Cuando
Jean y Brigitte Massin comentaban los últimos años de Beethoven, en torno al
año 1824, reparaban en un defecto muy extendido en todo tipo de biografías,
cual es el de considerar las posturas, gestos y obras de los últimos años como
si de un testamento se tratara, adjudicando al personaje biografiado un
conocimiento de estar viviendo sus últimos años que nosotros tenemos, pero el
biografiado no podía tener.
“
Cuando leemos una biografía de Beethoven nos duele a veces tener que rebatir
una impresión equivocada: la de que Beethoven, al día siguiente de la ejecución
de su Novena sinfonía, es una especie
de muerto por decreto. Y los últimos Cuartetos
aparecen entonces como las meditaciones casi ectoplásmicas en las que se libera
el Pater Dolorosus, cada vez más
demacrado y espiritual, al borde de su tumba ya próxima.
Nada
revela por ahora la realidad. Beethoven tiene claramente conciencia de abordar
una nueva etapa de su creación después de esta celebración a la Alegría ,con la que soñaba desde hace
treinta años y que corona un ciclo de su obra; pero está lleno de proyectos.
Antes de tres años habrá muerto, es verdad, pero él no lo sabe. En plena
vitalidad, este hombre de cincuenta y tres años contempla un largo porvenir.”
Esta
aguda observación de los Massin nos lleva a darnos cuenta de que en toda
biografía se produce un desdoblamiento
que, de no ser conscientes de ello, nos puede llevar a error. El desdoblamiento
de una biografía no deja de ser en un primer momento un caso particular del
esquema básico de sujeto-objeto, siendo en este particular el sujeto estudiado
el objeto de estudio.
Sujeto-objeto.
Aquí tenemos la grandeza y a su vez la debilidad de ese terreno que solemos
denominar como “ciencias humanas”. El protagonista de la biografía es un ser
humano, un sujeto. El autor de la biografía convierte a ese sujeto en objeto de
estudio, un objeto del que intenta averiguar el mayor número de datos posible,
teniendo como ideal la objetividad. Si
bien se publican en ocasiones biografías de personas aún vivas, tales escritos
no pueden evitar el dejarnos una sensación de algo todavía provisional,
incompleto. La trayectoria vital se parece curiosamente al transcurso de una
obra musical: mientras la escuchamos la pieza está necesariamente incompleta
pero cuando hemos realizado la audición completa, lo que ya no existe es la
pieza. Su única manera de existir es como realidad
en proceso.
Una
biografía cabal sólo tiene sentido cuando el protagonista ya ha completado su
ciclo vital.
El
estudioso sabe por necesidad cosas de las que el propio protagonista no es
consciente, entre las cuales cabe citar la transcendencia que la propia obra
del protagonista tendrá en la posteridad. También el estudioso sabe la fecha de
la muerte del protagonista. Es un error a veces difícil de evitar el proyectar
en la conciencia del protagonista intenciones que no podían estar en su mente.
Aquí
es donde cabe situar la tendencia a ver las últimas obras de Beethoven como un testamento, un legado que él está dejando de manera consciente a la posteridad.
El
accidente necesario que toda muerte
es se transforma a veces en un hecho del que parece que el protagonista tuviera
como un presentimiento y sus últimos años se tiñen de un carácter de despedida
que no se da casi nunca en la vida real, pues lo normal es que, aunque enferma,
toda persona viva a la espera del instante siguiente.
Un
biógrafo, como estudioso que es, intenta siempre dejar una imagen lo más
definitiva posible de la personalidad que está investigando. Cuanto más
contundente y completa sea la imagen, más creerá haber logrado el objetivo que
persigue. La vida concreta de cualquier hombre y mujer está llena de
contingencias, hechos imprevistos, giros sorprendentes e incoherencias. La
incoherencia forma parte de la vida pero no suele ser aceptada con facilidad
por el estudioso, persona siempre deseosa de la exactitud y la coherencia. Como
quiera que, como afirmaba Sartre, el pasado es un fatalismo al revés, los
hechos pasados se nos aparecen como algo que necesariamente es tal como se nos
muestra, y esta inmutabilidad del pasado, esta fijeza que ningún poder puede
alterar provoca la tentación de pensar que no sólo las cosas ocurrieron como
nosotros ya sabemos sino que la manera en que ocurrieron es la única posible.
