De
todos los dictadores que, a partir de los años veinte y treinta del pasado
siglo se hicieron con el poder en Europa, el español Francisco Franco
(1892-1975) es el más difícil de captar en su singularidad. Cuando se van a
cumplir cuarenta años de su muerte, sigue sorprendiendo cómo un hombre sin
destacadas cualidades salvo en el ámbito estrictamente militar pudo conseguir
el único objetivo claro que persiguió, la permanencia en el poder hasta el
último día de su vida.
No
encontraremos en él notas de campechanía paternalista al modo de su antecesor
en el ejercicio de la dictadura, el general Miguel Primo de Rivera. El otro
dictador peninsular, el portugués Antonio de Oliveira Salazar, ofrece rasgos
que, sin ser en absoluto atractivos, resultan cuando menos curiosos, por cuanto
se trata de un dictador civil, catedrático de la Universidad de Coimbra, que
ejerce el puesto ejecutivo de Primer Ministro llamado por los militares para
hacer frente a la difícil situación de la hacienda. La máxima magistratura, la
Presidencia de la República, fue ejercida siempre durante los años del llamado Estado Novo por un militar, durante los
primeros años el mariscal Carmona, posteriormente el general Craveiro Lopes y,
cuando este último mostró demasiada independencia, ocupó el cargo el almirante
Américo Thomaz. Salazar gustaba más del poder que de sus oropeles. En lo
personal era austero hasta extremos que rozaban lo ascético y sus maneras lo
mostraban como monjil. Sólo la
enfermedad pudo apartarlo del poder cuando, al final de su vida, fue sustituido
por el doctor Marcelo Caetano.
Los
grandes dictadores fascistas y nazis, Mussolini y Hitler, llegaron al poder por
medios distintos pero al frente de grandes movimientos de masas, como sin duda
fueron el fascismo y el nacional-socialismo. Sus trayectorias fueron diversas
como diversas fueron las naciones que acaudillaron. Su vida anterior a la
conquista del poder es errática, nada previsible, bordeando a veces situaciones
al límite de lo que se consideraba entonces socialmente admisible. Su muerte es
trágica, pero acorde con la tragedia que contribuyeron a desencadenar.
Stalin
dirigió la URSS con mano de hierro, haciendo honor a su sobrenombre. Se abrió
paso al poder mediante la lucha despiadada y lo ejerció con la misma brutalidad
y sin ningún escrúpulo. Permaneció al frente de la URSS hasta su muerte en
1953. También amaba más el ejercicio del poder que su apariencia, ocupó cargos
de partido como el de Secretario General del PCUS y sólo en 1941 se decidió a
ejercer la presidencia del Consejo de Ministros, cuando empezó a sospechar que
Alemania estaba distanciándose de él, comportándose más bien como un jefe de
oficina con una capacidad de decisión omnímoda.
La
trayectoria de Franco antes de hacerse con el poder es quizá la más
"profesional", Procedente de una familia de marinos, se sintió
siempre atraído por las cosas del mar y sólo el cierre de las academias de la
armada hizo que dirigiera su orientación hacia el ejército de tierra,
ingresando en 1907, con apenas catorce años, en la Academia de Infantería de
Toledo.
Dada
su baja estatura, débil complexión y voz atiplada, fue desde un primer momento
fácil víctima de las bromas y chanzas características de una institución
cerrada como es el Ejército.
Todos
sus biógrafos coinciden en que no se apreciaron en sus años de cadete
cualidades excepcionales, siendo un alumno normal.
Tras
graduarse en la Academia, dos caminos se le ofrecían: el rutinario tránsito por
distintas guarniciones de la Península o el más expuesto del combate en la
Guerra de Marruecos. El primero ofrecía seguridad, pero no posibilidades de progreso.
El segundo era sin duda más aventurado, pero en compensación permitía que, si
las circunstancias eran propicias, se alcanzaran rápidos ascensos.
Franco
consiguió ser destinado a África y allí llamaría rápidamente la atención de sus
superiores por su meticulosidad en el mando. El general Dámaso Berenguer se
fijó pronto en la manera en que Franco dirigía las columnas a su cargo.
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Alfonso XIII condecora a Franco. |
También
los hombres que se encontraban bajo su mando apreciaron que cuando Franco
dirigía las operaciones, las bajas eran menores pues aunque no era un hombre
cobarde en lo personal, sí que era bastante escrupuloso a la hora de abordar
las maniobras, de tal manera que predominaba más la cautela que la audacia.
En
África también se ganó fama de hombre riguroso hasta la obsesión con el
cumplimiento del reglamento.
El
atrabilario Millán Astray se fijó en él cuando se constituyó el Tercio de Extranjeros, la Legión, y
lo adoptó como su segundo.
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Franco con Millán Astray, fundador de la Legión. |
Tras
algunas estancias en la península, donde cultivó su noviazgo con Carmen Polo,
una señorita de la alta sociedad de Oviedo con la que contraería matrimonio,
Franco regresó a África para hacerse cargo de la Legión. Como jefe de la misma
se ganó fama de hombre severo hasta la insensibilidad, aplicando castigos
ejemplares entre los que se encontraba el fusilamiento. El hecho más brutal,
jamás desmentido por él ni por sus personas más próximas es el del fusilamiento
de un legionario que arrojó su plato de comida a un oficial. Fue ejecutado
sumariamente y sus compañeros fueron obligados a desfilar ante el cadáver.
Los
ascensos por méritos de guerra propiciaron que la carrera de Franco fuera
meteórica, de tal manera que en 1926 era ya general de brigada.
Franco
recibió con cautela la llegada al poder del general Primo de Rivera, no porque
tuviera grandes objeciones que plantear al sistema dictatorial sino por la
inicial oposición del dictador a prolongar la sangría que suponía la guerra de
Marruecos. No obstante, la íntima simpatía que Franco siempre sintió hacia los
métodos autoritarios hizo que poco a poco se fuera identificando con la manera
de gobernar del general jerezano. Por otra parte, durante el gobierno de Primo
de Rivera, Franco se sintió protagonista de dos hechos que marcaron su
biografía: el desembarco, en colaboración con los franceses en Alhucemas y la
dirección de la Academia General Militar con sede en Zaragoza.
Franco
sirvió con fidelidad a Primo de Rivera en ambos cometidos, de carácter militar,
si bien en ámbitos distintos: el combate y la formación.
A
diferencia de generales como Goded, Franco no sintió en esos años la tentación
de participar en ninguna de las muchas conspiraciones de carácter
cívico-militar que se fraguaron contra Primo de Rivera. Siempre consideró la
etapa de gobierno de Primo de Rivera como globalmente positiva.
Permaneció
al frente de la Academia de Zaragoza bajo las presidencias del general
Berenguer y del almirante Aznar.
En
el puesto de director de la Academia le sorprendió la proclamación de la
República el 14 de abril de 1931. Franco, monárquico de convicción más que de
sentimiento, acató con disciplina aunque sin el menor entusiasmo el nuevo orden
de cosas.
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Franco arenga a sus hombres en la Academia de Zaragoza. |
El
15 de abril de 1931 reunió a los hombres bajo su mando para dar cuenta del cambio
de régimen y les dirigió las siguientes palabras:
" Proclamada la República en
España y concentrados en el Gobierno provisional los más altos poderes de la
nación, a todos corresponde cooperar con su disciplina y sólidas virtudes a que
la paz reine y la nación se oriente por los naturales cauces jurídicos".
