viernes, 22 de marzo de 2013

LA IMAGEN DE HAYDN.



De los tres grandes compositores que forman el trío canónico de los clásicos ( Haydn, Mozart y Beethoven) ha sido el primero de ellos quizá el más injustamente valorado.
De Mozart se ha hablado mucho y se han loado con justicia sus virtudes. Es frecuente escuchar afirmaciones acerca de su maestría en los más diversos géneros (ópera, sinfonía, concierto, música de cámara).Se pondera su gracia en aquellas composiciones en que está presente y a veces incluso no se aprecia su genialidad en aquellas otras en las que no es la gracia el elemento más destacado (K.491).
Qué decir de Beethoven, un hombre al que el siglo XIX elevó a unas alturas casi sobrehumanas. Su nombre casi que ha sido sinónimo de músico durante muchas décadas.
Frente a estos dos gigantes, la figura de Haydn aparece un tanto difuminada. El siglo XIX vio en él al entrañable papá Haydn, a alguien por el que se sentía más cariño que respeto.
Durante mucho tiempo la atención a su obra sólo se ha fijado en la representación de la alegría de vivir, de lo lúdico, algo interesante pero en el fondo poco profundo.
Haydn fue un creador apreciado en vida. Su obra tuvo difusión temprana más allá del ámbito centroeuropeo.
En España tenemos dos claros ejemplos: el retrato de Goya del aristócrata con una partitura de Haydn en la mano ( curioso encuentro sordo entre Goya y Haydn) y el legado de esa obra imposible, pero real y efectiva que es Las siete últimas palabras de Cristo en la cruz.


En Madrid, en uno de los rincones más curiosos de la ciudad, en la Cuesta de la vega, hay una extraña sucesión de escondidos jardines en terraza. En uno de ellos está erigida una estatua a Boccherini, tan ligado a Madrid. En las palabras de dedicatoria de la estatua aparece una expresión que, con el lenguaje propio de la época, logra transmitirnos una imagen de Haydn más fiel que la paternal con la que habitualmente se le presenta. En el monumento se dice que si Dios tuviera que hablar a los hombres, lo haría con la música de Haydn, pero que si deseara escuchar música, escucharía la música de Boccherini. En esta simple leyenda se puede apreciar con justicia cual es la verdadera importancia de Haydn antes de que la imagen romántica lo convirtiera en un amable precursor.
En sus obras de cámara, como por ejemplo en los cuartetos op.76, se puede apreciar que una de las cualidades más características de Haydn es la de su asombrosa capacidad para el desarrollo de motivos en sí breves e incluso simples. En el  desarrollo de los primeros movimientos consigue una gran fuerza dramática y sobre todo una gran tensión acumulativa. Es frecuente el empleo de pedal sobre la dominante en las secciones de desarrollo antes de revertir sobre la tónica.
La misma capacidad de elaboración se encuentra de manera magistral en los movimientos lentos. En las variaciones sobre el  himno imperial se consigue mantener la atención sobre la bases de un motivo majestuoso pero sereno, revestido de esa fuerza dramática que Haydn consigue mostrar más que decir.
En el cuarteto de las quintas ,en el  menuetto, se recurre al uso del canon, tal como hace Mozart en el quinteto para cuerdas en do menor. El recurso consigue de una manera sencilla un gran dramatismo sin retórica.
Un caso más que célebre es el del movimiento de péndulo que da justificación al título de sinfonía del reloj. Resulta admirable asistir al despliegue de un motivo en sí simple y bastante neutro, con la base en ostinato de un simple tic-tac, en perfecta imitación del movimiento de péndulo, y sobre él una melodía en principio amable y ligera. De manera gradual, el movimiento va adquiriendo un vuelo dramático intenso de una manera casi “natural”, de una manera que se podría denominar deductiva.
Las anteriores consideraciones son de aplicación al movimiento lento de la sinfonía La sorpresa.
Ese carácter que he denominado deductivo, y que me parece característico de la música de Haydn es el que quizá le da su grado de modernidad y lo enlaza de una manera más natural con la música de Beethoven. En toda deducción lo característico es la constricción formal con la que una conclusión se deriva de las premisas. La conclusión se desprende, no se construye. En la música de Haydn su evolución interna parece dar la sensación de desprenderse con una fuerza de convicción lógica. Esa convicción más formal que material es la que consigue atrapar y cautivar al oyente. Se impone más por la propia fuerza constrictiva que tiene la evidencia que por el encanto en sí de la sugestión melódica, aunque no se pueda decir que esta esté ausente. Con todo, en Haydn, al igual que en Beethoven y a diferencia en este aspecto de Mozart, es mayor la importancia del trabajo con el motivo que el despliegue melódico, aunque Mozart consigue en su genialidad aunar ambos aspectos de una manera natural.
Estas características hacen de la música de Haydn una música esencialmente instrumental. Mozart es todavía de una gran vocalidad. La música de Haydn es en su esencia instrumental aún en sus grandes obras corales. En el lado opuesto y simétrico, la música de Handel es de una gran vocalidad aún en sus obras instrumentales.
Haydn es quizá el primer creador genuinamente instrumental. Eso lo convierte en un músico definitivamente moderno.
Un detalle que no carece de importancia es que Haydn, si bien practicó con solvencia diversos instrumentos musicales, no fue un virtuoso en ninguno de ellos. No fue en ningún momento de su vida un instrumentista-compositor. Fue un compositor consciente de serlo, y en la etapa final de su vida creadora, en el momento de sus grandes oratorios, especialmente La Creación, Haydn era consciente de que estaba componiendo una obra con pretensiones de permanencia en el tiempo.
La música de Haydn ofrece una belleza en la que está presente el propio mecanismo interno que la produce. Es como esos relojes de bolsillo que no ocultan sino que muestran la maquinaria que los hace funcionar, en lugar de ofrecernos sólo el resultado. Haydn no nos esconde el mecanismo constitutivo de sus composiciones, pero tampoco nos lo exhibe de una manera ostentosa. Simplemente nos lo muestra como parte integrante de la propia obra, del mismo modo que el rigor lógico es percibido en toda demostración lógica de una manera clara sin necesidad de que quien argumenta lo muestre explícitamente. Simplemente se impone por su propia fuerza.
En el caso de Haydn, ese mecanismo está dominado esencialmente por la tensión, y de ahí deriva la gran carga dramática de que sus composiciones están imbuidas.
Muy lejos queda esa tensión de la plácida, apacible imagen que del compositor se ha tenido tradicionalmente. En Haydn se adivina en algunos momentos a Beethoven y a un romanticismo que si de forma consciente no lo consideró su maestro no se podría explicar sin su impulso.
Haydn es fecundo por su propia y abundante obra y por su influencia, sea esta reconocida o no.



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