sábado, 9 de marzo de 2013

EL GRAN CARLOS KLEIBER


Carlos Kleiber ( 1930-2004 ) fue lo más opuesto a la figura del director de orquesta de repertorio inmenso. De hecho, su repertorio fue no ya limitado sino limitadísimo. Del mismo modo, sus apariciones públicas fueron esporádicas y sometidas con frecuencia a la incertidumbre de saber si finalmente se produciría la actuación o por el contrario esta no tendría lugar y daría lugar a la decepción de la cancelación del concierto.
Nada en Carlos Kleiber era convencional, empezando por su propio nombre, Carlos y no Karl, como se correspondería en un alemán.
El padre de Carlos, el gran director Erich Kleiber, opuesto al nazismo, se vio obligado a exiliarse de Alemania y a emigrar a Argentina y de ahí la hispanización del nombre.
Carlos Kleiber, que para desarrollar su carrera tuvo que enfrentarse a los deseos de su propio padre, enfocó la misma, de una manera más intensiva que extensiva. En él no vamos a poder apreciar la obsesión por dirigir un gran número de obras y autores. Siempre fue hombre de obras predilectas en los dos ámbitos en los que desarrolló su carrera: la ópera y el concierto.
En ópera dirigió obras de Weber, Bizet, Wagner, Richard Strauss y Verdi. A su vez, de estos compositores solo abordó unos pocos títulos, pero estos siempre han ido unidos a su trayectoria: Carmen, El Caballero de la rosa, Traviata, Tristán.
En el foso de ópera sus actuaciones eran siempre esperadas con gran expectación, tanto por la calidad con que eran ofrecidas como por lo raro de las mismas actuaciones. Sus ensayos eran meticulosos, buscando la perfección casi de manera neurótica. El tenor Kollo, que llegó a enfrentarse con Carlos por la manera de abordar el tercer acto del Tristán wagneriano, llegó en su desesperación al no conseguir dar en la grabación lo que Kleiber pedía a decir que el problema de Carlos consistía en que no era capaz de decir “ sí “ a ningún resultado.
En el ámbito del concierto abordó a Mozart, Beethoven, Schubert, Brahms,  y poco más. En este campo sucede lo mismo que con la ópera: nunca sintió la necesidad de dirigir la totalidad de las obras de estos compositores sino que se centró en un número limitado de obras predilectas: unas pocas sinfonías de Mozart, la cuarta, quinta y séptima  de Beethoven, sinfonías tercera y octava de Schubert, de Brahms sinfonías segunda y cuarta amén de unas pocas oberturas de Beethoven y de Brahms.
Si sus actuaciones en vivo eran esporádicas, sus grabaciones en estudio tampoco son numerosas. Eso sí, disponemos de grabaciones en video de conciertos en directo que nos dan un testimonio bastante impactante de su manera de dirigir: gesto elegante, a veces limitándose a sugerir la marcha de la música, en otras ocasiones con movimientos más intensos, pero siempre sin perder el aspecto visual de un gran gozo con la tarea que se estaba realizando.
Carlos Kleiber resultaba igual de conmovedor en lo más sublime ( Tristán ) como en lo más terreno y frívolo ( la opereta vienesa).
En ese terreno de la música más desenfadada tenemos el privilegio de que en dos ocasiones ( 1989 y 1992 ) abordara con la Orquesta Filarmónica de Viena el Concierto de Año Nuevo. En este campo, en el que grandes conductores se han estrellado al no saber dar con la mezcla justa de elegancia y profundidad, Carlos Kleiber sentó cátedra.
La formación de Kleiber en su faceta de director fue tardía. Ya ha sido comentado cómo su padre se opuso a que su hijo desplegara una carrera musical. La formación de Carlos fue por tanto, casi clandestina, hecha contra los deseos de su padre. De hecho, y a diferencia de gran número de directores, no podemos decir que tuviera un dominio personal grande en ningún instrumento musical, pero su dominio de la partitura era de tal calibre que bastaba para que impusiera su autoridad a las orquestas que dirigía, todas ellas de primer nivel.
La limitación en cuanto a lo extenso de su labor se compaginaba con un grandísimo conocimiento de los textos musicales. Músicos que hablaron con él quedaron impresionados por el gran dominio de fuentes, versiones y partituras que jamás dirigió en concierto.
Si el número de obras en las que Carlos Kleiber trabajó fue limitado, también lo fue el de los estilos de estas obras. En realidad, Carlos Kleiber apenas salió del ámbito de obras pertenecientes a la tradición clásica y romántica. Esto no quiere decir que le resultara ajeno todo lo referente a las composiciones del siglo XX. De hecho sentía un gran respeto por la obra de Berg, tan vinculada a su padre, pero no se veía a sí mismo en condiciones de abordar unas composiciones en las que su padre había dejado una huella tan impactante.
En relación con esto último, pero en otro marco de estilo, el británico Pinnock, especialista en música del barroco interpretada con instrumentos originales, sentía un enorme aprecio por la forma en que Kleiber abordaba el equilibrio de las distintas familias instrumentales, hasta el punto de considerar que Kleiber, con los enormes dispositivos de la orquesta sinfónica moderna, era capaz de lograr un balance parecido al que se estaba en esos momentos consiguiendo con las orquestas de música antigua, más pequeñas y ágiles en principio.
Kleiber era capaz de combinar en los momentos de climax la gran intensidad de sonido con un sentido camerístico del mismo.
El reconocimiento que entre los aficionados tiene el legado de Kleiber es tanto más digno de admiración por cuanto este director no se amoldó nunca a las insaciables exigencias de la industria del disco. Lejos de esto, procuró siempre seguir un camino orientado de manera exclusiva por el afán de perfección con independencia de la cantidad de resultados. En cierto modo, era luchar por algo digno pero casi imposible en este mundo actual: lo único y no la fabricación en serie de productos perfectamente intercambiables entre sí.

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