Aceptación
sin la menor muestra de entusiasmo, pero acatamiento.
Franco
no se sintió nunca concorde con un régimen que propugnaba cambios en unos
ámbitos que le afectaban de manera profesional y en sus convicciones.
En
el ámbito profesional, el nuevo ministro de la Guerra, Manuel Azaña, se propuso
realizar una drástica reducción del hipertrofiado ejército de la monarquía, con
un exceso de oficiales y jefes. También se abolieron los grados de teniente
general y capitán general, siendo a partir de entonces el de general de
división el máximo grado. En este mismo orden de cosas, se suprimieron las
viejas regiones militares con sus capitanes generales y fueron sustituidas por
divisiones orgánicas al mando de generales de división. Se revisaron los
ascensos por méritos de guerra, medida que afectaba de manera muy personal a
Franco que, si bien mantuvo su grado de general de división, vio mermada su
situación en el escalafón.
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Con el ministro de la Guerra, Manuel Azaña. |
Como
culminación de estos sinsabores profesionales, el Gobierno provisional de la
República, a instancias del ministro Azaña, decidió suprimir la Academia
General Militar de Zaragoza.
La
supresión de la Academia llevaba consigo su cese en el destino, pero además
suponía para Franco el brusco final de una institución que consideraba como su
obra personal. Con motivo del cierre de la Academia Franco volvió a dirigirse a
sus hombres el 14 de junio de 1931 con un discurso en el que, aún cuidándose de
manifestar su acatamiento, se traslucía de forma nítida el malestar que le
causaba tal medida. Una de las afirmaciones más conocidas y citadas de aquel
discurso es aquella en la que Franco hace de la disciplina una palanca para
criticar con toda claridad al gobierno:
"Disciplina!...,
nunca buen definida y comprendida. ¡Disciplina!..., que no encierra mérito
cuando la condición del mando nos es grata y llevadera. ¡Disciplina!..., que
reviste su verdadero valor cuando el pensamiento aconseja lo contrario de lo
que se nos manda, cuando el corazón pugna por levantarse en íntima rebeldía, o
cuando la arbitrariedad o el error van unidos a la acción del mando. Esta es la
disciplina que os inculcamos, esta es la disciplina que practicamos. Este es el
ejemplo que os ofrecemos".
En el discurso de cierre de la Academia Franco
resalta el valor de la disciplina y su superior mérito cuando el acatamiento
resulta desagradable, al modo de una interpretación tosca del rigorismo
kantiano.
El discurso de Franco no pasó desapercibido a las
autoridades, especialmente al ministro de la Guerra, Manuel Azaña. que
consideró que una alocución como la que había proferido Franco era merecedora
de que su autor cesara en el mando de no ser porque, con el cierre del centro,
quedaba ya ipso facto cesante.
Franco estuvo bastantes meses sin destino, hasta el
punto en que vio peligrar su carrera. Por fin, en febrero de 1932 fue destinado
a La Coruña, como jefe de una brigada de infantería.
Aunque poco favorable a las orientaciones del
gobierno de la República, Franco no se implicó en la intentona que algunos
militares, encabezados por el general Sanjurjo, protagonizaron en agosto de
1932.
La orientación laica que caracterizó al bienio de
gobierno de Azaña disgustó a Franco que, aunque sin los extremos de ostentación
que mostró cuando llegó al poder, era un católico convencido, aunque su
religiosidad era más rutinaria y formalista que profunda.
Las elecciones celebradas el 19 de noviembre de
1933, con el derecho a voto por primera vez de las mujeres, dieron el triunfo a
las derechas representadas por la CEDA de José María Gil Robles y a los
republicanos radicales de Alejandro Lerroux. De momento, Lerroux formó gobierno
con el consentimiento aunque sin la participación de los hombres de Gil Robles.
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Franco, jefe de estado mayor, con el ministro Gil Robles. |
Franco se sintió mucho más a gusto con la nueva
situación política.
Gil Robles abogaba por una revisión constitucional
orientada hacia un régimen corporativo a la manera del Portugal de Salazar, de
inspiración católica. Franco se encontraba cerca de esta posición. Aunque
monárquico, actuaba de hecho de una forma accidentalista
en la alternativa entre monarquía o república, diferenciándose en este punto de
los monárquicos de estricta observancia que, a su vez, se estaban alejando en
los años treinta del liberalismo tradicional que había acompañado a la
Monarquía desde los tiempos de la Restauración de Cánovas del Castillo.
En 1934 se estaba produciendo una ruptura doble: por
un lado el elemento obrero, encuadrado en el PSOE y por otro las que entonces
se denominaban izquierdas burguesas,
cuyo más eminente representante era Manuel Azaña, se estaban alejando
progresivamente no sólo del gobierno sino del marco institucional. A ello hubo
que añadir el enfrentamiento con el gobierno catalán a cuenta de la Ley de contratos de cultivo de la Generalitat, considerada
inconstitucional por el Tribunal de
Garantías Constitucionales.
La entrada en octubre de 1934 de ministros de la
CEDA en el gobierno fue el detonante definitivo de una insurrección que tuvo
como protagonistas al gobierno de la Generalitat en Cataluña y a los
socialistas, junto con elementos anarquistas y en menor medida comunistas en el
resto de España. El movimiento catalán fue rápidamente sofocado en Barcelona
por el general Batet. Distinta sería la suerte de la insurrección obrera que,
en Asturias, alcanzó extremos de gran virulencia que desbordaron a las fuerzas
gubernamentales.
El ministro radical de la guerra, Diego Hidalgo,
llamó al general Franco para tenerlo junto a sí como asesor con el objeto de
dirigir las operaciones de represión desde Madrid. Se envió a Asturias para
reprimir el movimiento al general López Ochoa, por su trayectoria republicana.
Franco, claramente un militar africanista,
organizó desde Madrid la represión. Fue enviada a Asturias la Legión. El
movimiento fue sofocado pero con un elevado precio en víctimas. La contundente
actuación de Franco le ganó las simpatías de las gentes conservadoras y la
inquina de la izquierda.
Cuando Gil Robles fue nombrado ministro de la
Guerra, este otorgó a su vez el cargo de Jefe de Estado Mayor a Francisco
Franco. Era la culminación de su carrera profesional. En este puesto permaneció
hasta las elecciones de 1936 y la llegada al poder del Frente Popular.
Cuando se fueron conociendo los resultados de las
elecciones del 16 de febrero de 1936, que daban como vencedora a la coalición
de izquierdas del Frente Popular, Franco sugirió al todavía jefe de gobierno,
Manuel Portela Valladares, la proclamación del estado de guerra, sin éxito.
Llamado Manuel Azaña al poder por el presidente de la República Niceto Alcalá
Zamora, Franco fue destinado a la comandancia militar de Canarias, una manera
de alejar a un militar que se suponía poco proclive a la nueva situación
política.
Los acontecimientos políticos y sociales se
precipitaron durante la primavera de 1936: incidentes callejeros, quema de
iglesias, ocupación de tierras, destitución del presidente de la República,
elevación a la jefatura del Estado de Manuel Azaña y sustitución del mismo por
Santiago Casares Quiroga al frente del gobierno.
