martes, 31 de diciembre de 2013

BIOGRAFÍA Y CONCIENCIA TEMPORAL.

Cuando Jean y Brigitte Massin comentaban los últimos años de Beethoven, en torno al año 1824, reparaban en un defecto muy extendido en todo tipo de biografías, cual es el de considerar las posturas, gestos y obras de los últimos años como si de un testamento se tratara, adjudicando al personaje biografiado un conocimiento de estar viviendo sus últimos años que nosotros tenemos, pero el biografiado no podía tener.
“ Cuando leemos una biografía de Beethoven nos duele a veces tener que rebatir una impresión equivocada: la de que Beethoven, al día siguiente de la ejecución de su Novena sinfonía, es una especie de muerto por decreto. Y los últimos Cuartetos aparecen entonces como las meditaciones casi ectoplásmicas en las que se libera el Pater Dolorosus, cada vez más demacrado y espiritual, al borde de su tumba ya próxima.
Nada revela por ahora la realidad. Beethoven tiene claramente conciencia de abordar una nueva etapa de su creación después de esta celebración a la Alegría ,con la que soñaba desde hace treinta años y que corona un ciclo de su obra; pero está lleno de proyectos. Antes de tres años habrá muerto, es verdad, pero él no lo sabe. En plena vitalidad, este hombre de cincuenta y tres años contempla un largo porvenir.”
Esta aguda observación de los Massin nos lleva a darnos cuenta de que en toda biografía  se produce un desdoblamiento que, de no ser conscientes de ello, nos puede llevar a error. El desdoblamiento de una biografía no deja de ser en un primer momento un caso particular del esquema básico de sujeto-objeto, siendo en este particular el sujeto estudiado el objeto de estudio.
Sujeto-objeto. Aquí tenemos la grandeza y a su vez la debilidad de ese terreno que solemos denominar como “ciencias humanas”. El protagonista de la biografía es un ser humano, un sujeto. El autor de la biografía convierte a ese sujeto en objeto de estudio, un objeto del que intenta averiguar el mayor número de datos posible, teniendo como ideal la objetividad. Si bien se publican en ocasiones biografías de personas aún vivas, tales escritos no pueden evitar el dejarnos una sensación de algo todavía provisional, incompleto. La trayectoria vital se parece curiosamente al transcurso de una obra musical: mientras la escuchamos la pieza está necesariamente incompleta pero cuando hemos realizado la audición completa, lo que ya no existe es la pieza. Su única manera de existir es como realidad en proceso.
Una biografía cabal sólo tiene sentido cuando el protagonista ya ha completado su ciclo vital.
El estudioso sabe por necesidad cosas de las que el propio protagonista no es consciente, entre las cuales cabe citar la transcendencia que la propia obra del protagonista tendrá en la posteridad. También el estudioso sabe la fecha de la muerte del protagonista. Es un error a veces difícil de evitar el proyectar en la conciencia del protagonista intenciones que no podían estar en su mente.
Aquí es donde cabe situar la tendencia a ver las últimas obras de Beethoven como un testamento, un legado que él está dejando de manera consciente a la posteridad.
El accidente necesario que toda muerte es se transforma a veces en un hecho del que parece que el protagonista tuviera como un presentimiento y sus últimos años se tiñen de un carácter de despedida que no se da casi nunca en la vida real, pues lo normal es que, aunque enferma, toda persona viva a la espera del instante siguiente.
Un biógrafo, como estudioso que es, intenta siempre dejar una imagen lo más definitiva posible de la personalidad que está investigando. Cuanto más contundente y completa sea la imagen, más creerá haber logrado el objetivo que persigue. La vida concreta de cualquier hombre y mujer está llena de contingencias, hechos imprevistos, giros sorprendentes e incoherencias. La incoherencia forma parte de la vida pero no suele ser aceptada con facilidad por el estudioso, persona siempre deseosa de la exactitud y la coherencia. Como quiera que, como afirmaba Sartre, el pasado es un fatalismo al revés, los hechos pasados se nos aparecen como algo que necesariamente es tal como se nos muestra, y esta inmutabilidad del pasado, esta fijeza que ningún poder puede alterar provoca la tentación de pensar que no sólo las cosas ocurrieron como nosotros ya sabemos sino que la manera en que ocurrieron es la única posible. La vicisitud vital, llena de imprevistos, es narrada como un despliegue necesario de potencialidades que desde el primer momento estaban ya contenidas virtualmente en el sujeto estudiado, de tal modo que lo imprevisto de la trayectoria biográfica queda suplantado por la previsibilidad casi biológica de un desarrollo embrionario.
La muerte del protagonista de la historia, que sólo conocemos con exactitud los lectores, suele ser plasmada como algo ya barruntado por el protagonista de la biografía, y los años que ocupan el final de su vida se ven tratados como si ese protagonista tuviera cabal conciencia de estar al final de su trayectoria.
Jean y Brigitte Massin tienen en su enorme obra dedicada a Beethoven el talento de plasmar, en la medida en que los datos lo permiten, el día a día de su transcurrir, sus conversaciones, sus preocupaciones diarias, no siempre de carácter artístico. Para ello, el método que sabiamente utilizan consiste en dejar hablar a Beethoven y a sus amistades, conocidos y demás personas que con él tuvieron relación.
Cuando Beethoven falleció, en 1827, era un hombre todavía joven. Tenía proyectos que, de haber podido ser traídos a la realidad, nos habrían proporcionado sin duda obras maestras que ya quedarán para siempre en el mundo de los posibles.
La coherencia que desde el exterior proyectamos en una vida ya acabada nos lleva a ver tal vida no como acabada sino como completa, evitándonos de ese modo la impresión de frustración que debería producir el saber que en esa vida, truncada y no completa aún, había unas posibilidades de desarrollo de las que ya estaremos privados para siempre.
El miedo a la contingencia nos traiciona la verdadera exposición de las vidas ajenas y nos da en su lugar una imagen más completa, más perfecta pero en el fondo más falsa.
El final suele proyectarse sobre todo lo anterior de manera que los sucesos de la vida en lugar de ser valorados por sí mismos, se valoran en función del momento posterior, ya como anticipaciones, ya como desviaciones de ese momento que, de simple final, se convierte en finalidad. Un erróneo enfoque teleológico cubre todos los momentos de la trayectoria vital del protagonista, adulterándose de ese modo la vida real del mismo. El resultado no puede ser otro que el de transmitirnos, en vez de una vida vivida, una vida pensada.
Un enfoque más atenido a las cosas mismas, más fenomenológico como el que los Massin nos brindan , nos permite asistir a una biografía quizá sin la perfección arquitectónica de tantos estudios pero con más autenticidad vital.
La vida que de Beethoven nos transmite este libro no nos da un Beethoven como monumento, nos da un Beethoven como hombre, con sus grandezas, también con sus mezquindades, como no puede ser de otro modo tratándose de la vida de un hombre, no de un dios.
Lejos de disminuir a Beethoven, más bien lo agranda, pues es el hombre de carne y hueso el que puede ser alabado por sus logros y no así un ser perfecto, condenado por su perfección a no tener el menor mérito en la superación de las adversidades que toda vida concreta presenta.
Sabido es que, ni siquiera la omnipotencia divina tiene poder para decretar que lo que ha pasado no haya sucedido nunca. Esa inmutabilidad pétrea es propia del pasado pero no lo es de la vida real que en cada momento protagonizamos. Tratar una vida real ya acabada proyectando sobre la misma la férrea necesidad que lo ya sucedido presenta es traicionar tal vida en lo que de más auténtico tiene, que es su libertad e imprevisibilidad.
Proyectar esa necesidad sobre la mente del protagonista es traicionar tal vida doblemente, pues atribuimos a la mente de la persona estudiada preocupaciones e inquietudes que están en nosotros, pero que nunca pudieron estar en él mismo, pues nadie se vive a sí mismo como el protagonista de una biografía.
Aunque al trazar una biografía necesariamente hay que ocuparse del pasado, habría que intentar dibujar ese pasado de tal manera que se nos ofreciera no ya como tal, y por tanto, necesario e inmutable, sino como presente vivo y por tanto imprevisible y contingente.
Tal es el principal mérito que la biografía de los Massin nos proporciona.
La necesidad  inmutable del pasado ya concluído no debe proyectarse sobre el presente, borrando la libertad y falta de necesidad interna del mismo.







domingo, 1 de diciembre de 2013

LÓGICA PARLAMENTARIA Y LÓGICA ACADÉMICA.

