sábado, 21 de junio de 2014

EL NUEVO REY.

Juan Carlos I inauguró su reinado siendo alguien (actor) y acabó siendo algo (símbolo).
Felipe VI inaugura su reinado siendo algo y muchos le van a pedir que se comporte como si fuera alguien.
Juan Carlos heredó el poder de Franco. Quiso conservar su posición y tuvo la suficiente astucia como para darse cuenta de que si quería conservar la misma debía reformar.
Alejandro Rodríguez de Valcárcel toma juramento al rey Juan Carlos el 22 de noviembre de 1975.
El proceso de Reforma dio como resultado la figura de un rey despojado de poderes efectivos, cuyos actos no tienen eficacia de no ir refrendados por la firma de alguien que se haga responsable de los mismos.
Primer discurso de Juan Carlos I ante las Cortes.
Juan Carlos salvó el cargo prescindiendo del poder. Su empeño entraña algo de paradójico: luchar para convertirse en un referente y dejar de ser un actor.
Felipe VI hereda esta situación desde el comienzo de su reinado. Pero como todo comienzo nos trae connotaciones de cambio y de esperanza, su posición resulta equívoca: se demanda de él algo distinto, propio de un hombre joven, con nuevas ideas; pero por otro lado, ese hombre nuevo no es protagonista sino referente institucional.
Juan Carlos I firma la ley de abdicación el 18 de junio de 2014.
En un país de arraigada tradición monárquica, la situación del nuevo rey apenas merecería comentario. En un país en el que, como en España, la monarquía tiene tradición pero no arraigo, la situación del nuevo rey no deja de ser la de la institucionalización de la impotencia.
Siendo la situación de España en 1975 peor que en 2014, es la tarea del nuevo rey más difícil que la de su padre en aquellos años. Su padre era protagonista, podía actuar, apostar, equivocarse, acertar, podía en definitiva hacer algo.
Felipe puede orientar, arbitrar, moderar, es decir, tiene mucha información pero poca capacidad de decisión.
La monarquía parlamentaria tiene algo de objeto imposible: si es fiel a la Constitución, el rey no puede intervenir de forma directa en los problemas, por lo cual más de uno se podrá preguntar que para qué sirve su magistratura; pero, a su vez, si trata de intervenir, con mejor o peor voluntad y acierto, se le puede reprochar que se está extralimitando de sus funciones.
Felipe VI jura la Constitución el 19 de junio de 2014.
Un caso similar se plantea en las relaciones que los reyes establecen con los demás ciudadanos: si la relación es muy próxima, se corre el riesgo de ver a la institución despojada de ese halo de misterio y magia del que en el fondo siempre ha querido revestirse, pero si la relación es hierática produce el natural rechazo que hoy día provocan los gestos altivos y distantes.
Primer discurso de Felipe VI ante las Cortes.
Veo difícil el futuro de la Monarquía en España, pero no porque haya una fuerte convicción republicana (aquí no hay convicción fuerte de nada), sino porque España atraviesa una crisis de tal calibre que toda institución está bajo sospecha y los partidos políticos que han estado a la base de la situación todos estos años aparecen como desorientados y sin capacidad de respuesta. Surgen nuevas fuerzas que no sienten un gran apego hacia la institución monárquica.
Paseo de los nuevos reyes tras el juramento en Cortes.
Las más altas figuras de la representación política han aplaudido estos días con calor tanto al viejo como al nuevo rey. Los aplausos que reciben las personas que ostentan cargos simbólicos son también aplausos simbólicos: si el rey es la culminación simbólica de un sistema, los aplausos que los políticos dirigen al rey son aplausos que se dirigen a sí mismos. Se confundirán por tanto si se dan por satisfechos con esos aplausos, pues es como tener satisfacción por el autoelogio.
La República, el día que venga, tendrá que plantearse como algo positivo y no como la ausencia de rey. Eso no sería República, sería simplemente a-monarquía.



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