Desde el principio el sector de militares de derecha
se decidió por la vía de la insurrección y el general de brigada Mola se
convirtió en el "director" de un movimiento concebido como un
levantamiento de las distintas guarniciones. Generales como Varela, Orgaz,
Saliquet. Kindelán y Goded se incorporaron pronto a la conspiración. También lo
hizo el general Queipo de Llano. Se pensó en Franco desde un principio como uno
de los militares fundamentales para participar en el movimiento pero este
último tardó en incorporarse a la conspiración, aunque estuvo en todo momento
informado acerca de los pormenores de la misma.
Franco realizó en estos meses previos al alzamiento
una efímera incursión en el terreno de la política directa, pues estuvo tentado
a participar a la elección a diputado por Cuenca, circunscripción en la que se
debía repetir la elección. Fue convencido de que el parlamento no era el lugar
donde sus cualidades pudieran resaltar más y abandonó el intento.
La idea de Mola consistía en que Franco, una vez
asegurada la insurrección en Canarias, debía hacerse con el control de las
tropas del Protectorado de Marruecos, que eran las de mayor nivel profesional,
con los Regulares y la Legión.
Franco no estaba dispuesto a participar en una
aventura incierta que pudiera poner en riesgo su carrera y su vida. Dirigió
una carta al jefe de Gobierno y ministro
de la Guerra, Casares Quiroga, en la que le afirmaba lo siguiente:
«Respetado ministro:
Es tan grave el estado de inquietud
que en el ánimo de la oficialidad parecen producir las últimas medidas
militares, que contraería una grave responsabilidad y faltaría a la lealtad
debida si no le hiciese presente mis impresiones sobre el momento castrense y
los peligros que para la disciplina del Ejército tienen la falta de interior satisfacción
y el estado de inquietud moral y material que se percibe, sin palmaria
exteriorización, en los cuerpos de oficiales y suboficiales. Las recientes
disposiciones que reintegran al Ejército a los jefes y oficiales sentenciados
en Cataluña, y la más moderna de destinos antes de antigüedad y hoy dejados al
arbitrio ministerial, que desde el movimiento militar de junio del 17 no se
habían alterado, así como los recientes relevos, han despertado la inquietud de
la gran mayoría del Ejército. Las noticias de los incidentes de Alcalá de
Henares con sus antecedentes de provocaciones y agresiones por parte de
elementos extremistas, concatenados con el cambio de guarniciones, que produce,
sin duda, un sentimiento de disgusto, desgraciada y torpemente exteriorizado,
en momentos de ofuscación, que interpretado en forma de delito colectivo tuvo
gravísimas consecuencias para los jefes y oficiales que en tales hechos
participaron, ocasionando dolor y sentimiento en la colectividad militar. Todo
esto, excelentísimo señor, pone aparentemente de manifiesto la información
deficiente que, acaso, en este aspecto debe llegar a V.E., o el desconocimiento
que los elementos colaboradores militares pueden tener de los problemas íntimos
y morales de la colectividad militar. No desearía que esta carta pudiese
menoscabar el buen nombre que posean quienes en el orden militar le informen o
aconsejen, que pueden pecar por ignorancia; pero sí me permito asegurar, con la
responsabilidad de mi empleo y la seriedad de mi historia, que las
disposiciones publicadas permiten apreciar que los informes que las motivaron
se apartan de la realidad y son algunas veces contrarias a los intereses
patrios, presentando al Ejército bajo vuestra vista con unas características y
vicios alejados de la realidad. Han sido recientemente apartados de sus mandos
y destinos jefes, en su mayoría, de historial brillante y elevado concepto en
el Ejército, otorgándose sus puestos, así como aquellos de más distinción y
confianza, a quienes, en general, están calificados por el noventa por ciento
de sus compañeros como más pobres en virtudes. No sienten ni son más leales a
las instituciones los que se acercan a adularlas y a cobrar la cuenta de
serviles colaboraciones, pues los mismos se destacaron en los años pasados con
Dictadura y Monarquía. Faltan a la verdad quienes le presentan al Ejército como
desafecto a la República; le engañan quienes simulan complots a la medida de
sus turbias pasiones; prestan un desdichado servicio a la patria quienes
disfracen la inquietud, dignidad y patriotismo de la oficialidad, haciéndoles
aparecer como símbolos de conspiración y desafecto. De la falta de ecuanimidad
y justicia de los poderes públicos en la administración del Ejército en el año
1917, surgieron las Juntas Militares de Defensa. Hoy pudiera decirse
virtualmente, en un plano anímico, que las Juntas Militares están hechas.
Los escritos que clandestinamente
aparecen con las iniciales de U.M.E. y U.M.R.A. son síntomas fehacientes de su
existencia y heraldo de futuras luchas civiles si no se atiende a evitarlo,
cosa que considero fácil con medidas de consideración, ecuanimidad y justicia.
Aquel movimiento de indisciplina colectivo de 1917, motivado, en gran parte,
por el favoritismo y arbitrariedad en la cuestión de destinos, fue producido en
condiciones semejantes, aunque en peor grado, que las que hoy se sienten en los
cuerpos del Ejército. No le oculto a V.E. el peligro que encierra este estado
de conciencia colectivo en los momentos presentes, en que se unen las
inquietudes profesionales con aquellas otras de todo buen español ante los
graves problemas de la patria.
Apartado muchas millas de la
península, no dejan de llegar hasta aquí noticias, por distintos conductos, que
acusan que este estado que aquí se aprecia, existe igualmente, tal vez en mayor
grado, en las guarniciones peninsulares e incluso entre todas las fuerzas
militares de orden público.
Conocedor de la disciplina, a cuyo
estudio me he dedicado muchos años, puedo asegurarle que es tal el espíritu de
justicia que impera en los cuadros militares, que cualquiera medida de
violencia no justificada produce efectos contraproducentes en la masa general
de las colectividades al sentirse a merced de actuaciones anónimas y de
calumniosas delaciones.
Considero un deber hacerle llegar a
su conocimiento lo que creo una gravedad grande para la disciplina militar, que
V.E. puede fácilmente comprobar si personalmente se informa de aquellos
generales y jefes de cuerpo que, exentos de pasiones políticas, vivan en
contacto y se preocupen de los problemas íntimos y del sentir de sus
subordinados.
Muy atentamente le saluda su affmo. y subordinado, Francisco Franco.»
Difícil
resulta, sin caer en el peligroso terreno de los juicios de intenciones, juzgar
esta carta. El contenido resulta claro, pero es imposible leer la carta
olvidando los acontecimientos que rápidamente sucedieron y que tuvieron a su
autor por protagonista. La carta ha sido interpretada de distinta manera según
la cercanía o lejanía al propio Franco. Sus simpatizantes la han interpretado
como una última y desesperada advertencia antes de lanzarse a una incierta
sublevación.
En
todo caso, es evidente que Franco actúa con doblez, pues se muestra como
disciplinado y ajeno a cualquier conspiración, cuando evidentemente era conocedor
de lo que Mola estaba tejiendo, aunque sí que puede ser cierto que no tuviera
una postura clara de alzarse en el momento de la redacción de la carta.