Voy a reflexionar acerca de las diferencias que cabe establecer entre una discusión académica y una discusión parlamentaria.
La exposición adquiere, por la propia lógica de los hechos, un carácter dicotómico que solo puede ser entendido si admitimos la vigencia de los llamados por Max Weber tipos ideales. Es evidente que en la realidad cotidiana los hechos nunca se presentan con la claridad característica con que toda explicación debe intentar plasmarlos.
Toda discusión parlamentaria produce siempre una sensación ambivalente a quienes la presencian.
El debate entre personas es algo característico. El mismo puede tener distintas finalidades: la cooperación para un fin beneficioso para la especie, o para un grupo de individuos ( una conjura ). No obstante, en la realidad práctica, donde prima la urgencia, el debate suele estar limitado y lo que se impone es la sumisión hacia alguien que ejerce el mando.
La discusión y el debate se suelen dar más en el ámbito de la ciencia y del conocimiento. Mediante el mismo se abren nuevos caminos y se descubren nuevas verdades.
La discusión y el debate también son característicos de toda asamblea  política y en especial de las asambleas legislativas. No obstante, la lógica que preside un debate académico y uno político difiere en importantes aspectos.
En una discusión parlamentaria se dirimen intereses. En una discusión académica se trata de avanzar hacia la verdad.
Lo propio de la democracia, en contra de lo que se suele suponer, no es ni la elección ni la votación, es la deliberación.
La deliberación también es propia de una discusión académica.
Una votación es siempre una concesión que la racionalidad ha de hacer a la contingencia de las circunstancias. Una votación cierra una discusión con un resultado obtenido por la regla de la mayoría. El resultado expresa en cada momento una correlación de fuerzas. No expresa la verdad ni lo puede hacer.
Una discusión académica puede llegar a resultados, pero en tal tipo de discusión es más frecuente el intento de obtener un consenso que el recurso a zanjar la discusión mediante una votación.
La elaboración de una ley por el procedimiento de la regla de las mayorías encierra en sí una fuerza de tipo estadístico. Su legitimidad viene dada por la corrección formal con que ha sido establecida.
Una votación es siempre un fracaso de la racionalidad, si bien se trata de un fracaso necesario y constitutivo. Es imposible un proceso de deliberación llevado al infinito. La votación es el nudo gordiano que hace posible y fértil la labor de un parlamento como órgano legislativo. Un parlamento que debatiera sin límite y nunca zanjara la discusión mediante votación sería estéril en lo más propio de su labor, pues su finalidad intrínseca es la elaboración de la ley.
La discusión académica tiene otras miras. En este ámbito de lo que se trata es de encontrar, descubrir una nueva verdad, no de fabricar ni crear nada.
La ley se crea, se produce, se elabora. La verdad se descubre. La discusión en este ámbito académico no se interrumpe nunca. El diálogo se prolonga a través de los siglos, en una aproximación asintótica a una verdad siempre supuesta pero nunca encontrada. La suposición de verdad mueve sin ser conocida, es un presupuesto de la racionalidad, previo a toda discusión y que se da por admitido de manera implícita desde el momento en que dos o más personas se ponen a debatir y discutir sobre cualquier asunto.
La ley elaborada en un parlamento rige comportamientos de personas e instituciones y lo hace de acuerdo con ciertos intereses, en el que podríamos llamar contexto de descubrimiento. En el contexto de justificación toda ley gusta de presentarse como expresión del interés general. Aquí es donde aparece el aspecto de ficción que toda discusión parlamentaria tiene.
El aspecto de ficción de la discusión parlamentaria deriva de la dialéctica entre partido ( interés, parcialidad ) y voluntad general. La discusión se establece entre partidos que, de suyo, expresan un interés parcial, pero se dramatiza como discusión entre individuos que tratan de encontrar la verdad a través de tal discusión. Cuando el resultado, tras votación, se convierte en ley, es representado como el fruto de una libre discusión en la que la fuerza del mejor argumento se ha impuesto y ha hecho con ello posible sacar a luz una ley racionalmente fundamentada.
Se reproduce en este caso, a un nivel pragmático, la exigencia de universalidad que de manera clásica exigió Kant de la máxima para que pudiera ser considerada como ley universal.
La parcialidad no puede atreverse a presentarse como tal si quiere mostrarse como ley de cumplimiento obligatorio, pues un interés parcial exigido aparece marcado de manera demasiado evidente con un carácter de fuerza que le resta legitimidad como ley. La universalidad es su enmascaramiento, y para que tal resulte eficaz es necesario que la discusión parlamentaria adopte la forma de discusión académica. De esta manera, la ley no sólo se considerará como consecuencia de la imposición de la mayoría sino como corolario necesario de la discusión entre personas que buscan el bien común. Un bien ostensiblemente parcial pierde eficacia. Un bien presentado como común se reviste de un halo de sacralidad que lo dota de mayor virtualidad.
El carácter de representación del debate parlamentario resulta mucho más claro conforme la propia práctica parlamentaria va siendo dominada por la organización partidista. En un parlamento de notables, como el que predominó en el siglo XIX, la fuerte personalidad de los individuos que participaban en la discusión dotaba a esta de una verosimilitud que facilitaba la función de enmascaramiento del debate en orden a ocultar los intereses particulares que se dirimían.
En una asamblea de tipo corporativo, como las que se establecieron en Italia, Portugal y España en el siglo XX, la estructura orgánica de tal representación muestra de manera clara y sin confusión la concepción no igualitaria de la sociedad y su carácter jerárquico.
En un parlamento sometido a la organización de partidos políticos cada vez más estructurados, el aspecto de representación de una discusión resulta cada vez más descuidado.
Uno de los elementos más importantes de los parlamentos modernos es la prohibición que casi todas las constituciones plasman de que los parlamentarios estén sometidos a mandato imperativo alguno. La prohibición del mandato imperativo constituye el elemento formal que permite mantener la ficción de un parlamento como una agrupación de hombres libres que mediante la deliberación, y sin ninguna imposición exterior, tratan de llegar a la mejor solución mediante el uso de los mejores argumentos. La prohibición del mandato imperativo se mantiene de manera formal, pero de manera material se ve conculcada con la práctica de la llamada disciplina de voto. El parlamentario, de acuerdo con esta, votará lo que le ordene su jefe de grupo, por tanto, no se comportará como personalidad independiente que vota en función de la convicción del mejor argumento, sino como miembro de partido que obedece unas directrices. El militante sustituye al parlamentario en la práctica cotidiana. El debate en sí, es una ficción, pues el resultado se puede calcular atendiendo al número de votos de que cada grupo disponga. El interés del debate es nulo, pues no se da ninguna interacción comunicativa entre los que participan en el mismo. El gesto y, cada vez más, los malos modos, se imponen sobre una argumentación que se torna innecesaria. El ruido quiere mantener una atención que de forma natural ya no se sostiene. Las decisiones están tomadas en otro lugar y la cámara se transforma en un simple registro. El órgano de la soberanía se va convirtiendo en tan decorativo como lo empezaron a ser en su momento los monarcas constitucionales.
Toda ficción, en el terreno de la organización política, es un reconocimiento de la superioridad de aquello que se quiere hacer aparecer como existente y por tanto, encierra en sí misma un doble carácter:
Ø     De engaño, o enmascaramiento.
Ø     De ideal que se debe perseguir.
El primer aspecto es el carácter ideológico (en su sentido de conciencia falsa, engañosa y no en su sentido propositivo ) que la ficción presenta. Se quiere intentar que una determinada realidad aparezca dotada de unas características que no tiene, pero en ese engaño va ya implícito el reconocimiento de la superioridad que la realidad aparentada tendría, caso de ser existente, sobre la realidad actual y efectiva.
El segundo aspecto va unido al primero. Toda plasmación no lograda, como por ejemplo, un debate de ideas, sigue siendo un ideal que orienta lo que debiera ser toda discusión.
Bajo la ficción de una asamblea de hombres libres que, mediante el uso de su razón y orientados por el bien común tratan de descubrir cual debiera ser la mejor opción subyace una implícita creencia de que existe un orden ideal que debe ser plasmado, y antes de ello, encontrado, descubierto y no inventado.
No es tan fácil como parece establecer una diferencia radical entre convención y naturaleza tal como parece que los primeros sofistas trataron de establecer.
Tampoco parece fácil establecer un corte radical entre las posiciones positivistas y las de derecho natural. La pretensión de todo derecho positivo es la de aparecer como algo que se desprende de manera radical de la razón. Admitir la fuerza de la ley en su simple positividad, libre de cualquier otro valor, resulta demasiado expuesto para la propia ley, pues en su desnuda parcialidad resulta demasiado evidente su carácter de hecho, de fuerza, sin que resulte bastante a superar dicho carácter el incidir en la corrección formal con la que ha sido establecida.
La igualdad formal que caracteriza a las modernas sociedades oculta en su seno la desigualdad material que las constituye. Nuestra forma de argumentar está más acostumbrada a captar y pensar las representaciones formales que las realidades materiales y de ahí que resulte fácil el engaño acerca de las instituciones que reflejan una determinada sociedad.






domingo, 24 de noviembre de 2013

DE GORDOS Y FLACOS.



La actual dictadura de la salud ha hecho que, sin duda, muchas personas cambien sus hábitos para bien. Nunca habrá que lamentarse por ello.
Nadie negará que la persona que ha dejado de fumar o la que ha abandonado sus costumbres sedentarias y las ha sustituido por un sano ejercicio hayan  tomado una decisión correcta y saludable.
Existe un colectivo, no obstante, que ha tenido que sufrir en sus carnes, abundantes por demás, los ataques más furibundos y los reproches más despiadados acerca de su estado: el de los gordos.
Contra los gordos parece que todo está permitido. Desde la escuela hasta el trabajo, el gordo ha de soportar con paciente resignación la burla de sus compañeros más delgados. Tal parece como si su abundante volumen fuera una invitación a lanzar dardos sobre un blanco en el que es difícil errar.
Cuando el gordo llega a casa no será raro que, si sintoniza cualquier programa de radio o televisión, se encuentre con algún especialista en dietética que le aconseje radicales y traumáticos cambios en su estilo de vida para que mejoren tanto su salud como su figura (que el especialista en dietética y nutrición suela ser un tipo que está de buen año es un misterio del que ahora no me voy a ocupar).
Dentro de la crueldad que los tipos asténicos y esquizoides muestran a los pícnicos  quizá se encuentre una oculta y poco evidente verdad: los gordos viven más que los flacos.
Se me dirá que casi todo el mundo afirma que la obesidad no es buena para la salud, que comporta importantes riesgos tanto para el corazón como para otro tipo de enfermedades y que, por tanto, la esperanza de vida de un gordo se puede ver comprometida.
Las advertencias anteriormente formuladas, sin ser falsas, sí que son parciales pues olvidan que en el mundo en que vivimos estamos claramente circunscritos a una dimensión espacio-temporal. El espacio y el tiempo son dos dimensiones sin las cuales no podemos entender ni concebir nuestro mundo. Ambas tienen idéntica jerarquía. Kant las denominó formas a priori de la sensibilidad. Dar más importancia a una de ellas en detrimento de la otra constituye un acto de flagrante discriminación.
Si atendemos a la anterior reflexión se podrá entender la razón de que afirme que los gordos viven más. Viven más pues con su volumen llenan más espacio y por tanto llenan de vida un espacio que de lo contrario estaría dominado por la materia inerte.
Una persona que viva 90 años vive  a lo largo ( dimensión temporal ).
Una persona rellenita y holgada vive a lo ancho ( dimensión espacial).
Del primero quizá podamos decir que tuvo una larga vida pero del segundo podemos decir con la misma contundencia que tiene una ancha vida, y además, la tiene de forma actual y plena, pues la posee toda ella en un presente efectivo y glorioso. El futuro es incierto pero el presente siempre es cierto y contundente.
Enhorabuena pues a los gordos. De ahora en adelante podréis mostrar con orgullo vuestra abundante y generosa carnalidad, felices en vuestra abundancia corporal sin que os importen las burlas resentidas de gentes que viven menos pues ocupan menos y que en cuanto a la duración de la vida solo cuentan con la incierta esperanza del futuro.


sábado, 23 de noviembre de 2013

DE POLÍTICOS Y MEMORIAS.

Proliferan estos días en las estanterías de novedades de las librerías los libros en los que políticos que han ocupado importantes puestos en nuestra más reciente historia cuentan o bien sus recetas para superar la crisis o bien sus memorias.
No me parece mal que personas que han destacado por su posición en importantes cargos escriban. Lo que no me parece tan bien es que escriban todos a la vez, en las mismas fechas y presenten sus libros con el mismo aparato mediático.
La lista es larga: Aznar, Felipe González, Pedro Solbes, y no hace mucho tiempo Alfonso Guerra y José Bono.
Hay no obstante un par de cosas que tengo claras: todos ellos, unos en mayor medida, otros en menor, han sido partidarios muy sensatos de una política económica de moderación salarial. Los que gobernaron en época de bonanza nos decían siempre a los que no tenemos más renta que nuestro salario que este debía ser moderado pues de lo contrario la economía podía entrar en un periodo de espiral inflacionista. Los que lo han hecho en época de crisis nos han dicho que, dada la atonía de la actividad económica, no era posible ofrecer salarios altos, pues ello restaba competitividad. Unos y otros, por tanto, han coincidido en algo que, por más vueltas que le demos, se concreta en que hay que pagar poco a la gente. Unos y otros han disfrutado de importantes salarios, por más que se han quejado de que de no ser por su afán de servicio, podrían haber obtenido ingresos muy superiores en otras actividades. Unos y otros han ocupado y ocupan puestos altamente remunerados en importantes empresas.

En resolución: como unos y otros han contribuido a que seamos más pobres y como la vida, en todo caso, es breve, el tiempo que me quede y el dinero de que disponga los dedicaré a comprar libros de personas que sepan escribir y desde luego no voy a destinar un solo céntimo de euro para engordar la renta de personas que ya tienen su futuro más que resuelto.

jueves, 7 de noviembre de 2013

LA MENTALIDAD ANALÍTICA.

Un análisis no es una prescripción. Un análisis es una descripción de los elementos que componen una realidad compleja y de las relaciones que dichos elementos guardan entre sí y con la realidad compleja de la que forman parte.
Como un análisis no es prescriptivo no es posible extraer de él reglas que sirvan para construir una nueva realidad. La actitud creativa requiere una visión más sintética que analítica.
La impotencia de toda preceptiva radica en la esterilidad de pensar que una disección analítica de una realidad puede entregarnos el secreto de su construcción. Podrá ayudarnos sin duda, pero el aspecto creativo escapará siempre a un ejercicio de mero análisis.
El acto de creación requiere una visión intuitiva y anticipada de una realidad todavía no existente. El acto de traer al ser dicha realidad es el acto creativo por excelencia, y en él no está presente todavía el análisis.
El análisis es fecundo en lo que se refiere a reconocer los elementos de una determinada realidad pero no es fértil para crear esa realidad.
La actitud didáctica suele prestar más atención al momento analítico por cuanto este es más fácil de ser enseñado. Siempre es menos dificultoso enseñar lo que es fácil de reconocer. La didáctica, por el contrario, siempre tendrá más dificultad en orden a transmitir el aspecto creativo. La dificultad está en la propia naturaleza del hecho. Bien mirado, no es enseñable de una forma directa. Se podrá estimular el mismo, se podrá favorecer la condición más adecuada para su surgimiento, pero en sentido estricto no se podrá enseñar nunca.
En lo que se refiere a la recepción también la actitud meramente analítica muestra insuficiencias. La capacidad de recepción está en cierto modo ligada también con una disposición más sintética que analítica. Apreciamos aquello que anticipadamente ya intuimos. El análisis es un momento secundario tanto en sentido temporal como en sentido valorativo.
Nadie aprende a apreciar una realidad compleja por simple análisis. Primero ha de venir el gozo ante tal realidad y posteriormente el análisis para ahondar en su conocimiento. Aquí se tropieza con la misma dificultad que en el caso de la creación: lo que se puede enseñar con más facilidad, el componente analítico, no es una realidad fundamental sino derivada.
Desde el punto de vista de la realidad misma, los componentes que resultan de la división analítica no tienen realidad efectiva sino realidad virtual. El análisis descompone una realidad en partes pero lo hace de una manera mental, y por ello, esas partes cobran existencia en tanto que son objeto de nuestra atención.
Tomar las partes resultantes del análisis como elementos efectivamente existentes y tratar de buscar en dichos elementos los fundamentos de cualquier ulterior construcción lleva a un marco de paradoja y absurdo, parecido en el fondo a aquellas paradojas que nos mostraban los antiguos cuando dividían cualquier segmento en infinitas partes actual y efectivamente existentes negándose con ello a poder explicar de manera cabal la realidad del movimiento, que quedaba relegado a algo engañoso y falto de auténtica verdad. El resultado de una división no es un átomo de mínima realidad que permita una progresión auténtica. De divisiones mentales resultan realidades virtuales.
Cierto es que el creador ha de traer su obra al ser en un tiempo sucesivo y por tanto, ha de proceder por pasos y ha de ser capaz de ensamblar en una globalidad partes que en un momento han estado separadas. La idea con la que obra ha de ser, no obstante, total, aunque sea de manera intuitiva y apenas barruntada. El éxito vendrá dado por la capacidad de hacer desaparecer las junturas y ello se logrará en la medida en que se imponga la impresión dominante de la plasmación de la totalidad y no la sensación del proceso terreno de ensamblaje de las piezas. Para que ello ocurra se ha de conseguir que el oficio con el que se ejercita dicho ensamblaje quede oculto de tal manera que desaparezca el efecto de composición y en su lugar aparezca el efecto de evocación de algo que se imponga como necesario en su propia realidad. Es preciso que la obra aparezca ante el receptor como algo descubierto más que como algo inventado. La invención será tanto más feliz cuanto menos muestre su carácter de invención.
El academicismo es el contradictorio fruto estéril de la enseñanza analítica. Se transmite lo que se puede transmitir, lo más externo y superficial, la manera pero no se enseña lo que bien mirado no se puede enseñar, si acaso suscitar y favorecer, es decir, la creatividad.
Con todo, no es despreciable la dimensión analítica, en tanto en cuanto no es despreciable nunca el oficio, el saber hacer. Con el dominio del oficio se limitan los pasos en falso y los caminos sin salida, pero el simple oficio, si no va dirigido y gobernado por un auténtico poder creativo, dará si acaso una obra correcta, pero nunca una gran obra.
El oficio sin creatividad da una obra académica, de escuela. La creatividad sin oficio da una obra insuficiente en lo referente a su coherencia.. El oficio y la creatividad reunidos dan la gran obra, la obra lograda.
Sin el oficio del artesano no se puede lograr la obra pero sin olvidar al artesano que hay detrás no puede aparecer esta con la apariencia de lo necesario. Tras la obra hay siempre un demiurgo pero esta, la obra, debe aparecer como autosuficiente y necesaria, al modo de un universo panteísta. El “teísmo” que subyace debe sucumbir ante el “panteísmo” en su apariencia de necesidad implacable. Sin la “injusta” derrota del artesano no podrá imponerse la dimensión de necesidad que tiene la cosa descubierta frente a la dimensión de contingencia de toda cosa fabricada.


lunes, 28 de octubre de 2013

CONSTITUCIONES E HISTORIA.


