiernos.
Confundir proceso con progreso es una de las muchas variantes de la confusión entre lo cuantitativo y lo cualitativo. Lo meramente cuantitativo puede impresionar nuestra mente de tal manera que nos aparezca como cualitativo.
Un ejemplo gráfico de esto último: si una persona tiene 40 grados de fiebre y otra en el mismo momento tiene sólo unas décimas, si dejamos transcurrir unas horas y volvemos a tomar la temperatura y comprobamos que la persona que tenía 40 grados ha pasado a tener 38 y la que tenía unas décimas ya no las tiene, podemos presentar este hecho de dos maneras: de una manera honesta diremos que la persona que tenía unas décimas y ahora ya no las tiene está en mejor estado de salud que la persona que en ambos casos tenía fiebre alta. Si presentamos los datos tal como haría, por ejemplo, un gobierno que quisiera transmitir una sensación de mejora a toda costa, podríamos decir que la persona que ha bajado de 40 grados a 38 ha experimentado una evolución más intensa que aquella que sólo ha eliminado unas décimas. En ningún caso se miente pero en el segundo se juega con la impresión que la contundencia del número tiene y que puede llevar a mucha gente a engaño.
No hay que despreciar por supuesto los aspectos cuantitativos, pero con ellos simplemente no podemos hablar de progreso. En la enseñanza, por ejemplo, se ha avanzado mucho en lo que se refiere a la escolarización, pero esa escolarización muchas veces sirve a la satisfacción estadística que da a los responsables poder afirmar que no hay niños que no asisten a la escuela. Se persigue el absentismo, pero una vez logrado que toda persona en edad escolar esté sentada ante su pupitre, qué sea lo que tal persona aprenda o haga parece que ya es secundario. Está en la escuela, ya hemos cumplido.
Al llegar el final de un curso, políticos, inspectores, directores, nos abruman con estadísticas, gráficos, líneas de todo tipo y color, para tratar de explicar los datos obtenidos. Lo cuantitativo se impone de tal manera que, en vez de surgir un debate serio ( hace años que no se debate en los centros) lo que se hace por parte de casi todo el mundo es pedir aclaraciones sobre los gráficos presentados. En lugar de plantear si estamos haciendo las cosas bien entramos a discutir si están bien o no reflejados los datos. Se asume el dato como la última palabra, y de paso desaparece la palabra como instrumento de discusión. La palabra, portadora de ideas, es tratada de forma condescendiente como palabrería, y los datos, que sin valoraciones no son nada, se imponen como un sustituto fraudulento de la discusión.
En definitiva, estamos ante un auténtico retroceso.




No hay comentarios: