Carlos
Kleiber ( 1930-2004 ) fue lo más opuesto a la figura del director de orquesta
de repertorio inmenso. De hecho, su repertorio fue no ya limitado sino
limitadísimo. Del mismo modo, sus apariciones públicas fueron esporádicas y sometidas
con frecuencia a la incertidumbre de saber si finalmente se produciría la
actuación o por el contrario esta no tendría lugar y daría lugar a la decepción
de la cancelación del concierto.
Nada
en Carlos Kleiber era convencional, empezando por su propio nombre, Carlos y no
Karl, como se correspondería en un alemán.
El
padre de Carlos, el gran director Erich Kleiber, opuesto al nazismo, se vio
obligado a exiliarse de Alemania y a emigrar a Argentina y de ahí la
hispanización del nombre.
Carlos
Kleiber, que para desarrollar su carrera tuvo que enfrentarse a los deseos de
su propio padre, enfocó la misma, de una manera más intensiva que extensiva.
En él no vamos a poder apreciar la obsesión por dirigir un gran número de obras
y autores. Siempre fue hombre de obras predilectas en los dos ámbitos en los
que desarrolló su carrera: la ópera y el concierto.
En
ópera dirigió obras de Weber, Bizet, Wagner, Richard Strauss y Verdi. A su vez,
de estos compositores solo abordó unos pocos títulos, pero estos siempre han
ido unidos a su trayectoria: Carmen, El Caballero de la rosa, Traviata, Tristán.
En
el foso de ópera sus actuaciones eran siempre esperadas con gran expectación,
tanto por la calidad con que eran ofrecidas como por lo raro de las mismas
actuaciones. Sus ensayos eran meticulosos, buscando la perfección casi de
manera neurótica. El tenor Kollo, que llegó a enfrentarse con Carlos por la
manera de abordar el tercer acto del Tristán wagneriano, llegó en su
desesperación al no conseguir dar en la grabación lo que Kleiber pedía a decir
que el problema de Carlos consistía en que no era capaz de decir “ sí “ a
ningún resultado.
En
el ámbito del concierto abordó a Mozart, Beethoven, Schubert, Brahms, y poco más. En este campo sucede lo mismo que
con la ópera: nunca sintió la necesidad de dirigir la totalidad de las obras de
estos compositores sino que se centró en un número limitado de obras
predilectas: unas pocas sinfonías de Mozart, la cuarta, quinta y séptima de Beethoven, sinfonías tercera y octava de
Schubert, de Brahms sinfonías segunda y cuarta amén de unas pocas oberturas de
Beethoven y de Brahms.
Si
sus actuaciones en vivo eran esporádicas, sus grabaciones en estudio tampoco
son numerosas. Eso sí, disponemos de grabaciones en video de conciertos en directo
que nos dan un testimonio bastante impactante de su manera de dirigir: gesto
elegante, a veces limitándose a sugerir la marcha de la música, en otras
ocasiones con movimientos más intensos, pero siempre sin perder el aspecto
visual de un gran gozo con la tarea que se estaba realizando.
Carlos
Kleiber resultaba igual de conmovedor en lo más sublime ( Tristán ) como en lo
más terreno y frívolo ( la opereta vienesa).
En
ese terreno de la música más desenfadada tenemos el privilegio de que en dos
ocasiones ( 1989 y 1992 ) abordara con la Orquesta Filarmónica de Viena el Concierto
de Año Nuevo. En este campo, en el que grandes conductores se han estrellado al
no saber dar con la mezcla justa de elegancia y profundidad, Carlos Kleiber
sentó cátedra.
La
formación de Kleiber en su faceta de director fue tardía. Ya ha sido comentado
cómo su padre se opuso a que su hijo desplegara una carrera musical. La
formación de Carlos fue por tanto, casi clandestina,
hecha contra los deseos de su padre. De hecho, y a diferencia de gran
número de directores, no podemos decir que tuviera un dominio personal grande
en ningún instrumento musical, pero su dominio de la partitura era de tal
calibre que bastaba para que impusiera su autoridad a las orquestas que
dirigía, todas ellas de primer nivel.
La
limitación en cuanto a lo extenso de su labor se compaginaba con un grandísimo
conocimiento de los textos musicales. Músicos que hablaron con él quedaron
impresionados por el gran dominio de fuentes, versiones y partituras que jamás
dirigió en concierto.
Si
el número de obras en las que Carlos Kleiber trabajó fue limitado, también lo
fue el de los estilos de estas obras. En realidad, Carlos Kleiber apenas salió
del ámbito de obras pertenecientes a la tradición clásica y romántica. Esto no
quiere decir que le resultara ajeno todo lo referente a las composiciones del
siglo XX. De hecho sentía un gran respeto por la obra de Berg, tan vinculada a
su padre, pero no se veía a sí mismo en condiciones de abordar unas
composiciones en las que su padre había dejado una huella tan impactante.
En
relación con esto último, pero en otro marco de estilo, el británico Pinnock,
especialista en música del barroco interpretada con instrumentos originales,
sentía un enorme aprecio por la forma en que Kleiber abordaba el equilibrio de
las distintas familias instrumentales, hasta el punto de considerar que
Kleiber, con los enormes dispositivos de la orquesta sinfónica moderna, era
capaz de lograr un balance parecido al que se estaba en esos momentos
consiguiendo con las orquestas de música antigua, más pequeñas y ágiles en
principio.
Kleiber
era capaz de combinar en los momentos de climax la gran intensidad de sonido
con un sentido camerístico del mismo.
El
reconocimiento que entre los aficionados tiene el legado de Kleiber es tanto
más digno de admiración por cuanto este director no se amoldó nunca a las
insaciables exigencias de la industria del disco. Lejos de esto, procuró
siempre seguir un camino orientado de manera exclusiva por el afán de
perfección con independencia de la cantidad de resultados. En cierto modo, era
luchar por algo digno pero casi imposible en este mundo actual: lo único y no
la fabricación en serie de productos perfectamente intercambiables entre sí.
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