Los
acontecimientos del 12 y 13 de julio parece que fueron definitivos para decidir
a Franco a participar en la sublevación.
El
12 de julio fue asesinado el teniente Castillo, simpatizante de la izquierda.
Al día siguiente, unos guardias de asalto, como represalia, secuestraron y
asesinaron al jefe del Bloque Nacional, el antiguo ministro de la dictadura José
Calvo Sotelo.
El
17 de julio se inició el alzamiento militar por parte de las fuerzas destacadas
en el protectorado de Marruecos.
Franco
se sumó a última hora al alzamiento pero una vez que lo hizo se comprometió a
fondo con el mismo.
Su
bando como comandante militar de Canarias trata de justificar la sublevación
como un hecho que se impone ante la quiebra de un poder público que el propio
alzamiento ha contribuido a crear, en un mecanismo clásico de justificación de
un hecho que en sí es una desnuda y gravísima desobediencia.
En
su manifiesto Franco dice:
Españoles:
A
cuantos sentís el santo amor a España, a los que en las filas del Ejército y la
Armada habéis hecho profesión de fe en el servicio de la patria, a los que
jurasteis defenderla de sus enemigos hasta perder la vida, la Nación os llama a
su defensa.
La situación
de España es cada día que pasa más crítica. La anarquía reina
en la mayoría de sus campos y de sus pueblos; autoridades de nombramiento
gubernativo presiden, cuando no fomentan, las revueltas. A tiros de pistolas y
ametralladoras se dirimen las diferencias entre los bandos de ciudadanos, que,
alevosa y traidoramente, se asesinan, sin que los poderes públicos impongan la
paz y la justicia.
Huelgas revolucionarias de todo orden paralizan la
vida de la Nación, arruinando y destruyendo sus fuentes naturales de riqueza y
creando una situación de hambre que lanzará a la desesperación a los hombres
trabajadores.
Los monumentos y tesoros artísticos son objeto de
los más enconados ataques de las hordas revolucionarias, obedeciendo a las
consignas que reciben de las directivas extranjeras, que cuentan con la
complicidad o negligencia de gobernadores monteriles.
Los más graves delitos se cometen en las ciudades y
en los campos, mientras las Fuerzas de Orden Público permanecen acuarteladas,
corroídas por la desesperación que provoca una obediencia ciega a gobernantes
que intentan deshonrarlas. El Ejército, la Marina y demás Institutos armados
son blanco de los soeces y calumniosos ataques, precisamente por aquellos que
deben velar por sus prestigios.
Los estados de excepción y alarma sólo sirven para
amordazar al pueblo y que España ignore lo que sucede fuera de las puertas de
sus villas y ciudades, así como para encarcelar a los pretendidos adversarios
políticos.
La Constitución, por todos suspendida y vulnerada,
sufre un eclipse total; ni igualdad ante la Ley, ni libertad, aherrojada por la
tiranía, ni fraternidad; cuando el odio y el crimen han sustituido al mutuo
respeto, ni unidad de la Patria, amenazada por el desgarramiento territorial
más que por regionalismo que los propios poderes fomentan; ni integridad y
defensa de nuestras fronteras, cuando en el corazón de España se escuchaban las
emisoras extranjeras que predican la destrucción y el reparto de nuestro suelo.
La Magistratura española, que la Constitución
garantiza, igualmente sufre persecuciones que la enervan o mediatiza y recibe
los más duros ataques a su independencia.
Pactos electorales, hechos a costa de la integridad
de la propia Patria, unidos a los asaltos a Gobiernos Civiles y cajas fuertes,
para falsear las actas, formaron la máscara de la legalidad que nos preside.
Nada contuvo la apetencia de Poder; destitución ilegal del moderador;
glorificación de la revolución de Asturias y de la separación catalana; una y
otra quebrantadoras de la Constitución que, en nombre del pueblo, era el Código
fundamental de nuestras Instituciones.
Al espíritu revolucionario e inconsciente de las
masas, engañadas y explotadas por los agentes soviéticos, que ocultan la
sangrienta realidad de aquel régimen que sacrificó para su existencia
veinticinco millones de personas, se unen la malicia y negligencia de
Autoridades de todo orden que, amparadas en un poder claudicante, carecen de
autoridad y prestigio para imponer el orden y el imperio de la libertad y la
justicia.
¿Es que se puede consentir un día más el vergonzoso
espectáculo que estamos dando al mundo?
¿Es que podemos abandonar a España a los enemigos de
la Patria, con un proceder cobarde y traidor, entregándola sin lucha y sin
resistencia?
¡Eso no! Que lo hagan los traidores, pero no
lo haremos quienes juramos defenderla.
Justicia e igualdad ante la Ley os ofrecemos. Paz y
amor entre los españoles. Libertad y fraternidad exentas de libertinaje y tiranía.
Trabajo para todos. Justicia social, llevada a cabo sin enconos ni violencias y
una equitativa y progresiva distribución de la riqueza sin destruir ni poner en
peligro la economía española.
Pero, frente a eso, una guerra sin cuartel a los
explotadores de la política, a los engañadores del obrero honrado, a los
extranjeros o a los extranjerizantes, que directa o solapadamente intentan
destruir a España.
En estos momento es España entera la que se levanta
pidiendo paz, fraternidad y justicia; en todas las regiones, el Ejército, la
Marina y Fuerzas de Orden Público se lanzan a defender la Patria. La energía en
el mantenimiento del orden estará en proporción a la magnitud de las
resistencias que se ofrezcan.
Vuestro impulso no se termina por la defensa de unos
intereses bastardos, ni por el deseo de retroceder en el camino de la Historia,
porque las Instituciones, sean cuales fueren, deben garantizar un mínimo de
comprensión de todos los organismos nacionales, con una respuesta anárquica,
cuya realidad es imponderable.
Como la pureza de nuestras intenciones nos impide el
yugular aquellas conquistas que representan un avance en el mejoramiento
político-social, y el espíritu de odio y venganza no tiene albergue en nuestros
pechos, del forzoso naufragio que sufrirán algunos ensayos legislativos,
sabremos salvar cuanto sea compatible con la paz interior de España y su
anhelada grandeza, haciendo reales en nuestra Patria, por primera vez, y por
este orden la trilogía: fraternidad.
libertad e igualdad.
Españoles: ¡Viva España! ¡Viva el
honrado pueblo español y malditos los que en lugar de cumplir sus deberes
traicionan a España.
El manifiesto de Franco se inscribe en una línea de
argumentación clásica en cualquier rebelión, cual es justificar la ruptura de
una legalidad alegando para ello que tal legalidad ya estaba de hecho
destruida.