Afirmaba el historiador Javier Tusell que toda constitución monárquica era una constitución histórica. Al plasmar tal matización, Javier Tusell estaba dando validez a una distinción entre dos tipos posibles de constitución: la que se apoyaba en la historia y la que se fundaba en valores estrictamente universalistas y racionales.
Si aceptamos la distinción entre dos tipos de constitución, será menester encontrar el hecho diferencial, la diferencia específica que permita distinguir a tales tipos de constitución. Será necesario, por tanto, ver qué hecho es el que marca la diferenciación entre un tipo de constitución u otro.
Mi forma de ver la distinción sostiene que no cabe establecer tal distinción como algo basado en un hecho real, sino que es preciso, para entender tal distinción, recurrir a la teoría de los tipos ideales.
Para tratar de aclarar en la medida de lo posible mi posición debemos acercarnos a ver qué entendemos hoy día por constitución. 
En nuestro actual marco normativo, y en los países próximos a nosotros se entiende actualmente por constitución la ley suprema, la ley de leyes, la más alta instancia legislativa por encima de la cual no podemos encontrar una instancia mayor. Este primer enfoque es meramente negativo y recuerda a una de las formas en que los gramáticos han encerrado su definición de oración: unidad lingüística dotada de significación y que no está incluida en una unidad lingüística mayor. Tanto en el ámbito jurídico y político de lo constitucional como en el ámbito gramatical, la definición negativa es una de las formas de referirse a la noción de autosuficiencia.
Esta noción de autosuficiencia está ya muy presente desde los clásicos del pensamiento en general y del pensamiento político en particular: el nombre de Aristóteles surge fácilmente al abordar estas cuestiones. Piénsese en su noción negativa de sustancia ( frente al accidente que sí que puede inherir en una sustancia ) o en su tratamiento de la ciudad o polis ( caracterizada por ser el extremo de la autosuficiencia ).
En los modernos ( Bodino ) se añade a este aspecto negativo en principio una noción fuerte, la de soberanía .Tengamos en cuenta con todo que la connotación negativa sigue muy presente cuando utilizamos términos de uso tan frecuente como los de independencia.
En el caso concreto que nos ocupa, que es el de las constituciones, nos vemos llevados por un proceso de fundamentación ascendente en cuanto al rango de las normas, proceso que culmina precisamente en la constitución propiamente dicha. El entramado normativo se nos aparece a un primer golpe de vista como un sistema trabado, coherente y jerarquizado. En cuanto nos situamos en el aspecto de jerarquización nos vemos conducidos de una manera inevitable a la noción de rango,y a su vez, para poder determinar el rango de las distintas normas y disposiciones debemos recurrir a la noción de fundamentación. Una determinada norma, disposición, decreto o ley obtiene su fundamentación de una norma de rango superior. Para detener el proceso de fundamentación, es decir, para cerrarlo y no entrar por ello en un regreso infinito,debemos encontrar una buena razón. Es justo aquí donde nos aparece el sentido habitual de ley suprema, ley de leyes o constitución. La constitución ha de tener unas muy especiales características que justifiquen sin fisuras su alto y autosuficiente puesto. Tanto es así, que los juristas y los historiadores reservan el poder de dar, de establecer una constitución en el ámbito moderno, a partir de la Revolución francesa al poder constituyente.
La noción de poder constituyente es una de las más delicadas que se nos pueden aparecer tanto en el ámbito histórico como en el político y jurídico. Junto con la noción de poder constituyente aparece también la relación entre el constituyente y lo constituido. Tratar de entender dicha relación nos sitúa de pleno en las aporías a las que se ve llevada toda teoría basada en el pacto social, ya sea en sus manifestaciones clásicas como las de Hobbes, Locke, Rousseau y en cierto modo Kant, como en su tratamiento más contemporáneo como en Rawls, Kelsen en cierta medida y en la problemática universalista de Habermas y Apel.
El hecho de que demos por supuesto que hay un poder constituyente con capacidad y eficacia para generar una constitución parece encerrar un planteamiento de fundamentación circular. Para que el poder constituyente pueda actuar hay que dar por sentada de momento la existencia y clara delimitación de un territorio sobre el que dicho poder resulte legítimo. Ese territorio no puede emanar del constituyente sino que se ha de admitir su vigencia previa. Ahora bien, esa vigencia previa , si no puede ser la emanación de la constitución, habrá de ser necesariamente consecuencia de la contingencia histórica. Esta afirmación no plantea serios problemas a nadie que tenga familiaridad y afición hacia los estudios históricos, pero sí que resulta problemática para el constitucionalista y para el firme partidario de fundamentar la constitución y la convivencia política desde un marco exclusivamente universalista y alejado de cualquier comunitarismo .El universalista estricto, si quiere ser férreamente coherente con sus premisas, habrá de abogar por una ciudadanía universal,pero no podrá, sin contradicción, abogar por la pervivencia del estado-nación y a la vez fundar tal estado-nación en premisas universalistas. La Revolución francesa fue revolución, pero también fue francesa.
La anterior consideración va dirigida a señalar los límites que el constituyente tiene y por lo tanto, apunta a que ciertos aspectos son constituidos por el constituyente y ciertos otros son simplemente reconocidos. Con ello retomamos la matización inicial de Javier Tusell sobre el carácter histórico de toda constitución monárquica. Sin duda, el historiador Tusell estaba aludiendo a que ninguna constitución monárquica supera el carácter doctrinario que tuvieron la mayor parte de las constituciones del s.XIX. De hecho, en las constituciones españolas, como las de 1837, 1845 y también en la de 1876 se habla de que la potestad de hacer las leyes reside en las cortes con el rey. Es sabido cómo en este marco cobra sentido la afirmación de Canovas de que el rey jura la constitución no para ser rey sino precisamente por serlo, es decir, que su ser rey escapa del poder del constituyente, su ser rey cobra sentido de la historia, no de la Constitución. El planteamiento de Tusell parece sugerir que otro tipo de constitución, y en este sentido sólo puede tratarse de una constitución republicana, escaparía a ese carácter histórico.
No obstante, una constitución republicana seguiría teniendo carácter histórico. Lo único en lo que superaría en la dimensión historicista a la constitución monárquica radicaría en el distinto tipo de racionalidad en cuanto a la forma de elegir al jefe del estado,en una racionalidad de carácter legal-racional frente a una manera de elegir basada en la tradición, pero en todo lo demás no superaría dicho carácter histórico, pues seguiría siendo heredera de las teorías del pacto social por un lado y por otro, mientras no se supere el actual marco histórico, dicha constitución seguiría teniendo a su base un factun histórico por naturaleza cual es el del reconocimiento de una nación previa que es la que se dota de una constitución, dado que una constitución no puede crear una nación, sino que deriva de ella.
Cuando se plantea un conflicto de tipo secesionista, en el cual un número significativo de habitantes de un determinado territorio se muestra disconforme con su pertenencia a un estado mayor y aboga por la independencia de tal territorio, surge de manera inevitable un conflicto entre la legitimidad del sujeto constituyente actual y la legitimidad del sujeto que se quiere constituir. Si la salida a tal conflicto se plantea en términos se referendum para votar entre la independencia del territorio o el mantenimiento del statu quo,se puede realizar tal consulta atendiendo a dos criterios:
1- Dando el derecho a participar a todos los ciudadanos, incluyendo a los de territorios ajenos al deseo de independencia.
2- Dando el derecho a participar de manera exclusiva a los ciudadanos de aquel territorio donde se ha planteado la demanda.
Si se opta por la primera opción, los ciudadanos del territorio en el que se plantea el conflicto considerarán que se está dotando del derecho a participar a habitantes ajenos a los que ellos entienden como pertenecientes a su verdadera nación.
Si se opta por la segunda opción, los ciudadanos del resto del territorio considerarán que se está anticipando el resultado de la demanda pues un pueblo al que se le da el derecho de decidir o no su pertenencia a un estado es ya de hecho independiente como sujeto político.
En el primer caso, los ciudadanos partidarios de la secesión consideran que se da voto a personas ajenas al sujeto político que ellos quieren constituir.
En el segundo caso, los ciudadanos del sujeto político efectiva y actualmente existente considerarán que se da derecho a un territorio particular a determinar las características del todo actual y efectivamente constituido puesto que una secesión por fuerza crea un estado nuevo pero en el mismo acto altera las características del viejo sin que los ciudadanos de este último puedan pronunciarse como tales.
En situaciones de clara opresión la opción secesionista puede tener a su favor un añadido de legitimidad al poder revestirse la reclamación de un sentido emancipatorio. En situaciones de tipo democrático el problema se torna irresoluble de acuerdo con cualquier criterio de decisión. En la disputa acerca del sujeto político legitimado para decidir aparece una imagen de muñeca rusa por la que hay que optar despreciando en la elección de forma forzosa a cualquiera de las muñecas de mayor o menor tamaño.
Como se puede ver, no es posible escapar en uno u otro sentido a la circularidad del planteamiento.
La creación o desaparición de estados hunde sus raíces en la historia y tratar de resolverlo por medios únicamente constitucionales resulta ineficaz toda vez que el hecho constituyente pretende ser autosuficiente pero no lo es.
Cuando Kelsen habla de hecho normativo al referirse a la ley fundamental está apuntando a una consideración bastante certera.

Son los hechos los que crean normas en el ámbito de la historia y no al revés. La historia constituye el marco donde se plasma de una manera más clara la llamada falacia naturalista.

domingo, 20 de octubre de 2013

LÓGICA DE LA EXCLUSIÓN.

Hace ya bastantes años, en el tiempo en que yo era estudiante, se podía ver en una calle del centro de Madrid próxima al rastro una pintada de gran tamaño escrita en una pared que rezaba: “El hombre que no cree en Dios no es hombre”.
Siempre me llamó la atención la profunda incoherencia de la frase, pues si admitimos que el hombre que no cree en Dios no es hombre. ¿cómo puede haber algún hombre que no crea en Dios, incluido aquel de la pintada al cual se le negaba la condición humana?
La pintada no es más que un caso curioso de algo mucho más grave: la irracionalidad que toda lógica de la exclusión lleva consigo.
Cuando negamos la condición humana a toda aquella persona que tiene una manera distinta de ver la realidad a la que nosotros tenemos no sólo estamos atentando contra el más elemental derecho a la libertad de pensamiento sino que estamos partiendo de una lógica absurda. Podemos oponernos a los pensamientos de alguien pero no debemos negar nunca la condición humana de aquel con el que discrepamos. Si así hacemos, no sólo cerramos el ámbito de la convivencia sino que ignoramos un hecho tan sencillo como el de que cuando descalificamos y censuramos  a alguien, hasta el punto de negarle la condición humana, estamos en ese mismo momento reconociendo, aunque de forma torpe, tal condición.
Está claro que nadie censuraría a un perro o un gato por sus creencias. También está claro que nadie censuraría a su vecino por tratar a su perro como a un animal.
El hombre sí que puede tratar a sus semejantes como a animales, precisamente porque no lo son. La historia está llena de ejemplos dramáticos de tal barbarie, y no olvidemos que en el origen de tales desastres siempre se empezó por negar la condición humana de aquellos que finalmente acabarían sucumbiendo a la dominación de los fanáticos.


martes, 8 de octubre de 2013

SOBRE BONDAD Y DEBILIDAD.

Tiene alguna ventaja ser débil. Cuando eres niño te muestras mucho menos bullicioso que los demás niños y ante los mayores apareces como un niño bueno.
Cuando vas creciendo te resulta ajeno el espíritu de competición y de lucha y los demás ven en ti una actitud de desinterés que identifican con la bondad cuando en realidad se trata de falta de vitalidad.
Muestras poca ambición y los semejantes ven en ello algo parecido a la sabiduría y desdén hacia las cosas vanas  y lo cierto es que se trata más bien de falta de energía y ausencia de deseo de lucha.
De niño fui débil y de mayor no he sido mucho más fuerte. Mientras muchos han visto en ello una muestra de bondad natural, yo veo ante los ojos de mi inteligencia más bien falta de espíritu de superación y ausencia de todo tipo de ambición, de las legítimas y de las menos confesables.
Nunca he tenido espíritu competitivo. Los juegos no solían entrar en mi ánimo de una manera vívida sino que no olvidaba nunca que se trataba de juegos, por lo que los mismos no se lograban como tales. Sabía que estaba jugando y ello hacía que el juego no llegara a interesarme.
Pronto me pasó lo mismo con las películas y poco después con las narraciones.
Al final mi atención se ha reducido sin darme apenas cuenta a la sola fuerza de los argumentos, pero mi excesiva distancia y la capacidad ( en principio buena ) de ponerme en el lugar del otro ha hecho que vea en ocasiones los argumentos no como un medio de hacer aflorar la verdad sino más bien como una esgrima dialéctica, es decir, como juego, y por tanto, con los mismos inconvenientes que el juego me plantea en cuanto a la forma de vivirlos.
Soy por naturaleza más espectador que protagonista. Trato de comprender a todos pero estoy más pendiente de las razones que de las pasiones. Creo que se me escapa aquello que no tengo.
Los intereses se ocultan muchas veces tras las razones. Desenmascarar los intereses es la manera más adecuada de hacer avanzar el pensamiento, pero para ello hay que conocer bien esos mismos intereses y por supuesto las pasiones.
Eso lo saben bien los novelistas pero yo lo conozco mal.
No se puede vivir y pensar en el mismo sentido. El análisis viene después de lo vivido. Un exceso de análisis es un defecto de vida, es decir, un mal análisis. Puede que también una mala vida.
Me gustaría protagonizar más y observar menos.
Me parece que ya es tarde.



sábado, 28 de septiembre de 2013

INSULTOS CORTESES.

