domingo, 10 de marzo de 2013

Yo sí que dimití una vez.



En mi trabajo se pueden obtener puestos por tres mecanismos: por oposición, por elección y por nombramiento.
Por oposición obtuve el puesto de profesor, hará pronto 25 años.
Por elección fui dos veces consejero escolar en un instituto de Parla por el apoyo de mis compañeros.
Por nombramiento no he sido nunca nada. Nadie con capacidad para nombrar se ha fijado en mí para darme ningún cargo, por ejemplo jefe de estudios, lo cual me llena de orgullo y satisfacción.
De la oposición, con todos los defectos que dicha institución tiene, estoy satisfecho. Muchas horas de sueño, muchas madrugadas, el examen con encierro incluido durante tres horas en una habitación de un instituto lleno con maletas repletas de libros que cada opositor se traía como podía de su casa. Cuando aprobé, lo celebré como es debido.
De la elección tengo la satisfacción de pensar que mis compañeros confiaran en mí.
Del nombramiento, o mejor dicho, de la falta del mismo, como los nombramientos dependen más de quien los da que de quien los recibe, puedo estar contento de no tener que deber a nadie ninguna posición y sentirme libre de opinar sin que esa libertad se vea limitada por la posición o cargo que ocupe. En este sentido, estoy contento. Nunca he hecho carrera con los cargos, nunca he tenido ninguno. Nunca lo tendré.
Lo que sí hice fue dimitir de mi cargo de consejero cuando comprendí que mi forma de ver las cosas se había alejado de la que tenía la mayor parte de mis compañeros. Comprobé que la sintonía que había con ellos se estaba perdiendo y creí que era más oportuno dejarlo.
No entiendo la ausencia de dimisiones que hoy se da en España. Es verdad que mi puesto no era remunerado. Quién sabe lo que haría yo hoy si tuviera un cargo con un sueldo suculento. Puede que me agarrara al mismo con la misma falta de pudor que otras gentes muestran. Pienso que yo no haría eso, pero nunca he estado en tal posición.
Dimitir es un acto saludable, un acto de responsabilidad y en ocasiones hasta un acto estético.
Me niego a pensar que al final de este cuento, la única persona coherente vaya a ser el papa.

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