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El 1 de octubre de 1936, nombrado jefe del estado. |
Lo que queda de la historia de Franco deja de ser
patrimonio de su biografía para pasar a formar parte de la Historia de España:
su nombramiento como generalísimo de los ejércitos y jefe de Estado el 1 de
octubre de 1936, su apropiación de agrupaciones políticas y símbolos al
constituir en abril de 1937 el partido único Falange española tradicionalista y de las Jons, la formación de su
primer gobierno en enero de 1938, la victoria en abril de 1939, el estallido en
ese mismo año de la guerra en Europa que pronto se convertiría en guerra
mundial, su simpatía cautelosa hacia las potencias del Eje y su también
cauteloso apartamiento de esa simpatía cuando empezó a ser evidente la derrota
de las potencias que conformaban dicho Eje, el aislamiento internacional en
1945, la progresiva aproximación a los Estados Unidos utilizando como baza un
anticomunismo que resultaba eficaz en la guerra fría, el fin del aislamiento
con la admisión en la ONU en 1955, la aproximación a Europa desde la
peculiaridad de su régimen a partir del final de los años cincuenta, el
despegue económico de los años sesenta y el estancamiento del régimen en los
años setenta, hasta el último coletazo del año 1975, con frecuentes atentados
de grupos como ETA, FRAP y la aparición de los Grapo coincidiendo con su última
arenga pública desde el balcón del Palacio de Oriente el 1 de octubre de 1975.
¿Quién fue Franco en verdad? ¿qué fue?
Franco fue en esencia un militar de corte conservador
sin una ideología elaborada pero con unas creencias básicas en un mundo
presidido por el orden, la unidad, la familia y la patria.
Las ideologías le sirvieron más de vestidura que de
doctrina y las utilizó según el momento, de tal manera que no dudó en
apropiarse de los ropajes y la retórica del movimiento fascista de Falange,
pero limando los aspectos sociales más radicales que anidaban en los fascismos
de los años treinta.
Cuando el fascismo dejó de ser una doctrina
respetable tras su derrota en 1945 fue girando hacia un corporativismo católico
de tipo autoritario y conservador, pero cuidando siempre de mantener un
equilibrio entre las distintas familias que conformaban su régimen.
A finales de los años cincuenta, aunque con
reticencias, abandonó la dirección de los asuntos económicos en manos de
técnicos pertenecientes en su mayoría al Opus Dei.
En los años setenta Franco fue adoptando el aspecto
de un anciano venerable, muy lejos de su inicial presentación como militar con
mando en plaza. En 1973 dejó la presidencia del gobierno en manos de su alter ego almirante Carrero Blanco,
quedando como Jefe de Estado, en un posición que recordaba a las de las
presidencias de república no ejecutivas pero en el marco de un sistema
dictatorial. Tras la muerte en atentado del almirante el 20 de diciembre de
1973, Franco nombró un nuevo presidente del gobierno en la persona de Carlos
Arias Navarro.
A diferencia del general Primo de Rivera, que no
dudaba en considerar su gobierno como una dictadura y que se llamaba a sí mismo
dictador, Franco nunca admitió esa denominación. No reconoció que su sistema
fuera una dictadura, y estaba prohibido calificar a su régimen como
dictatorial.
El hecho de que Primo de Rivera se considerara
dictador y Franco no tiene más importancia que la de una mera disquisición
nominal. En la tradición romana, de la que procede el término, la dictadura
estaba considerada como una magistratura personal excepcional, para hacer
frente a una situación que no pudiera ser resuelta por los cauces ordinarios.
El dictador disponía de un poder sin restricción pero tasado en el tiempo. La
dictadura había de deponerse una vez superada la coyuntura que la había hecho
necesaria. Se distinguía por tanto entre Dictadura
y Tiranía, que era un poder
arbitrario e ilegítimo.
El general Primo de Rivera, cuando se hizo con el
poder, manifestó su intención de no ejercerlo indefinidamente sino hasta
alcanzar unos objetivos que permitieran la vuelta a la normalidad. Se presentaba por tanto, con un carácter de caducidad.
El rechazo de Franco al uso del término dictador no
se debía a la connotación peyorativa que tal término tiene hoy día sino a que
el sentido tradicional de la dictadura lo hacía un régimen tasado en el tiempo
por definición y por tanto, con fecha de caducidad.
La intención original de Franco fue la de no ser un
simple puente de excepción entre un régimen republicano y una monarquía
restaurada. Los generales monárquicos que lo apoyaron en un principio no
llegaron a detectar con clarividencia el deseo de Franco de construir un nuevo
régimen.
Franco fue objetivamente un dictador, pero las
claves culturales que manejaba en su época estaban todavía impregnadas de una
tradición romana que le resultaba inconveniente para su intención de permanecer
indefinidamente en el poder.
Conforme en Europa se restablecían los sistemas
democráticos, Franco se vio en la necesidad de calificar a su régimen como una
democracia, pero como quiera que las diferencias entre su sistema y los de
Europa occidental eran manifiestas, tuvo que recurrir a una denominación que ya
había sido empleada en España en los años treinta por el liberal Salvador de
Madariaga, paradójicamente uno de sus mayores enemigos, y así, de este modo, su
sistema fue bautizado como una democracia
orgánica, en la que la participación no se encauzaba a través de los
partidos políticos sino a través de lo que se entendía como instituciones
naturales: familia, municipio y sindicato. Tales subterfugios no engañaban a
nadie y fuera de las fronteras todo el mundo consideraba que el régimen español
era una dictadura.
Otra cuestión que fue muy debatida en los años de
Franco fue la de si se debía calificar a su sistema como totalitario o más bien como autoritario.
Esta última distinción, popularizada en España por el sociólogo Juan José Linz,
resultó muy útil en los años de la Guerra Fría para distinguir entre sistemas
que, como el soviético y el de los países de la Europa del Este, se
consideraban como totalitarios y
aquellos otros como los de Salazar en Portugal y el de Franco en España, que
eran calificados de sistemas autoritarios.
Antes de la guerra mundial también eran considerados totalitarios los regímenes
de Hitler y Mussolini.
La intención de justificación de tal distinción era
evidente: si bien no se consideraba aceptable ni homologable un sistema como el
de Franco, al presentarlo como simplemente autoritario, se encontraba la excusa
necesaria para poder colaborar en algunos aspectos con él, en especial en los
ámbitos de la lucha estratégica entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Un
régimen autoritario no era democrático, pero tampoco se consideraba que fuera
una dictadura implacable que invadiera todos los estratos de la sociedad. La
distinción, al servicio de claros intereses, constituía manifiestamente un hipocresía
al servicio de una postura cínica.
Con ser cierto lo anterior, también lo es que la
distinción totalitario-autoritario, despojada de esa intención utilitaria, no
siempre se ha entendido de una manera correcta, debido en parte, precisamente,
al empleo torticero de la misma. En sentido contrario, quienes sí se percataron
de ese uso, para no caer en sus redes, adoptaron de manera poco consciente la
interpretación tradicional de totalitario-autoritario en el sentido de
dictadura fuerte- dictadura débil.
La primera interpretación obedece a un claro interés
de tergiversación. La segunda se debe a un mal entendido.
Lo más característico de la distinción
totalitario-autoritario no radica en la mayor brutalidad o arbitrariedad del
primer sistema frente al segundo sino al grado en que el sistema político
consigue impregnar al conjunto de la sociedad. Un sistema totalitario sería
aquel en el que no hay ámbito alguno de la sociedad civil que deje de estar
impregnado por los valores del sistema político. Un sistema autoritario sería
aquel en el que, pese al carácter dictatorial del sistema, este nunca llega a
colonizar de manera total todos los ámbitos de la sociedad. Un sistema puede
ser simplemente autoritario y a su vez extremadamente violento.