Curioso país el nuestro. Insultamos hasta para expresar admiración, sobre todo si se trata de alabar alguna actividad en la que se requiera un grado notable de habilidad.
“¡Qué bien juega el cabrón!” diremos si estamos ante alguien que se desempeña bien con el balón o que destaca en cualquier otro deporte.
“¡Qué bien toca el “hijoputa”!” puede ser una expresión habitual para mostrar nuestra aprobación a la manera de tocar el piano, la guitarra o cualquier otro instrumento por parte de algún conocido.
Por el contrario, cuando queremos advertir a alguien que no nos gusta su manera de proceder recurrimos a expresiones corteses del tipo de: “caballero, permítame decirle que….” tras lo cual vendrá con toda seguridad una reprimenda dirigida hacia el mencionado caballero.
El insulto para la admiración. La cortesía para el reproche.

Somos un país curioso, en verdad.

martes, 24 de septiembre de 2013

MENTIRAS BIEN VISTAS.








Resulta humanamente comprensible en épocas de crisis echar la culpa a otros de las dificultades por las que estamos pasando. Esos otros pueden ser en nuestro caso los alemanes como responsables de las políticas económicas de austeridad, o los británicos por el secular conflicto de Gibraltar. No falta tampoco nunca alguna alusión a los marroquíes, nuestros vecinos del sur o a los franceses, siempre vistos como arrogantes. Los portugueses son sencillamente ignorados pues con ellos podemos ejercer la actitud de desdén que no nos permiten los otros vecinos, o más potentes o potencialmente más peligrosos.

Sin negar que en ocasiones pueda estar justificado nuestro enfado, pues es cierto que la forma de liderar Europa por parte de Alemania ofrece muchos aspectos abiertos a la crítica, no estaría de más que mirásemos un poco en nuestros defectos.
Uno de ellos es el de nuestra relación con la verdad. Se da en España una actitud bastante comprensiva con la mentira. Olvidamos con frecuencia que la mentira es un importante vicio desde cualquier punto de vista secular y es pecado desde cualquier punto de vista religioso. Tendemos de manera bastante generalizada a comprender la mentira y a ver en ella más un rasgo de habilidad admisible en la lucha por la vida que un defecto grave, que es en suma aquello en que consiste la mentira.
Esa actitud de comprensión hacia la mentira ha cristalizado en el lenguaje pues disponemos de una palabra muy peculiar, la palabra mentirijilla. Con ella parece aludirse a una pequeña mentira, a una mentira poco importante y en el fondo casi que justificada.
El riesgo que corremos al no mostrarnos severos con la mentira es de de la falta de confianza que con tal actitud podemos provocar. Las consecuencias se pueden ver en la sociedad civil y en el mundo político. Una falta general de responsabilidad e incluso una sensación de impunidad se imponen a primera vista como rasgos que definen a la actual sociedad española. Hechos que en otros países pueden ocasionar el fin de una carrera política son admitidos aquí como algo normal, comprensible y aceptable.
Lo más grave es la pérdida de tensión ética que tales comportamientos traen consigo. La crítica al político corrupto, al juez venal, al empresario o sindicalista poco honesto no responde en España muchas veces a la indignación que tales comportamientos deben producir en toda persona honesta sino que, en más de una ocasión, tal indignación viene provocada por la envidia que los que observan tales hechos sienten al no haber podido tener la oportunidad de protagonizarlos ellos mismos.
La queja no viene en ocasiones de la crítica racional sino que es un lamento ante la falta de oportunidad que más de uno siente al no haber tenido ocasión de aprovecharse de circunstancias similares.

La comprensión ante la mentira es comprensión ante la trampa. Se es comprensivo con el estudiante que copia, con el fontanero que realiza una obra sin factura, con el evasor de impuestos. El lado especular de esta visión presenta a la persona que cumple con sus obligaciones, que es honesta y que no miente no como un modelo que hay que imitar sino más bien como alguien poco inteligente. Para nosotros la inteligencia no va ligada a la honestidad sino a la pillería. Somos el país de la novela picaresca, hecho muy interesante para el estudioso de la literatura. Lo lamentable es que seguimos ofreciendo abundantes ejemplos para que en el siglo XXI surjan nuevos novelistas que aseguren, para nuestro descrédito, la permanencia y vigencia de tal género de escritura.

sábado, 21 de septiembre de 2013

Sobre Gracián y la brevedad.

“Lo bueno, si breve, dos veces bueno” decía Baltasar Gracián.
Mucha gente olvida que de aquí no se desprende que lo breve sea bueno sino que lo bueno puede serlo más si es breve.

Eso sí, la brevedad añade algo a un mal pensamiento: la cortesía de no tenerte mucho tiempo ocupado en leerlo. Un mal pensamiento que además no sea breve es una falta de consideración.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

“EL MACEIRAS”


Fue allá por el otoño de 1975, en el Instituto de San Isidro. Entonces los estudiantes de Bachillerato comenzábamos el curso en octubre. Cuando el jefe de estudios Márquez, al que pronto llamaríamos “Garfunkel”, nos citó en la escalera del nuevo pabellón para distribuirnos en nuestros grupos, nos comunicó que, debido a unas obras que se estaban realizando, el curso comenzaría el día 13 de octubre. Este contratiempo fue recibido por parte de los estudiantes que allí nos congregábamos con el natural regocijo.
Comenzado al fin el curso, vimos desfilar ante nosotros a los distintos profesores que nos habían sido adjudicados. Cuando llegó el turno de la asignatura de Historia se presentó ante la clase el profesor encargado de la misma. Lo primero que hizo fue decirnos su nombre, Manuel Maceiras , y puso su apellido en el encerado.
Pronto nos fuimos dando cuenta de que se trataba de un profesor y de una persona fuera de lo común.
Si aparecía algún país lejano, allí había estado él. Si de lo que se hablaba era de algún personaje conocido, era más que probable que en más de una ocasión él lo hubiera tratado personalmente.
Lo tuve como profesor tres años seguidos. Nos dio Historia, Geografía y francés. Lo más curioso de todo es que Maceiras, ya para nosotros “el Maceiras”, no era especialista en ninguna de estas materias. Era doctor en filosofía. Años después, estando yo en la facultad, pude por fin conocerlo en su auténtica especialidad.
Maceiras fue siempre con nosotros una persona de trato fácil y directo, si bien esto no estaba reñido con ocasionales enfados y estallidos de carácter, que solían ser intensos pero pasajeros.
Con Maceiras se aprendían muchas cosas, más por el entusiasmo con que eran comunicadas que por lo sistemático del método. Si en el transcurso de la clase surgía alguna cuestión no prevista pero que él consideraba de interés, no dudaba en desviarse del curso previsto para tratar dicha cuestión.
Fue Maceiras el que durante todos esos años se encargó de que nosotros tuviésemos la posibilidad de realizar un viaje de fin de estudios. Para conseguir los medios necesarios para poder realizar el viaje se tomaba un esfuerzo y dedicación extraordinarios. El nos dio la posibilidad de viajar a París y a Londres.
Maceiras tenía el raro talento de saber hablar a los jóvenes sin caer por ello en la adulación y la imitación de los comportamientos juveniles. Creo que ahí radicaba gran parte del predicamento que tenía entre nosotros. La juventud tiene un olfato especial para captar cuándo se la está adulando y prefiere que las personas ya maduras se dirijan a ella con afabilidad pero sin afectación. Hay que tener talento para dirigirse a los jóvenes y Maceiras lo tenía.
Lo ví por última vez hace siete años, en el San Isidro, con motivo de una conmemoración. Me reconoció, a pesar de los largos años transcurridos sin vernos y me llamó por mi apellido. En esa ocasión realizó en el salón de actos una intervención llena de humanidad y cariño.
Siempre nos advertía de la necesidad de no dejarse llevar por la pereza. El hábito de la diligencia lo tenía bien arraigado en su ánimo desde sus primeros años en su ciudad natal de La Coruña, y trató por todos los medios de inculcárnoslo a nosotros, gente de natural indolente.
Creo no equivocarme si digo que, aunque sus conocimientos eran abundantes y sólidos, lo más importante de sus enseñanzas cabe situarlo en el estilo de vida que él nos invitaba a recorrer.
Mi agradecimiento hacia Maceiras no tiene límite.





