“Cuenta la leyenda que
una buena mañana (y lo cito en mi libro de Derecho Penal a propósito del
principio de legalidad y la garantía jurisdiccional) Federico II de Prusia,
molesto porque un molino cercano a su palacio Sans Souci afeaba el paisaje,
envió a un edecán a que lo comprara por el doble de su valor, para luego
demolerlo.
Al regresar el emisario
real con la oferta rechazada, el rey Federico II de Prusia se dirigió al
molinero, duplicando la oferta anterior. Y como este volviera a declinar la
oferta de su majestad, Federico II de Prusia se retiró advirtiéndole
solemnemente que si al finalizar el día no aceptaba, por fin, lo prometido,
perdería todo, pues a la mañana siguiente firmaría un decreto expropiando el
molino sin compensación alguna. Al anochecer —continúa la leyenda— el molinero
se presentó en el palacio y el rey lo recibió, preguntándole si comprendía
ahora ya cuan justo y generoso había sido con él. Sin embargo, el campesino se
descubrió y entregó a Federico II una orden judicial que prohibía a la Corona
expropiar y demoler un molino solo por capricho personal. Y mientras Federico
II leía en voz alta la medida cautelar, funcionarios y cortesanos temblaban
imaginando la furia que desataría contra el terco campesino y el temerario
magistrado. Pero concluida la lectura de la resolución judicial, y ante el
asombro de todos —finaliza la leyenda—, Federico el Grande levantó la mirada y
declaró: “Me alegra comprobar que todavía hay jueces en Berlín”. Saludó al
molinero y se retiró visiblemente satisfecho por el funcionamiento
institucional de su reino, aseguran los cronistas de palacio”.
Así narraba esta
conocida anécdota Antonio García Pablos en un artículo publicado en el diario
El País el 1 de mayo de 2013. La historia ha sido contada con diversas
variantes y no podemos saber si es cierta, aunque en todo caso, responde muy
bien a la descripción asumida de lo que fue el Despotismo ilustrado tanto en lo que tuvo de despótico como en lo
que tuvo de ilustrado.
Federido II, rey de
Prusia, conocido en la historia como Federico
el Grande es el mismo rey que
aparece mencionado en otra anécdota, esta vez comprobada, en la que se narra su
encuentro con Johann Sebastian Bach. Aficionado a la música y ejecutante más
que competente de la flauta, tenía el rey Federico a su servicio en su Capilla
Musical a Carlos Philipp Enmanuel Bach. Cuando en 1747 el padre de éste, Johann
Sebastian Bach acudió a visitar a su hijo, el rey, al enterarse de la visita
del viejo Bach le hizo presentarse de inmediato ante su corte y le propuso un
tema ( tema regio ) para que sobre él improvisara. El viejo Bach desarrolló
sobre ese tema una fuga y le prometió al rey trabajar de forma más concienzuda
en el mismo. El resultado de este encuentro fue la Ofrenda Musical.
El rey Federico, que de
forma tan favorable queda reflejado en estas anécdotas también permitió que
hombres como Inmanuel Kant pudieran elaborar su filosofía sin intromisiones ni
censuras, pero por el contrario, habrá de cargar para siempre con la vergüenza
de haber favorecido el reparto de Polonia, hecho que llenó de indignación a
otro déspota ilustrado más próximo a nosotros, Carlos III.
Aunque no estemos ya en
la época del Despotismo ilustrado (
en España cuajó más el sustantivo que el adjetivo) sí que nos enfrentamos al
hecho insólito de la imputación de una infanta real, hasta el pasado 19 de
junio la hija del rey y desde esa fecha la hermana del nuevo rey. La imputación
ha provocado el enfrentamiento entre el juez instructor y el fiscal, contrario
este último a la adopción de tal medida. El fiscal acusa al juez por actuar
contra la infanta por ser esta quien es,
o dicho de otra manera, lo acusa de proceder contra la misma no guiado por
criterios de justicia sino por afán justiciero. Lo que no parece entrar en la
cabeza del fiscal es que de no ser imputada la infanta, se podría decir del
mismo modo que no lo es por ser quien es.
Por más que, al igual
que todas las disciplinas, se quiera revestir de un lenguaje con apariencia de
neutralidad científica, el derecho establecido está creado por hombres y
mujeres concretos, encubiertos tras la pomposa expresión de el legislador, responde en cada momento
a intereses y es cualquier cosa menos algo neutro. La imparcialidad que hay que
suponer en jueces y fiscales no deja de ser un buen deseo, sin que al afirmar
esto último haya que poner en duda la honestidad personal concreta de nadie.
Ya la propia expresión
de la presunción de inocencia
encierra en sí algo contradictorio, pues cuando un juez investiga lo hace
guiado por una sospecha y movido por un principio
acusatorio. Por tanto, por más que objetivamente se diga que se presume la
inocencia, lo más lógico es pensar que cuando alguien investiga es porque
supone culpabilidad. Cuando no se da este caso, simplemente no se admite a trámite
la demanda.
La prosa de jueces y
fiscales está llena de juicios de intención y de suposiciones, y no puede ser
de otro modo, pues es imposible juzgar comportamientos sin tener en cuenta
motivaciones e intenciones.
Los periodistas,
aplicando de forma grotesca el principio de la presunción de inocencia redactan
sus escritos con expresiones parecidas a estas: “ el presunto asesino”, “ el
presunto ladrón”, “ el presunto violador”, etc, sin darse cuenta de que decir “asesino”,
“ladrón” o “violador” es llamarle a alguien delincuente, y al añadir delante de
estas palabras la palabra “presunto” lo que están haciendo, mal a su pesar, es
presumir la culpabilidad, no la inocencia.
Por otro lado, sería un
uso poco natural redactar de la siguiente manera: “han detenido a un presunto
no asesino”, “ han detenido a un presunto no ladrón”, “han detenido a un
presunto no violador”, si lo que se quisiera es resaltar la presunción de
inocencia.
La presunción de
inocencia es un principio deseable en la aplicación de la justicia, pero como
acto mental es imposible.
El fiscal del caso que
afecta a la infanta presume que el
juez no es imparcial y vierte contra él acusaciones durísimas. El juez le
responde que si tal es su pensamiento, debería actuar contra él por prevaricación.
Sea cual sea el final de
esta historia judicial, espero que lo que se acabe juzgando sea la actuación de
la infanta y no la actuación del juez.
No puedo saber cómo
acabará este proceso, pero me da la sensación de que todavía hay jueces en
Palma de Mallorca.
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