Paradójicamente, un sistema totalitario puede que , precisamente por impregnar
a toda la sociedad con sus valores, no se vea obligado, una vez consolidado, a
emplear una violencia desmesurada.
La distinción entre estado totalitario y estado
autoritario es útil siempre que la sepamos captar como una tipología que
responde a lo que Max Weber denominaba tipos
ideales, útiles para la clasificación pero que nunca se dan con la misma
pureza y exactitud en el marco histórico real. En la historia realmente
acontecida ni siquiera regímenes extremos como lo fueron el nazismo alemán o el
estalinismo consiguieron dominar de manera total a todos los estratos de la
sociedad. Esto se aprecia claramente en el régimen de Hitler, en el que, dado
su carácter belicista, tenía el ejército una función importantísima, pero que
no evitó que fuera en los sectores más clásicos de la oficialidad donde se
fraguó la más importante conspiración contra su régimen, la que estalló el 20
de julio de 1944.
La aspiración última de un sistema totalitario
consiste en una extrema politización de la sociedad sobre la que se ejerce el
poder en forma de exaltada adhesión. Por el contrario, un sistema autoritario
aspira a lograr el mayor grado posible de despolitización, quedando los
momentos de exaltación convertidos en decorado o fachada programada por el
poder, en "claque", que fue de hecho la función que en el régimen de
Franco cumplió el llamado Movimiento Nacional. Si bien a un sistema autoritario
no le interesa, como es lógico, la existencia de grupos que le disputen su
hegemonía, mantiene un cierto nivel de tolerancia con todos aquellos sectores
que, aunque sepa que no le son afines, identifique como poco peligrosos.
La represión forma parte esencial en el
mantenimiento del poder tanto en los sistemas totalitarios como en los
autoritarios.
El régimen de Franco fue en extremo represivo desde
sus inicios y mantuvo dicho carácter hasta el final de los días del dictador.
En sus comienzos la represión fue brutal, en el marco de la guerra civil, y
dirigida hacia todo tipo de persona o agrupación de la que se tuviera
constancia de poca simpatía hacia el movimiento militar. El estado de guerra,
declarado en las guarniciones que se sumaron al alzamiento, se mantuvo hasta
1948.
Lo más significativo del régimen de Franco fue el
alto nivel de represión que se siguió ejerciendo a partir de 1939, una vez
acabada la guerra.
Himmler, el jefe de las SS, quedó sorprendido cuando
visitó España en 1940 por la gran cantidad de fusilamientos que se seguían
practicando. Es sin duda sorprendente que un hombre como Himmler pudiera
sentirse a disgusto con la represión, pero ello muestra la clara diferencia en
la forma de movilizar a la población por parte de un sistema que, como el
nazismo, no dejaba de ser un movimiento de masas y un sistema que, como el de
Franco, no tenía más ideología que la del orden como marco de referencia para
que los intereses que representaba pudieran abrirse camino.
Dentro del propio bando nacional no dejó de
sorprender el grado extremo de represión que Franco ejercía. En 1938 en un
discurso en Burgos, el general Yagüe, máximo responsable de la matanza de
Badajoz, se lamentó públicamente del resentimiento que tal política de
represión provocaba y que evitaba que muchas personas pudieran identificarse de
una manera sincera con el alzamiento nacional. Estas fueron las palabras de
Yagüe:
"Para darle a la unificación calor
humano, para que ésta sea sentida y bendecida en todos los lugares, hay que
perdonar. Perdonar, sobre todo. En las cárceles hay, camaradas, miles y miles
de hombres que sufren prisión. Y, ¿por qué? Por haber pertenecido a algún
partido o a algún sindicato. Entre esos hombres hay muchos honrados y
trabajadores, a los que con muy poco esfuerzo, con un poco de cariño, se les
incorporaría al Movimiento. Hay que ser generosos, camaradas. Hay que tener el
alma grande y saber perdonar. Nosotros somos fuertes y nos podemos permitir ese
lujo. Yo pido a las autoridades que revisen expedientes y revisen penas. Que
lean antecedentes y que vayan poniendo en libertad a esos hombres para que
devuelvan a sus hogares el bienestar y la tranquilidad, para que podamos
empezar a desterrar el odio, para que cuando venimos a predicar estas cosas
grandes de nuestro credo no veamos ante el público sonrisas de escepticismo y
acaso miradas de odio, porque tened en cuenta que en el hogar donde hay un
preso sin que haya habido delito tiene que anidar el odio"..
Yagüe fue apartado durante algunos meses del mando
de las operaciones.
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Franco junto a Juan Yagüe en Sevilla en 1936. |
La represión fue cambiando de carácter conforme los aliados
iban ganando la guerra mundial. A partir de 1945 Franco tuvo que adoptar
medidas que lavaran la cara de su régimen y en este sentido se promulgó el Fuero de los españoles. La invasión del valle de Arán por fuerzas comunistas al
finalizar la guerra mundial hizo que el ejército entrara de nuevo en labores de
represión que, poco a poco, fueron quedando en manos de la Guardia Civil. Los
comunistas fueron durante los primeros veinte años del régimen la fuerza más
organizada y la que sufrió con más fuerza la represión.
A partir de la segunda mitad de los años cincuenta
la universidad empezó a escapar del control de la dictadura y los estudiantes
más politizados sufrieron las consecuencias de la represión.
En los años sesenta y setenta el mundo laboral se sumó
a los sectores que demandaban cambios y entró en la misma espiral de represión
y, lo más sorprendente, sectores de la iglesia católica empezaron a
desvincularse del régimen y a participar en labores de oposición.
El 20 de diciembre de 1973 el atentado que costó la
vida al presidente del gobierno, Luis Carreo Blanco, situó a la organización
ETA como el enemigo más peligroso del régimen.
En 1963 se aplicó la pena de muerte al comunista
Grimau y en 1974 fueron ejecutados Salvador Puig Antich y una apátrida de
origen alemán.
El 27 de septiembre de 1975 se ejecutaron cinco
penas de muerte a dos miembros de ETA y a tres del FRAP. Es la última ocasión
en que en España se ha aplicado la pena de muerte.
Franco presentaba a su régimen en los años en los
que parecía que la victoria en la guerra mundial se iba a decantar por el Eje
como un estado totalitario, pero tras la derrota del nazismo en 1945 tal
lenguaje fue abandonado.
Manuel Azaña captó en plena guerra con una gran intuición las diferencias que
existían entre el fascismo genuino y el estado que se estaba formando en el bando
nacional.
"En España puede haber muchos
fascistas, pero un régimen fascista no lo habrá. Si triunfaran los rebeldes
recaeríamos en una dictadura militar y eclesiástica de tipo español y
tradicional. Sables, casullas, desfiles militares y homenajes a la Virgen del
Pilar. De ese lado el país no da para más" (Azaña, 1937)
Azaña captó el carácter esencialmente reaccionario del bando nacional, muy
diferente del aspecto más moderno de los movimientos fascistas de masas. Del
fascismo Franco adoptó el gesto y el decorado mientras le fueron útiles.
Tampoco es acertado describir al régimen de Franco como una dictadura
militar, si bien fue indudablemente la dictadura de un militar.
