jueves, 7 de marzo de 2013

Pensar la ausencia.




En el fondo nos resulta imposible imaginar nuestra propia ausencia del mundo porque no somos capaces de imaginar la aniquilación.
Del mismo modo que tampoco somos capaces de imaginar la ausencia radical de realidad, la nada.
Sí que podemos pensar tanto lo uno como lo otro. En contra de lo que la ensoñación romántica nos parece sugerir, la capacidad de concebir es más amplia que la de imaginar. Kant no puso límites al pensamiento como tal, pero sí que se los puso al conocimiento, limitado este último al ámbito de aplicación de la sensibilidad.
A pesar de todos sus esfuerzos, la fuerza con la que Kant impone la evidencia de sus formas de sensibilidad viene dada más por una incapacidad de nuestro pensamiento de imaginar la ausencia de tales formas que por una deducción estricta de su necesidad.
Aunque Kant aspire siempre a una demostración jurídica, a la hora de la verdad se impone más bien la evidencia psicológica, al estilo de Berkeley, que es en realidad la gran fuerza de convicción de todo idealismo, la incapacidad de imaginar un mundo independiente de nosotros.
Quizá si pensáramos nuestra ausencia, nuestra muerte no como aniquilación sino como olvido, seríamos capaces de alcanzar una comprensión más cabal.
No podemos imaginar un presente en el que no estemos pero sí podemos darnos cuenta de que la mayor parte de nuestras horas, de nuestros presentes, cae en el olvido.
Quizá la mejor imagen de la muerte no sea la habitual de un sueño sin sueños, de un descanso, sino la de un eterno olvido de nosotros mismos.

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