La vicisitud vital, llena de imprevistos, es narrada como un despliegue
necesario de potencialidades que desde el primer momento estaban ya contenidas
virtualmente en el sujeto estudiado, de tal modo que lo imprevisto de la
trayectoria biográfica queda suplantado por la previsibilidad casi biológica de
un desarrollo embrionario.
La
muerte del protagonista de la historia, que sólo conocemos con exactitud los
lectores, suele ser plasmada como algo ya barruntado por el protagonista de la
biografía, y los años que ocupan el final de su vida se ven tratados como si
ese protagonista tuviera cabal conciencia de estar al final de su trayectoria.
Jean y Brigitte Massin tienen en su enorme obra dedicada a Beethoven el talento de
plasmar, en la medida en que los datos lo permiten, el día a día de su
transcurrir, sus conversaciones, sus preocupaciones diarias, no siempre de
carácter artístico. Para ello, el método que sabiamente utilizan consiste en
dejar hablar a Beethoven y a sus amistades, conocidos y demás personas que con
él tuvieron relación.
Cuando
Beethoven falleció, en 1827, era un hombre todavía joven. Tenía proyectos que,
de haber podido ser traídos a la realidad, nos habrían proporcionado sin duda
obras maestras que ya quedarán para siempre en el mundo de los posibles.
La
coherencia que desde el exterior proyectamos en una vida ya acabada nos lleva a
ver tal vida no como acabada sino
como completa, evitándonos de ese
modo la impresión de frustración que debería producir el saber que en esa vida,
truncada y no completa aún, había unas posibilidades de desarrollo de las que
ya estaremos privados para siempre.
El
miedo a la contingencia nos traiciona la verdadera exposición de las vidas
ajenas y nos da en su lugar una imagen más completa, más perfecta pero en el
fondo más falsa.
El
final suele proyectarse sobre todo lo anterior de manera que los sucesos de la
vida en lugar de ser valorados por sí mismos, se valoran en función del momento
posterior, ya como anticipaciones, ya como desviaciones de ese momento que, de
simple final, se convierte en finalidad.
Un erróneo enfoque teleológico cubre
todos los momentos de la trayectoria vital del protagonista, adulterándose de
ese modo la vida real del mismo. El resultado no puede ser otro que el de
transmitirnos, en vez de una vida vivida,
una vida pensada.
Un
enfoque más atenido a las cosas mismas,
más fenomenológico como el que los
Massin nos brindan , nos permite asistir a una biografía quizá sin la
perfección arquitectónica de tantos
estudios pero con más autenticidad vital.
La
vida que de Beethoven nos transmite este libro no nos da un Beethoven como monumento, nos da un Beethoven como
hombre, con sus grandezas, también con sus mezquindades, como no puede ser de
otro modo tratándose de la vida de un hombre, no de un dios.
Lejos
de disminuir a Beethoven, más bien lo agranda, pues es el hombre de carne y
hueso el que puede ser alabado por sus logros y no así un ser perfecto,
condenado por su perfección a no tener el menor mérito en la superación de las
adversidades que toda vida concreta presenta.
Sabido
es que, ni siquiera la omnipotencia divina tiene poder para decretar que lo que
ha pasado no haya sucedido nunca. Esa inmutabilidad pétrea es propia del pasado
pero no lo es de la vida real que en cada momento protagonizamos. Tratar una
vida real ya acabada proyectando sobre la misma la férrea necesidad que lo ya
sucedido presenta es traicionar tal vida en lo que de más auténtico tiene, que
es su libertad e imprevisibilidad.
Proyectar esa necesidad sobre la mente del protagonista es traicionar tal vida doblemente, pues atribuimos a la mente de la persona estudiada preocupaciones e inquietudes que están en nosotros, pero que nunca pudieron estar en él mismo, pues nadie se vive a sí mismo como el protagonista de una biografía.
Proyectar esa necesidad sobre la mente del protagonista es traicionar tal vida doblemente, pues atribuimos a la mente de la persona estudiada preocupaciones e inquietudes que están en nosotros, pero que nunca pudieron estar en él mismo, pues nadie se vive a sí mismo como el protagonista de una biografía.
Aunque
al trazar una biografía necesariamente hay que ocuparse del pasado, habría que
intentar dibujar ese pasado de tal manera que se nos ofreciera no ya como tal,
y por tanto, necesario e inmutable, sino como presente vivo y por tanto
imprevisible y contingente.
Tal
es el principal mérito que la biografía de los Massin nos proporciona.
La
necesidad inmutable del pasado ya
concluído no debe proyectarse sobre el presente, borrando la libertad y falta
de necesidad interna del mismo.