En
ocasiones, las personas que ya hemos rebasado, según las leyes de la
probabilidad, más de la mitad de nuestra vida solemos proferir expresiones del
estilo de : “en mis tiempos…”, “en mi época…” y otras del mismo tenor.
Creo
que es un error. El tiempo de uno, la época de uno, es el tiempo y época en que
uno está vivo. Todo tiempo del que uno es consciente es su tiempo. Mi tiempo es
este.
Con
todo, es cierto que sin darnos cuenta, más de una vez, en cuanto no estamos
atentos, volvemos a caer en la vieja manía de hablar de nuestros tiempos. No
tengo absoluta claridad como para poder establecer una causa que explique este
vicio, aunque sospecho que detrás de todo ello está la asunción acrítica de una
mentalidad que exalta los aspectos más superficiales de la juventud. Como si
pasada la primera juventud, ya hubiera acabado nuestro tiempo y sólo nos
quedara la remembranza.
En
la publicidad, en la política, en cualquier actividad pública, vemos cómo gente
que rebasó la adolescencia y primera juventud hace ya unos cuantos años, pretende
transmitir una imagen de vigor y lozanía, como si tuvieran miedo de mostrar su
verdadera edad. Lo único que consiguen transmitir es una imagen triste y
engañosa, como pasa siempre que alguien se disfraza, salvo que se trate del
carnaval, que es una fiesta con sus códigos compartidos por todos.
El
reverso de todo ello consiste en que se exalta a la juventud en “imagen” porque en la realidad a los jóvenes no se les
están dando ni oportunidades ni esperanza.
En
resolución: estos son mis tiempos, los de ahora, con los problemas de ahora y
las preocupaciones de ahora. Mientras no me desentienda de todo ello, este será
mi tiempo y a él intentaré aportar mi trabajo.
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