lunes, 15 de diciembre de 2014

VELOCIDAD AL VOLANTE.

Las autoridades de tráfico nos anuncian que, con motivo de la proximidad de las fiestas navideñas, van a organizar un dispositivo especial de vigilancia para evitar que se cometan excesos al volante.
Si los excesos se deben al abuso de bebidas alcohólicas está bien pensada y dispuesta la medida pero si de lo que se trata es de evitar el exceso de velocidad, no me parece que estén tan bien pensadas las medidas de disuasión.
Existe una general y, a mi modo de ver, injustificada animadversión hacia quienes se conducen con excesiva velocidad al volante. Tales personas han de sufrir acusaciones de imprudencia totalmente injustificadas desde cualquier punto de vista racional, porque, ¿ qué es ser imprudente?
Nadie que esté adornado de la virtud de la sensatez negará que llamamos imprudente a aquella persona que permanece más tiempo del estrictamente necesario expuesta a situaciones de peligro.
¿Son las carreteras peligrosas? Sí, ciertamente. Concedido este último punto, ¿ qué será más sensato, permanecer mucho tiempo en la carretera o estar en la misma el tiempo mínimo imprescindible? Cualquier persona con sentido común se decantará por esta última respuesta.
Pues bien, dado que todos concluimos que las carreteras son peligrosas y que, por ende, lo mejor es permanecer el mínimo tiempo en ellas, la forma de poder cumplir con esta última necesidad de una forma más racional y sensata será atravesar las mismas de la manera más rápida posible, esto es, a la mayor velocidad que nuestro vehículo permita.
El conductor que va a velocidad extremadamente rápida no hace más que rendir un homenaje a la virtud de la prudencia que merece el respeto que la carretera, dado su peligro, impone.
Lejos de perseguir a  tal conductor, habría que proponerlo como modelo de virtuoso al volante y no ensalzar, como hacemos habitualmente, al conductor que con su forma de manejar parsimoniosa se empecina en permanecer en un medio hostil y lleno de peligros.

viernes, 12 de diciembre de 2014

LA VOCACIÓN DE FRANCISCO DE BORJA.

Cuenta el padre Dionisio Vázquez, y siguiéndole a él la mayoría de biógrafos, en su Historia de la vida del padre Francisco de Borja  ( 1510-1572 ) cómo éste, siendo aún relevante miembro de la corte del emperador Carlos V, cumplió con el doloroso encargo que este último le encomendara de acompañar los restos mortales de la fallecida emperatriz Isabel desde Toledo hasta su entierro en la catedral de Granada y cómo Francisco de Borja, para cumplimentar  el trámite legal de certificar que el cuerpo que se entregaba era efectivamente el de la difunta emperatriz, se vio precisado a  abrir el féretro. Cuando Francisco de Borja constató el grado de descomposición que mostraba un rostro del que todo el mundo había admirado su belleza tomó la resuelta decisión de nunca más servir a señores que se le pudieran morir. La amarga reflexión que el entonces Marqués de Llombay formulara ante el triste espectáculo de la corrupción de la carne se fue transformando por efecto de la transmisión oral hasta alcanzar expresiones más patéticas, siendo la fórmula más consagrada aquella de nunca más servir a señores que en gusanos se convierten.

Emperatriz Isabel de Portugal, por Tiziano.



Fuera cual fuese la expresión que el marqués empleara en aquel momento, el hecho cierto es que se trata de un ejemplo clásico de reflexión acerca de la fugacidad de los bienes terrenales vertido claramente en un lenguaje señorial, propio de quien pertenecía a un importante linaje aristocrático, el de los Borja, el mismo que en Italia fue conocido como el de los Borgia.
Francisco de Borja, Marqués de Llombay, Duque de Gandía, virrey de Cataluña, había estado desde su mocedad al servicio del emperador y más en concreto al servicio de la emperatriz Isabel. Participó en todas las misiones que le encomendó el césar, tanto en la Corte como en la milicia. En brazos de Francisco de Borja  muere el poeta y caballero Garcilaso de la Vega de resultas de una herida sufrida en Francia, en las inacabables guerras entre Carlos V y Francisco I.


Garcilaso de la Vega.



El cambio de vida al que se vio abocado Francisco  de Borja estaba decidido, aunque su puesta en práctica tuviera que demorarse durante un tiempo. No era libre de alterar su situación personal y dedicarse al servicio de la Iglesia dada su condición de casado con una dama portuguesa, Leonor de Castro, con la que había tenido ocho hijos. A partir de cierto momento ambos cónyuges llegaron al acuerdo de no hacer vida marital y guardar la más estricta castidad. Sólo la muerte de su mujer le permitió llevar hasta el último extremo su compromiso de dedicar a Dios el resto de los días que le quedaran de vida.



