El
derecho establecido tiene siempre a su base una correlación de fuerza que lo ha impuesto. El derecho no se basa en sí mismo, se basa siempre en un hecho que
lo ha impuesto. El hecho puede ser más o menos violento pero es siempre en sí intrínsecamente contradictorio pues establece deber a partir de una realidad.
Cuando
se dice que tal estado no debe existir o que tal otro debería existir se confunden
dos órdenes, el de lo que hay y el de lo que debe haber.
Ningún
estado debe existir, no porque todos deban desaparecer sino porque
sencillamente los estados no deben existir, simplemente existen, están en el orden de los
hechos.
Justificar
su permanencia o su destrucción es algo muy difícil. Si acaso, lo más que se
puede hacer es hablar de la conveniencia o no de su existencia, de las ventajas
o inconvenientes que puede reportar su modificación. En definitiva, la
justificación del estado no puede ser en última instancia jurídica, pues ello
nos introduciría en un círculo. Sólo puede ser pragmática: un cálculo menos
solemne y más útil en lo que se refiere a sus prestaciones, eficacia y aceptación.
Lo
que no tiene sentido es lo que habitualmente se hace en España, tomar la
Constitución como argumento. La Constitución dice lo que dice pero lo que no
puede hacer es resolver problemas que no por no regulados en la Constitución
dejan de existir. Dicho de otra forma: la Constitución puede dar cuenta de si
alguna ley o medida son constitucionales o no, pero no puede dar cuenta de sí
misma. La Constitución no puede sustituir a la política.
La
Constitución tiene utilidad como cauce. Si se pretende convertir el cauce en
dique, la Constitución traiciona su misión fundamental.
Con
esto no se quiere decir que haya que saltar sobre la Constitución de manera frívola,
lo que se pretende afirmar es que la Constitución no puede ser un hecho indiscutible.
Si
una demanda cobra fuerza y la Constitución no es capaz de recogerla, lo suyo,
lo político, será adecuar la Constitución a la demanda, si es que se comprueba
que tal demanda es de fondo y no un impulso pasajero. Lo que es equivocado es
reposar sobre la Constitución para esperar a que la demanda cese. Eso no es
hacer política, eso es tomar la ley suprema como sustituto de la acción política.
Si
un árbol es muy rígido, cuando vienen vientos huracanados cae al suelo. Si el árbol
es más flexible puede resistir mejor la fuerza de los vientos, como ya nos
enseñaron los clásicos.
Me
parece que nuestros constituyentes, quizá asustados de nuestra historia,
hicieron un árbol muy rígido en algunas de sus ramas, aunque en otras, como
sabemos, no lo hicieron tan rígido.
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