Franco fue militar por profesión y temperamento y llegó al poder gracias al
apoyo de sus compañeros de armas, teniendo el ejército una importancia decisiva
en la formación de su régimen pero el nuevo estado que se estaba formando tenía
unas aspiraciones de permanencia que no podían ser sustentadas de manera
exclusiva por el ejército. Una dictadura militar tiene siempre un carácter de
excepción que la hace incompatible con la aspiración a la permanencia. El
mariscal Carmona en Portugal comprendió pronto este extremo y transformó su
dictadura, que era fruto de un movimiento militar, en un régimen con vocación
de permanencia cuando llamó al doctor Oliveira Salazar a que se hiciera cargo
de la jefatura del gobierno. Ello permitió que en el país vecino se implantara
un régimen que mantuvo su vigencia durante medio siglo, hasta su derrocamiento
por el alzamiento militar del 25 de abril de 1974.
Franco se apoyó en un movimiento militar y, probablemente, sus compañeros
de armas vieran en él al jefe ideal de un régimen sin vocación de permanencia.
Franco tuvo desde muy pronto una visión providencialista de su mando
(caudillaje en su lenguaje) que resultaba incompatible con el mero ejercicio de
una jefatura corporativa del ejército. No se veía a sí mismo como un Primus inter pares, aunque puede que los
compañeros de armas que lo elevaron a su posición no captaran este extremo. En
la exaltación al mando supremo de Franco subyace un equívoco: sus compañeros
pretendían nombrar a un generalísimo ( que a pesar de la connotación pomposa de
tal título significa simplemente un general que coordina a todos los ejércitos)
y poco a poco fueron comprendiendo que habían elegido a un caudillo con
aspiración a ejercer el poder supremo sin límite.
El general Miguel Cabanellas, que había ejercido la jefatura de la Junta de
Defensa hasta la toma de posesión de Franco el 1 de octubre de 1936 sí que
penetró con todo acierto lo que iba a suceder. Cuando los altos mandos
militares se reunieron para decidir nombrar un mando único y acordaron que
Franco debía ejercer tal mando, Cabanellas les advirtió con palabras que
resultaron proféticas:
"Ustedes no saben lo que han hecho porque no le conocen como yo, que
lo tuve a mi órdenes en el ejército de África[...] Si, como quieren va a
dársele en estos momentos España, va a creerse que es suya y no dejará que
nadie le sustituya en la guerra, ni después de ella, hasta la muerte".
Franco, que era consciente de la necesidad de dotar de un cierto grado de
institucionalización a su sistema contó para ello con la ayuda de Ramón Serrano
Súñer, un abogado del Estado que fue el personaje más influyente durante los
primeros años de su régimen y que dio los pasos necesarios para construir un
estado que no se limitara a ser lo que, en feliz expresión del propio Serrano,
no era al principio más que un simple estado
campamental.
A partir de 1942 se eclipsó la figura de Serrano pero tras los distintos
cambios de gobierno Franco no perdió nunca de vista la necesidad de dotar de
instituciones estables a su régimen, empeño que cristalizó en las distintas
leyes fundamentales: fuero del trabajo, ley constitutiva de las Cortes, fuero
de los españoles, ley de sucesión, ley de principios del Movimiento y Ley
Orgánica del Estado, esta última considerada como la culminación institucional
de su régimen.
Conforme fueron pasando los años, la sociedad española se fue alejando de
las bases fundacionales del régimen, en un proceso gradual por el que las
nuevas generaciones cada vez veían como más lejano y ajeno al régimen vigente.
Lo característico de este proceso fue que esta lejanía no se limitaba a los
sectores que pidieran verse como los perdedores de la guerra civil sino que fue
afectando de manera progresiva a sectores que en principio se consideraban como
pertenecientes al bando ganador.
Los monárquicos fueron los primeros de entre los considerados vencedores
que empezaron a ver a la figura de Franco como un obstáculo a sus aspiraciones.
También fueron los primeros en ver el mando único de Franco como una garantía
de futura restauración monárquica. Fue Kindelán, reconocido monárquico, uno de
los mandos más decisivos a la hora de otorgar a Franco el poder supremo. Cierto
es que militares falangistas como Yagüe también lo apoyaron, pero el factor
monárquico fue decisivo. También se percataron pronto del error que habían
cometido al pensar que estaban nombrando a un generalísimo y no a un caudillo.
Desde el sector falangista militares como Juan Yagüe sí que apoyaban
claramente la idea de un caudillo. Poco antes de que Franco fuera nombrado jefe
de estado Yagüe arengó en Cáceres a sus seguidores anunciándoles que pronto
tendrían un caudillo.
El sector tradicionalista también apoyó a Franco pero en este caso no
disponían de un candidato claro al trono.
El sector monárquico, que tenía en la figura de Juan de Borbón a un posible
rey, osciló entre la cooperación y la oposición. El propio Juan de Borbón
sintió que Franco estaba ocupando el puesto que a él correspondía de una manera
ilegítima y ello se manifestó de manera evidente el último año de vida de
Franco, cuando desde Estoril realizó unas declaraciones que suponían una
ruptura clara con la figura de Franco. En una alocución celebrada el 14 de
junio de 1975 ante representantes de partidos de la oposición moderada Don Juan
manifestó que Franco había sido elevado por sus compañeros de armas para llevar
a cabo una misión más concreta y circunstancial que la que de hecho venía
ejerciendo, dado que había acabado por ejercer la jefatura del estado de manera
vitalicia. El día 18 de junio el gobierno español desaconsejó la presencia de
Juan de Borbón en España.
Franco actuó con bastante astucia para poder controlar la oposición que más
le podía preocupar, que era la de los sectores del bando nacional
desilusionados con su clara intención de no abandonar el poder. Con la
oposición de los derrotados no se empleó la astucia sino la represión sin
matices.
El régimen de Franco fue consecuencia de hechos correspondientes a la
realidad española pero la manera cruenta en que surgió, en medio de una guerra
civil. hizo que desde un principio los factores internacionales fueran
decisivos.
Franco estableció desde muy pronto una eficaz interlocución con la Alemania
nazi y la Italia fascista. Al acabar la guerra en 1939, el régimen se situaba
claramente dentro de las coordenadas de las potencias del Eje.
Como es sabido, la derrota alemana de 1945 propició una situación de
aislamiento del régimen de Franco pero este supo explotar las posibilidades que
el anticomunismo occidental ofrecía durante la guerra fría, de tal manera que
poco a poco pudo salir del aislamiento. En 1953 se estableció un nuevo
concordato con la Santa Sede así como unos pactos militares con los Estados
Unidos.
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Entrevista con Hitler en Hendaya en 1940. |
Entre 1936 y 1945 fueron contadas
las entrevistas que Franco sostuvo con otros gobernantes. En 1940 sostuvo la
que quizá resultó más famosa, con Hitler en Hendaya.
En 1941 sostuvo una entrevista con Mussolini y otra con el mariscal Petain.
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Con Mussolini y Serrano Súñer en 1941. |
En el marco peninsular se estrecharon los lazos con el también régimen
dictatorial de Portugal, realizándose encuentros entre Franco y Oliveira
Salazar.
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Franco y el mariscal Petain en 1941. |
En 1947 visitó España la esposa del general argentino Juan Domingo Perón,
Eva Duarte.