Francisco de Borja cedió sus estados patrimoniales de Gandía a su hijo primogénito Carlos y se consagró a la Iglesia, ingresando en la Compañía de Jesús, recientemente fundada por otro hombre de armas, Ignacio de Loyola.
La decisión tomada por quien acabaría siendo Prepósito General de la Compañía de Jesús, y que en el siglo XVII subiría a los altares como San Francisco de Borja se inscribe en una tradición que, si no seguida de manera habitual. tampoco era rara en los ambientes cortesanos de la época. El propio señor temporal  a quien sirvió, el emperador Carlos V, cedió sus estados patrimoniales así como la corona del Sacro Imperio en los años finales de su vida y departió en su retiro de Yuste con Francisco de Borja cuando ya este era un miembro destacado de la Compañía de Jesús y el viejo emperador se había reducido a su condición de particular,  si bien conservando su enorme influencia.
La contraposición entre la fugacidad de los bienes materiales y lo imperecedero de los espirituales se inscribe en una larga tradición cristiana sostenida en su trabazón teórica por la tradición filosófica del platonismo.
También constituye un lugar clásico el hecho de la conversión personal o la decisión de imprimir un giro radical a la propia vida. Las personalidades que se comportan de tal manera tienen en Saulo y su conversión en un nuevo hombre, Pablo, un caso paradigmático.
Agustín de Hipona, en sus Confesiones describe de manera muy personal y rozando los límites del lenguaje la zozobra interior previa a la conversión definitiva. También San Agustín se afanó en la distinción entre dos ciudades.
Lo más significativo en la decisión de Francisco de Borja de cambiar de señor al que servir es lo que denota como síntoma más que lo que explícitamente contiene de compromiso. Toda la meditación interior está comprimida en una fórmula que se inscribe de lleno en el ámbito de la mentalidad aristocrática de quien así se pronuncia, mentalidad que, nunca cuestionada, acompañó a Francisco de Borja en su segunda navegación como hombre de iglesia.

Cardenal Mendoza.


La unión en un mismo hombre de las cualidades de la milicia y el servicio a la Iglesia en sus más altas jerarquías es un hecho frecuente en los siglos XV y XVI. En España tenemos un caso paradigmático en la figura del arzobispo de Toledo Carrillo, muy presente en las disputas dinásticas que surgieron en torno a la sucesión en el trono de Castilla de Enrique IV. También el cardenal Mendoza está adscrito al mismo linaje de prelados aristocráticos.
Un hombre nuevo, el cardenal Ximénez de Cisneros, no desdeñó las empresas bélicas, partiendo en su caso de un rigorismo no proveniente de la mentalidad militar y aristocrática sino de una estricta observancia de la religiosidad franciscana.

Cardenal Cisneros.


En el marco europeo es digna de ser reseñada la personalidad del papa Julio II, de la familia Della Rovere, en primer plano tanto en el altar, en el mecenazgo de las artes así como al frente de las tropas. Los papas León X y Clemente VII, ambos de la familia Medici aunaron su misión pontificia con sus particulares intereses, bastante profanos, por otra parte.
El caso de Francisco de Borja se asemeja en algunos aspectos pero difiere de manera notable en otros respecto de estos ejemplos.
Tiene hijos, como el cardenal Mendoza, pero nunca se ufanaría, como este último, de presentarlos en sociedad como pecados de juventud. Los hijos son consecuencia natural de su anterior compromiso.
En Francisco de Borja se da la vocación militar y la religiosa, pero ambas separadas por un acto consciente de renuncia a su anterior estatus. Cuando decide entrar en el sacerdocio, lo hace en la nueva orden de la Compañía de Jesús, renunciando a otras con más tradición, como los franciscanos.
En Francisco de Borja se dan dos estilos de vida, pero separados, nunca coincidentes. En su caso no hay lugar para el escándalo de la incoherencia, paradigmático de muchos prelados del Renacimiento. El asombro viene dado por la renuncia a los llamados bienes temporales de un hombre de su posición. En Francisco de Borja no hay hipocresía o cinismo, más bien asistimos a un itinerario personal, conscientemente asumido. Carrillo o Mendoza, con su contraste entre su ministerio y su modo de vida nos resultan atractivos como paradigmas de una época. Su atracción es la de quienes nos muestran una forma de actuación escandalosa pero usual. Francisco de Borja no se nos muestra con la luminosidad de un paradigma sino con la severidad de un ejemplo. En su manera de vivir hay más coherencia pero  tal coherencia se impone más con la fuerza de lo admirable que con el destello de lo escandaloso.

Ignacio de Loyola.