viernes, 6 de septiembre de 2013

MI PRIMER INSTITUTO

El día de mi primer claustro en un instituto, hace ya 25 años, llegué antes de la hora, muy nervioso y con la creencia de que iba a asistir a un acontecimiento muy importante.
Empecé a sospechar que algo no marchaba de acuerdo con mi manera de ser cuando me di cuenta de que para anunciar que comenzaba un nuevo curso la directora empleó algo así como tres cuartos de hora. Poco después fijé la vista sobre algunos de mis compañeros y, tras cerciorarme bien y recuperarme de la sorpresa pude comprobar cómo una compañera ya entrada en años estaba haciendo punto. La solemnidad del momento se perdió para siempre.
Pasaron los meses y me percaté de que había que estar preparado y atento pues de lo contrario se corría un serio riego de pasar varios meses pagando una enciclopedia pues los representantes de una planetaria editorial acudían en los recreos a promocionar sus productos. Había gentes que eran capaces de renunciar a su tiempo de descanso con tal de escuchar una charla y bajo la promesa de obtener un regalo, que solía consistir en un paraguas con unos colores que daban el aspecto a todos los profesores asistentes a la charla de ser seguidores despistados del Betis.
Sólo una vez cometí el error de asistir a la charla con la consecuencia de que durante tres largos años estuve pagando una enciclopedia que no es que usara poco, es que no la consulté jamás. Cuando sabía algo no acudía a la enciclopedia y cuando no lo sabía, como ni siquiera sabía que no lo sabía, tampoco.
Ahora en los claustros no se hace punto aunque no falte quien quiera hacer la puñeta. Por lo menos, con la revolución digital, nos hemos librado de las charlas de los vendedores. Ahora vienen los de los sindicatos y venden humo. Es una pena, porque harían falta buenos sindicatos y más ahora, pero así están las cosas.
Cuando me fijaba hace 25 años en mis compañeros más viejos, yo, que entonces tenía bastante ilusión, veía a algunos de ellos un poco tristes y con poco ánimo.
Así estoy yo ahora.
¡Hace falta que la antorcha pase a otras manos!.


martes, 3 de septiembre de 2013

NAPOLEÓN Y LA ORACIÓN PASIVA.

Cuando de pequeños el maestro nos explicaba la diferencia existente entre la oración activa y la oración pasiva , aprendíamos de paso expresiones del tipo de sujeto paciente y complemento agente amén de otras que sin duda el tiempo ha ido relegando en el olvido.
Para ilustrar por vía de ejemplo estos dos tipos de oraciones se nos  proponían casos concretos como: “la policía detuvo a los ladrones” (oración activa ) y “los ladrones fueron detenidos por la policía” ( oración pasiva ).
Sin discutir lo adecuado y pertinente de tales ejemplos, lo que nunca se nos explicaba ( puede que no fuera procedente hacerlo en aquellos momentos ) es que a parte de la diferencia de construcción entre estos dos tipos de oraciones había además una visión totalmente distinta que dependía del juicio que cada uno tuviera de quién era protagonista y quién simplemente  un actor secundario de la acción.
El protagonista, víctima o promotor de la acción, era siempre el sujeto. Ya fuera un sujeto activo o paciente, en él nos fijábamos con una atención más destacada.
Nuestra manera de entender la gramática no ha estado aislada, todo lo contrario, de nuestra manera de pensar. La visión aristotélica del mundo, con su distinción entre substancia y accidente tiene su correlato en la distinción de sujeto y predicado.
La Historia se puede entender y de hecho lo ha sido a lo largo de los siglos de muy distintas maneras pero no cabe duda que la historia se ha de contar recurriendo a un lenguaje con sus estructuras gramaticales y no es en absoluto inocente la manera que los historiadores han tenido de narrar. Herodoto, Tucídides, Jenofonte, Tito Livio, Tácito, Gibbon, Mommsen; fueron grandes historiadores pero también grandes escritores.

El historiador Edward Gibbon.

Cada uno de ellos se expresó con unos medios pero contribuyó también a moldearlos.
Si volvemos a nuestro principio, a la distinción entre oración activa y oración pasiva, veremos que siempre que se narra la derrota final de Napoleón, se suele decir algo así como : “Napoleón Bonaparte fue derrotado por Wellington en la batalla de Waterloo”. Jamás, o muy raras veces se dice “Wellington derrotó a Napoleón Bonaparte en la batalla de Waterloo”.
Se emplea una estructura clásica de oración pasiva, adecuada para señalar a alguien como víctima ( lo propio para referirse a quien ha sufrido una derrota ) pero que sigue siendo el protagonista de la epopeya, si bien en este caso de una manera paciente. Siendo Wellington el vencedor, queda relegado a la secundaria función de un complemento.
No es de mi interés aquí señalar lo justo o injusto de esta situación. No me ocupo en este caso tanto de la verdad como de la manera en que esta siempre es trasladada desde una determinada visión. Si Napoleón aparece como sujeto tanto en las ocasiones propicias como en las infortunadas es porque así fue reflejado en la epopeya napoleónica. Probablemente si fuéramos capaces de tener una visión menos “romántica” y más distanciada nos daríamos cuenta del hecho de que Napoleón jamás derrotó a su mayor enemigo en un campo de batalla. Las campañas que el general inglés desarrolló en la península Ibérica tuvieron por contrincantes a mariscales subordinados al emperador francés. La única ocasión en que se vieron los dos enemigos frente a frente fue en Waterloo y ahí Wellington infligió a Napoleón su derrota más decisiva y ocasionó el final de su carrera.

Bonaparte atravesando el Gran San Bernardo, por David.

No obstante, la forma de narrar sigue de manera terca afirmando que Napoleón fue derrotado por Wellington y no que Wellington derrotó a Napoleón. Pese a la contundencia de la derrota, la historia la narra dando a Napoleón un papel de protagonista y a Wellington una función complementaria. Napoleón resulta importante por sí, y Wellington adquiere su relevancia por el hecho de haberse cruzado en el camino de Napoleón. La luz del general inglés es planetaria, prestada. La luz de Napoleón es la de un astro, aún en su declive.
Las anteriores consideraciones muestran que no sólo valoramos mediante adjetivos sino que también el lugar que asignamos a una persona en el marco de una oración encierra una valoración. El empleo del adjetivo tiene una dimensión más voluntaria y consciente, expresa en buena medida la opinión que quien narra tiene de alguien. La situación que a alguien asignamos en la oración suele ser por el contrario más inconsciente y dependiente de valoraciones recibidas y cristalizadas a lo largo del tiempo.

