viernes, 27 de junio de 2014

¿TODAVÍA HAY JUECES?

“Cuenta la leyenda que una buena mañana (y lo cito en mi libro de Derecho Penal a propósito del principio de legalidad y la garantía jurisdiccional) Federico II de Prusia, molesto porque un molino cercano a su palacio Sans Souci afeaba el paisaje, envió a un edecán a que lo comprara por el doble de su valor, para luego demolerlo.
Al regresar el emisario real con la oferta rechazada, el rey Federico II de Prusia se dirigió al molinero, duplicando la oferta anterior. Y como este volviera a declinar la oferta de su majestad, Federico II de Prusia se retiró advirtiéndole solemnemente que si al finalizar el día no aceptaba, por fin, lo prometido, perdería todo, pues a la mañana siguiente firmaría un decreto expropiando el molino sin compensación alguna. Al anochecer —continúa la leyenda— el molinero se presentó en el palacio y el rey lo recibió, preguntándole si comprendía ahora ya cuan justo y generoso había sido con él. Sin embargo, el campesino se descubrió y entregó a Federico II una orden judicial que prohibía a la Corona expropiar y demoler un molino solo por capricho personal. Y mientras Federico II leía en voz alta la medida cautelar, funcionarios y cortesanos temblaban imaginando la furia que desataría contra el terco campesino y el temerario magistrado. Pero concluida la lectura de la resolución judicial, y ante el asombro de todos —finaliza la leyenda—, Federico el Grande levantó la mirada y declaró: “Me alegra comprobar que todavía hay jueces en Berlín”. Saludó al molinero y se retiró visiblemente satisfecho por el funcionamiento institucional de su reino, aseguran los cronistas de palacio”.
Así narraba esta conocida anécdota Antonio García Pablos en un artículo publicado en el diario El País el 1 de mayo de 2013. La historia ha sido contada con diversas variantes y no podemos saber si es cierta, aunque en todo caso, responde muy bien a la descripción asumida de lo que fue el Despotismo ilustrado tanto en lo que tuvo de despótico como en lo que tuvo de ilustrado.

Federico II de Prusia por Antoine Presne.
Federido II, rey de Prusia, conocido en la historia como Federico el Grande es el mismo rey que aparece mencionado en otra anécdota, esta vez comprobada, en la que se narra su encuentro con Johann Sebastian Bach. Aficionado a la música y ejecutante más que competente de la flauta, tenía el rey Federico a su servicio en su Capilla Musical a Carlos Philipp Enmanuel Bach. Cuando en 1747 el padre de éste, Johann Sebastian Bach acudió a visitar a su hijo, el rey, al enterarse de la visita del viejo Bach le hizo presentarse de inmediato ante su corte y le propuso un tema ( tema regio ) para que sobre él improvisara. El viejo Bach desarrolló sobre ese tema una fuga y le prometió al rey trabajar de forma más concienzuda en el mismo. El resultado de este encuentro fue la Ofrenda Musical.

El rey Federico, que de forma tan favorable queda reflejado en estas anécdotas también permitió que hombres como Inmanuel Kant pudieran elaborar su filosofía sin intromisiones ni censuras, pero por el contrario, habrá de cargar para siempre con la vergüenza de haber favorecido el reparto de Polonia, hecho que llenó de indignación a otro déspota ilustrado más próximo a nosotros, Carlos III.

Johann Sebastian Bach.

Aunque no estemos ya en la época del Despotismo ilustrado ( en España cuajó más el sustantivo que el adjetivo) sí que nos enfrentamos al hecho insólito de la imputación de una infanta real, hasta el pasado 19 de junio la hija del rey y desde esa fecha la hermana del nuevo rey. La imputación ha provocado el enfrentamiento entre el juez instructor y el fiscal, contrario este último a la adopción de tal medida. El fiscal acusa al juez por actuar contra la infanta por ser esta quien es, o dicho de otra manera, lo acusa de proceder contra la misma no guiado por criterios de justicia sino por afán justiciero. Lo que no parece entrar en la cabeza del fiscal es que de no ser imputada la infanta, se podría decir del mismo modo que no lo es por ser quien es.

Estatua ecuestre de Federico el Grande en Berlín.

Por más que, al igual que todas las disciplinas, se quiera revestir de un lenguaje con apariencia de neutralidad científica, el derecho establecido está creado por hombres y mujeres concretos, encubiertos tras la pomposa expresión de el legislador, responde en cada momento a intereses y es cualquier cosa menos algo neutro. La imparcialidad que hay que suponer en jueces y fiscales no deja de ser un buen deseo, sin que al afirmar esto último haya que poner en duda la honestidad personal concreta de nadie.
Ya la propia expresión de la presunción de inocencia encierra en sí algo contradictorio, pues cuando un juez investiga lo hace guiado por una sospecha y movido por un principio acusatorio. Por tanto, por más que objetivamente se diga que se presume la inocencia, lo más lógico es pensar que cuando alguien investiga es porque supone culpabilidad. Cuando no se da este caso, simplemente no se admite a trámite la demanda.
La prosa de jueces y fiscales está llena de juicios de intención y de suposiciones, y no puede ser de otro modo, pues es imposible juzgar comportamientos sin tener en cuenta motivaciones e intenciones.
Los periodistas, aplicando de forma grotesca el principio de la presunción de inocencia redactan sus escritos con expresiones parecidas a estas: “ el presunto asesino”, “ el presunto ladrón”, “ el presunto violador”, etc, sin darse cuenta de que decir “asesino”, “ladrón” o “violador” es llamarle a alguien delincuente, y al añadir delante de estas palabras la palabra “presunto” lo que están haciendo, mal a su pesar, es presumir la culpabilidad, no la inocencia.
Por otro lado, sería un uso poco natural redactar de la siguiente manera: “han detenido a un presunto no asesino”, “ han detenido a un presunto no ladrón”, “han detenido a un presunto no violador”, si lo que se quisiera es resaltar la presunción de inocencia.
La presunción de inocencia es un principio deseable en la aplicación de la justicia, pero como acto mental es imposible.
El fiscal del caso que afecta a la infanta presume que el juez no es imparcial y vierte contra él acusaciones durísimas. El juez le responde que si tal es su pensamiento, debería actuar contra él por prevaricación.
Sea cual sea el final de esta historia judicial, espero que lo que se acabe juzgando sea la actuación de la infanta y no la actuación del juez.
No puedo saber cómo acabará este proceso, pero me da la sensación de que todavía hay jueces en Palma de Mallorca.  

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