En diciembre de 1959 tuvo lugar la visita a Madrid del presidente de los
Estados Unidos, Eisenhower, que supuso un claro éxito propagandístico para
Francisco Franco.
En 1970 fue visitado por el entonces presidente Nixon. En 1975 otro
presidente de los Estados Unidos, Ford, visitó a Franco.
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Encuentro de Franco e Eisenhower en 1959. |
En el ámbito iberoamericano se produjeron visitas esporádicas, como las del
argentino Alejandro Lanusse o el paraguayo Alfredo Stroessner.
También visitó España el emperador de Etiopía Haile Selassie.
Las visitas de gobernantes extranjeros se constituían en auténticos
acontecimientos nacionales.
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Junto al presidente Nixon. |
La política exterior de Franco estuvo marcada por un básico anticomunismo
junto con gestos de amistad hacia el ámbito iberoamericano y árabe más
retóricos que efectivos.
Un aspecto en el que el régimen de Franco se distinguió del portugués fue
el de la política colonial. A diferencia del régimen portugués, que se empeñó
en una costosa guerra colonial para mantener intacto su imperio, el régimen
español preparó la independencia de sus territorios coloniales cuando
comprendió que su permanencia en ellos era a largo plazo insostenible.
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Franco y el presidente Ford. |
El caso más paradójico lo constituyó Marruecos, por cuanto fue Franco quien
se vio obligado a conceder la independencia al territorio del protectorado,
cerrando de ese modo un capítulo no sólo de la historia de España sino de su
biografía personal, dado que fue la guerra de Marruecos el hito más importante
en la trayectoria militar de Franco. En África fue donde se cimentó su carrera
militar con sus fulgurantes ascensos y África constituyó su principal baza a la
hora de convertirse en el militar más importante del alzamiento de 1936. La independencia
de Marruecos fue declarada en 1956.
En 1968 se concedió la independencia al territorio de Guinea Ecuatorial.
El territorio del Sáhara permaneció bajo soberanía española y la
tramitación de su independencia supuso una crisis muy grave con el reino de
Marruecos, que reclamaba la posesión de dicho territorio, que se complicó con
la crisis vital del propio franquismo al coincidir dicha crisis con la
enfermedad final de Franco en 1975.
Siguieron bajo dominio español las ciudades de Ceuta y Melilla, entonces
denominadas plazas de soberanía.
La reclamación al Reino Unido del peñón de Gibraltar fue una constante del
régimen de Franco que, a su vez, era usada como factor emocional de unión.
Durante los años cuarenta, cuando España estaba dentro de la órbita de los
países del Eje, Gibraltar fue una pieza manejada por la diplomacia de Hitler
dentro de su lucha contra el Reino Unido. Se prometió a Franco su recuperación
si este participaba en la guerra, en el marco de la denominada Operación Félix. El vuelco de Hitler
contra la Unión Soviética hizo que dichos planes quedaran pospuestos.
|
El almirante Luis Carrero Blanco. |
En los años sesenta, la línea política del ministro de asuntos exteriores,
Fernando María Castiella, tuvo en Gibraltar uno de sus ejes. La tensión con el
Reino Unido aumentó y como culminación de los incidentes, en 1969 el gobierno
español cerró la verja de acceso a Gibraltar. Tal medida no doblegó a las
autoridades británicas pero consiguió arruinar al colindante Campo de
Gibraltar.
Una última cesión que el gobierno español se vio obligado a realizar fue la
del territorio de Ifni en 1969.
El abandono de lo poco que quedaba de territorios coloniales no se hizo por
convencimiento sino por entender que la correlación de fuerzas no era favorable
al mantenimiento de España en dichos territorios.
|
Franco y el presidente del gobierno, Carlos Arias Navarro. |
Franco mantuvo su mando 39 años, que rápidamente fueron redondeados en la
cifra de 40 por la conciencia popular. En los tres primeros años su autoridad
sólo se ejerció sobre el territorio dominado por el bando nacional, por lo que
su dominio sobre la integridad del territorio se ejerció durante 36 años.
|
El ex presidente de la República francesa, De Gaulle, visita a Franco. |
En los primeros años su dominio y autoridad fueron indiscutibles. En los
últimos años de su vida, su participación en las tareas de gobierno efectivo se
fue reduciendo pero para sus seguidores su autoridad como referencia permaneció
intacta.
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Última arenga desde la plaza de oriente, el 1 de octubre de 1975, junto al príncipe Juan Carlos. |
Franco fue objeto del mayor culto a la personalidad del que ha disfrutado
un gobernante en España. El control de la prensa hizo posible la erección de un
mito del que no era posible realizar crítica alguna.
En 1966 una nueva ley de prensa, de carácter menos restrictivo, hizo
posible la crítica cautelosa de ciertos aspectos de la realidad española, pero
la figura de Franco nunca fue sometida a crítica.
La represión, la despolitización y la propaganda hicieron que en los
últimos años la figura de Franco se viera más que como el representante de unos
intereses políticos, como si fuera parte del paisaje, como algo natural.
El éxito de la estrategia de comunicación resultaba patente, pues lo que se
ve como natural no se discute.
Por más importantes que sean los personajes históricos, y Franco lo es, sin
duda, hay que realizar un esfuerzo para no olvidar que tales personajes no son
lo sustantivo de la historia, son adjetivos.
Si Franco pudo permanecer hasta su muerte el 20 de noviembre de 1975 en el
poder, habrá que reconocerle la suficiente astucia para haber conseguido su
empeño, pero no habrá que olvidar que sin el apoyo de fuerzas que consideraban
de su interés su mantenimiento en el poder, a la larga hubiera sido imposible
tan larga permanencia.
Esas mismas fuerzas fueron las que, una vez desaparecido Franco,
comprendieron que la prolongación sin su fundador de un sistema tan peculiar
era imposible, y se afanaron en un proceso de transición en colaboración con
unas fuerzas de oposición que no tenían fuerza por sí mismas para forzar una
ruptura del régimen.
Transcurridos cuarenta años desde la desaparición de Franco, muchas cosas
han cambiado, pero también permanecen de manera soterrada malos hábitos en lo
que a cultura cívica se refiere, siendo uno de ellos una desconfianza primaria
en lo público en general, pues una característica del franquismo fue la de
fomentar el interés por que cada
ciudadano se volcara en sus asuntos particulares, dejando el ámbito de lo
colectivo en manos de quienes se entendía que eran expertos y sabían.
La sociedad civil española, aunque con importantes avances, sigue siendo
débil.
Faltan hábitos de discusión y sobra visceralidad a la hora de presentar y
discutir propuestas.
Franco está en la historia, pero ello no lo justifica, pues la historia
constata lo que ha ocurrido, pero no lo santifica.
No se puede actuar ignorando que existió, pero preciso es reconocer que la
posibilidad de que un régimen de tales características haya podido mantenerse
sin grandes dificultades durante un tan largo periodo de tiempo es la expresión
de un importante fracaso de España a la hora de poder constituir un sistema
político democrático.
Franco fue una persona, fue también la máxima representación de un régimen
pero fue en esencia el síntoma de la incapacidad de la sociedad española de los
años treinta de establecer unas pautas democráticas de convivencia.