domingo, 17 de marzo de 2013

La gente se ríe de mi móvil.




Durante años la evolución del teléfono celular iba encaminada a producir cada vez artefactos más pequeños. Cada generación de móviles sacaba a la luz una unidad de cada vez menores dimensiones. Con esa unidad podías ir a cualquier sitio, hablar con comodidad, poner mensajes, en fin, todo lo que en principio se le pedía a un teléfono.
De repente, sin esperarlo, vino la revolución. El teléfono no sólo iba a ser tal, también se iba a transformar en ordenador personal, en pequeña pantalla, casi en tu amigo más próximo.
Yo sigo con mi celular, como dicen en algunos sitios. Me sirve para lo que quiero, y lo que quiero es sobre todo no estar conectado constantemente a ningún sitio.
Hay quien piensa que lo que viene después es mejor que lo de antes. Seguro que, como leí una vez, si se hubieran inventado primero los encendedores y posteriormente las cerillas, no faltarían gentes que alabaran el progreso que las cerillas suponían respecto de los encendedores.
La fe en el progreso no es progreso, es fe, y esta se tiene o no se tiene.
Algún día cambiaré de teléfono, pero no por convicción sino por falta de personalidad ante la presión del ambiente y las risas condescendientes de los demás.

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