Duque de Wellington

El siglo XIX elevó un monumento a Napoleón, un monumento hecho no en piedra ni en bronce sino en papel. Sus triunfos y su asombrosa carrera proporcionaron material más que suficiente para erigir dicho monumento pero su derrota y sobre todo su cautiverio en Santa Elena dotaron de un tono trágico casi legendario a toda su trayectoria.
Napoleón fue por tanto sujeto, tanto activo como paciente y así es como sin apenas darnos cuenta lo reflejamos cada vez que narramos su vida y sus avatares.
¿Es posible otra forma de narrar la historia?
Queda abierta la cuestión. Quizá lograremos superar el marco heroico de la historia cuando esta salga del ámbito de la literatura y se adentre en el estudio de estratos más profundos. Puede que, como han intentado algunas tendencias, haya que ir hacia una manera de enfocar la historia menos literaria y más geológica, que atienda con mayor interés a los estratos profundos sobre los que se levantan unos héroes que con su luz probablemente deslumbren y no nos dejen captar la auténtica realidad de los procesos históricos y la amarga existencia de las gentes comunes, olvidadas muchas veces en los grandes relatos, y que son la substancia viva de la historia.
Volviendo por última vez a Napoleón, si conseguimos escapar del impacto de su epopeya nos daremos cuenta de un hecho irrebatible: sus conquistas militares y territoriales no sobrevivieron a su derrota. Los oropeles del imperio se desvanecieron  con una asombrosa rapidez. En cambio su legislación, en especial su Código, sobrevivió a regímenes y revoluciones de todo tipo.
Puede que en su conciencia personal el corso se sintiera un nuevo César o  un nuevo Alejandro, pero su obra efectiva y perdurable fue en realidad la de un nuevo Justiniano. El resplandor del gran conquistador ha ocultado la realidad, quizá más prosaica pero en verdad más perdurable del gran legislador.


domingo, 18 de agosto de 2013

Juan Belmonte según Chaves Nogales.

La biografía que de Juan Belmonte realizó Chaves Nogales es un impresionante documento que trasciende el ámbito de la afición a los toros.


Manuel Chaves Nogales, periodista y buen escritor, de un tipo de periodismo en que no suponía ninguna rareza ni contradicción aunar ambas condiciones, fue un republicano liberal, se sintió ciudadano de una república que las circunstancias extremas de los años treinta no hicieron factible.
En Juan Belmonte, matador de toros, Chaves, recogiendo las informaciones y anécdotas que le transmitiera el llamado Pasmo de Triana, transmutó dicho material en una especie de autobiografía del propio torero, a la que prestó su bella y precisa prosa de una tal manera que logró que el artificio de la autobiografía resultara verosímil.
Se equivocarán quienes, no teniendo afición a los toros, no consideren de interés este libro. El autor, Chaves, no fue aficionado a los mismos y apenas acudió a las corridas. Yo tampoco soy ni aficionado ni entendido en toros.
Lo sugestivo y apasionante en el relato de Chaves Nogales es la manera en la que asistimos al modo como un hombre de orígenes extremadamente humildes se abre paso en un ambiente hostil en la más elemental lucha por la vida.
No es de toros de lo que se nos habla, o no sólo de eso, sino de un ambiente de miseria sin horizontes en el cual la voluntad se abre paso y triunfa.
Fue Juan Belmonte hombre complejo, en absoluto hombre de una sola pieza. Poco amante de las liturgias en una profesión donde el ritual tiene un lugar tan destacado, le interesaba más el hecho desnudo del toreo que toda la parafernalia y adorno que rodea al mismo.
 Con Belmonte se inicia el llamado toreo moderno con sus clásicos preceptos de parar, mandar y templar, a los que Domingo Ortega añadió el de cargar la suerte. Antes de Belmonte se imponía en la tauromaquia una extraña geometría según la cual existía un terreno del torero y un terreno del toro. Belmonte discute tal geometría al sostener que en la lucha entre el hombre y el toro sólo hay un ser inteligente, que es el hombre, y por tanto, si realiza su labor de manera correcta sólo debe haber un terreno, que es el del torero.


Fue Belmonte, al igual que Sánchez Mejías, amigo de intelectuales. En el relato de Chaves Nogales asistimos a su encuentro con muchos de ellos, siendo inolvidable la descripción que realiza de sus charlas y diálogos con Valle-Inclán.
Un aspecto que aparece de manera recurrente en el relato de Chaves Nogales es la débil complexión física de Belmonte. El matador insiste una y otra vez en situar en segundo plano la aptitud física a la hora de hacer frente a la lidia. Para él lo importante es el dominio espiritual, lo que hoy día llamaríamos fuerza mental. Se torea con la cabeza, no con las piernas.
Algunas páginas sobrecogen a quien ya sabe cual fue el trágico final del diestro. Belmonte, a través de Chaves Nogales, habla de sus juegos con la muerte y de la idea de suicidio.

Juan Belmonte en una actuación como rejoneador.
Escrito el relato de Chaves Nogales en los años treinta, un poco antes de la Guerra Civil, podemos ver a nuestro hombre convertido ya en rico hacendado temeroso de las convulsiones sociales que atravesaba el campo español en aquellos años, desde su nueva situación de propietario.
Atraviesa el relato de Chaves una constante tensión entre la ilusión de la afición y el desencanto de la profesión. Se nos narran con emoción sus furtivos ensayos de toreo por las noches acompañado de un grupo de torerillos armados con la sola fuerza de su ilusión, la emoción del toreo en el campo, la huida ante los guardas de la dehesa. Poco a poco asistimos a la transformación del joven y furtivo amante del toreo en figura profesionalmente acreditada  y plena de triunfos. Conforme se consolida la carrera del de Triana se puede percibir en más de una ocasión una cierta insatisfacción una vez logrado el triunfo profesional. El conocimiento artesanal del oficio, con el consiguiente dominio parece como si mitigara la ilusión de los primeros y difíciles momentos. Al cansancio siguen las retiradas, a las retiradas el tedio y al tedio un robustecido deseo de comenzar de nuevo.

Retrato de Juan Belmonte por Zuloaga.
Otro aspecto que se puede apreciar a través del relato de Chaves Nogales es el del carácter “artificial” del toro de lidia. Belmonte describe la diferencia entre su forma de torear y la de matadores de otras épocas y a través de tal descripción se palpa la evolución que los ganaderos han provocado para obtener un producto que resulte adecuado a las exigencias de la moderna lidia.
En este libro se describen unos aspectos de un mundo de hace más de cien años, de un mundo ya desaparecido, un mundo en el cual la afición a los toros por parte de los chiquillos no era algo peculiar de su idiosincrasia sino una consecuencia natural del ambiente. Belmonte es capaz de vaticinar la decadencia de la fiesta y en algunos momentos incluso su posible desaparición.
Vemos a nuestro protagonista viajar a América para hacer allí la temporada, sus visitas a Méjico, a Perú ( donde conoce a su mujer ), a Cuba, Panamá, Estados Unidos, Argentina. La fama de Belmonte corre incluso en algunos de estos países en los cuales la fiesta resulta desconocida.
Sabida es la afición española a oponer a dos personajes frente a frente. En este sentido la rivalidad de Belmonte con Joselito es legendaria. Como resulta frecuente en estos casos, la rivalidad generó más odios y antipatías entre los seguidores de cada uno de los diestros que entre ellos mismos. La actuación conjunta en muchas corridas, la obligada convivencia y frecuente encuentro en trenes y viajes, hizo que entre ellos dos surgiera un sincero respeto que se convirtió en amistad firme y sólida. Uno de los momentos más conmovedores del relato es aquel en el que se describe la reacción dolorida de Juan Belmonte al enterarse de la muerte de su rival por un toro en la plaza de Talavera.

Ignacio Sánchez Mejías llora la muerte de Joselito en la enfermería de la plaza de Talavera.
En el relato se habla de valor pero sobre todo se habla sin ningún tipo de complejo del miedo. Juan Belmonte habla del miedo como un viejo conocido suyo del que nunca ha podido desprenderse. Formula la célebre afirmación de que antes de torear crece más la barba y llega a calificar el miedo que se siente antes de la corrida de espantoso. Se describe a continuación cómo ese miedo de la espera desaparece en el momento concreto de enfrentarse a la bestia, cuando la absorción de todas las facultades por la concentración provoca que no haya lugar para el miedo.
Juan Belmonte se retiró definitivamente de los ruedos en 1936. Esa fecha maldita también afectó a la trayectoria profesional de Manuel Chaves Nogales.

En todo caso, después de la guerra todo cambió, en los toros y en todos los ámbitos, pero eso ya es otra historia.