De
los tres grandes compositores que forman el trío canónico de los clásicos (
Haydn, Mozart y Beethoven) ha sido el primero de ellos quizá el más
injustamente valorado.
De
Mozart se ha hablado mucho y se han loado con justicia sus virtudes. Es
frecuente escuchar afirmaciones acerca de su maestría en los más diversos
géneros (ópera, sinfonía, concierto, música de cámara).Se pondera su gracia en aquellas composiciones en que
está presente y a veces incluso no se aprecia su genialidad en aquellas otras
en las que no es la gracia el
elemento más destacado (K.491).
Qué
decir de Beethoven, un hombre al que el siglo XIX elevó a unas alturas casi
sobrehumanas. Su nombre casi que ha sido sinónimo de músico durante muchas
décadas.
Frente
a estos dos gigantes, la figura de Haydn aparece un tanto difuminada. El siglo
XIX vio en él al entrañable papá Haydn,
a alguien por el que se sentía más cariño que respeto.
Durante
mucho tiempo la atención a su obra sólo se ha fijado en la representación de la
alegría de vivir, de lo lúdico, algo interesante pero en el fondo poco profundo.
Haydn
fue un creador apreciado en vida. Su obra tuvo difusión temprana más allá del
ámbito centroeuropeo.
En
España tenemos dos claros ejemplos: el retrato de Goya del aristócrata con una
partitura de Haydn en la mano ( curioso encuentro sordo entre Goya y Haydn) y
el legado de esa obra imposible, pero real y efectiva que es Las siete últimas palabras de Cristo en la
cruz.
En
Madrid, en uno de los rincones más curiosos de la ciudad, en la Cuesta de la
vega, hay una extraña sucesión de escondidos jardines en terraza. En uno de
ellos está erigida una estatua a Boccherini, tan ligado a Madrid. En las
palabras de dedicatoria de la estatua aparece una expresión que, con el
lenguaje propio de la época, logra transmitirnos una imagen de Haydn más fiel
que la paternal con la que habitualmente se le presenta. En el monumento se
dice que si Dios tuviera que hablar a los hombres, lo haría con la música de
Haydn, pero que si deseara escuchar música, escucharía la música de Boccherini.
En esta simple leyenda se puede apreciar con justicia cual es la verdadera
importancia de Haydn antes de que la imagen romántica lo convirtiera en un
amable precursor.
En
sus obras de cámara, como por ejemplo en los cuartetos op.76, se puede apreciar
que una de las cualidades más características de Haydn es la de su asombrosa
capacidad para el desarrollo de motivos en sí breves e incluso simples. En el desarrollo de los primeros movimientos
consigue una gran fuerza dramática y sobre todo una gran tensión acumulativa.
Es frecuente el empleo de pedal sobre la dominante en las secciones de
desarrollo antes de revertir sobre la tónica.
La
misma capacidad de elaboración se encuentra de manera magistral en los
movimientos lentos. En las variaciones sobre el
himno imperial se consigue mantener la atención sobre la bases de un
motivo majestuoso pero sereno, revestido de esa fuerza dramática que Haydn
consigue mostrar más que decir.
En
el cuarteto de las quintas ,en
el menuetto, se recurre al uso del
canon, tal como hace Mozart en el quinteto para cuerdas en do menor. El recurso
consigue de una manera sencilla un gran dramatismo sin retórica.
Un
caso más que célebre es el del movimiento de péndulo que da justificación al título
de sinfonía del reloj. Resulta admirable asistir al despliegue de un motivo en
sí simple y bastante neutro, con la base en ostinato de un simple tic-tac, en
perfecta imitación del movimiento de péndulo, y sobre él una melodía en
principio amable y ligera. De manera gradual, el movimiento va adquiriendo un
vuelo dramático intenso de una manera casi “natural”, de una manera que se
podría denominar deductiva.
Las
anteriores consideraciones son de aplicación al movimiento lento de la sinfonía
La sorpresa.
Ese
carácter que he denominado deductivo,
y que me parece característico de la música de Haydn es el que quizá le da su
grado de modernidad y lo enlaza de una manera más natural con la música de
Beethoven. En toda deducción lo característico es la constricción formal con la
que una conclusión se deriva de las premisas. La conclusión se desprende, no se
construye. En la música de Haydn su evolución interna parece dar la sensación
de desprenderse con una fuerza de convicción lógica. Esa convicción más formal que
material es la que consigue atrapar y cautivar al oyente. Se impone más por la
propia fuerza constrictiva que tiene la evidencia que por el encanto en sí de
la sugestión melódica, aunque no se pueda decir que esta esté ausente. Con
todo, en Haydn, al igual que en Beethoven y a diferencia en este aspecto de
Mozart, es mayor la importancia del trabajo con el motivo que el despliegue
melódico, aunque Mozart consigue en su genialidad aunar ambos aspectos de una
manera natural.
Estas
características hacen de la música de Haydn una música esencialmente
instrumental. Mozart es todavía de una gran vocalidad.
La música de Haydn es en su esencia instrumental aún en sus grandes obras
corales. En el lado opuesto y simétrico, la música de Handel es de una gran
vocalidad aún en sus obras instrumentales.
Haydn
es quizá el primer creador genuinamente instrumental. Eso lo convierte en un
músico definitivamente moderno.
Un
detalle que no carece de importancia es que Haydn, si bien practicó con
solvencia diversos instrumentos musicales, no fue un virtuoso en ninguno de
ellos. No fue en ningún momento de su vida un instrumentista-compositor. Fue un
compositor consciente de serlo, y en la etapa final de su vida creadora, en el
momento de sus grandes oratorios, especialmente La Creación, Haydn era consciente de que estaba componiendo una
obra con pretensiones de permanencia en el tiempo.
La
música de Haydn ofrece una belleza en la que está presente el propio mecanismo
interno que la produce. Es como esos relojes de bolsillo que no ocultan sino
que muestran la maquinaria que los hace funcionar, en lugar de ofrecernos sólo
el resultado. Haydn no nos esconde el mecanismo constitutivo de sus
composiciones, pero tampoco nos lo exhibe de una manera ostentosa. Simplemente
nos lo muestra como parte integrante de la propia obra, del mismo modo que el
rigor lógico es percibido en toda demostración lógica de una manera clara sin
necesidad de que quien argumenta lo muestre explícitamente. Simplemente se
impone por su propia fuerza.
En
el caso de Haydn, ese mecanismo está dominado esencialmente por la tensión, y
de ahí deriva la gran carga dramática de que sus composiciones están imbuidas.
Muy
lejos queda esa tensión de la plácida, apacible imagen que del compositor se ha
tenido tradicionalmente. En Haydn se adivina en algunos momentos a Beethoven y
a un romanticismo que si de forma consciente no lo consideró su maestro no se
podría explicar sin su impulso.
Haydn es fecundo por su propia y abundante obra y por su influencia, sea esta reconocida o no.
Haydn es fecundo por su propia y abundante obra y por su influencia, sea esta reconocida o no.
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