Lo destacable del itinerario de Francisco de Borja reside en que tanto en su primera vida como hombre de corte como en su segunda como destacado miembro de la Compañía de Jesús mantiene un mismo tipo de mentalidad, la del vasallo que sirve a su señor, en un caso con sus armas y en otro con sus oraciones; en un caso como soldado del emperador y en otro como soldado de Cristo; en un caso como servicio a lo terrenal, en otro como servicio a lo divino.
En Francisco de Borja se da un giro vital pero en lo más hondo de su ser no se da un cambio de mentalidad. Su actitud fue siempre la de alguien que creía firmemente en los ideales cortesanos, si bien estos ideales fueron servidos desde dos órdenes distintos. Borja transitó del mundo de los que luchan hacia el mundo de los que rezan, pero nunca discutió el marco social dentro del cual transcurrió su trayectoria. Describió con su vida un itinerario personal con una cesura de trascendencia entre un modo de vida y otro, pero no removió con su actitud ninguno de los cimientos de una sociedad cuyas estructuras nunca discutió.
El plástico lenguaje con el que se expresa la diferencia entre señores que se mueren y Señor que nunca muere y la coherente decisión de servir a este último dota a su determinación de un carácter de cálculo, que no por estar vertido hacia lo divino pierde su carácter de tal. Borja sirve a un señor que no muere y que, por otra parte, tiene una capacidad de recompensar inconmensurable con la de cualquier señor temporal. El servicio a ese nuevo señor puede ser recompensado con bienes eternos. El deservicio, que es como se denominaba en la época al hecho de no haber servido bien o haber incurrido en desgracia ante el señor, puede ser a su vez castigado de una manera que el más potente de los reyes terrenales no tendría nunca a su alcance.

Franciso de Borja.



La diferencia entre el vasallo y el señor es la diferencia entre la criatura y el creador, una diferencia infinita y una incapacidad constitutiva de merecer los bienes que del nuevo señor se obtengan de no mediar la gracia. Penitencia y oración son los solos medios que quedan al alcance del vasallo para tratar de obtener el premio de la salvación. El ejercicio y la acción no garantizan nada ante la omnipotencia divina. Calvino no está tan lejos como parece. Pelagio y Agustín apelan al mérito y a la gracia. Los protestantes se inspiran más en Agustín. Los católicos oficialmente también, pues Agustín es uno de sus padres y Pelagio es un heterodoxo, pero, religión romana al fin, no deja de estar presente un fondo de cálculo y mérito que si no puede forzar a Dios en su decisión, nos puede consolar al hacernos creer que seriamos dignos de merecer su gracia.
Francisco de Borja fue el soldado de un nuevo ejército, el de la Compañía de Jesús, puntal de una nueva batalla librada esta vez no entre reyes o nobles en pos de ventajas terrenales sino contra otro ejército, el del protestantismo. El nuevo objetivo será el de la conquista de las mentes y el nuevo campo de batalla será el de la educación. La virtud moral por excelencia será la de la prudencia, pero en un sentido moderno, el del cálculo, la cautela y la astucia.
En Francisco de Borja, como en Ignacio de Loyola, está todavía grabado el sello del Renacimiento con la indudable fuerza de su grandeza. En sus sucesores ese cálculo, cautela y astucia se acabaron imponiendo hasta llegar a las adaptaciones interesadas de la casuística, en un laberinto de casos, excepciones, distinciones y particularidades tan barrocas como la nueva era que se estaba alumbrando.


El impacto visual que supuso para Francisco de Borja la contemplación del desfigurado rostro de la emperatriz es el prolegómeno de la imaginería de la estatuaria religiosa del siglo XVII. En su mente lo eterno no trascendió nunca los límites de una materialidad imperecedera.

martes, 2 de diciembre de 2014

SABÉRSELO.

Cuando examinamos, muchas veces nos preocupamos más por averiguar si el alumno "se lo sabe" que por comprobar si sabe.
Parece que es lo mismo pero hay una diferencia, parecida a la que se da entre el propio cuerpo y un vestido.
El que sabe algo "se lo sabe" pero no todos los que "se lo saben" saben.
Muchos han llegado a jueces, abogados del Estado y fiscales por su capacidad de "saberse" los temas, pero no por su sabiduría. De entre ellos ha salido más de un ministro.
El verdadero saber viene cuando la acción positiva del olvido transforma la lección bien aprendida en conocimiento genuino, nunca tan preciso como el tema aprendido pero siempre más auténtico por más vital.
Saberse los temas puede que no esté mal, pero sólo es un primer peldaño.
Lecciones, temas y epígrafes son simples escaleras para subir a un piso.
Quien sólo "se sabe" los temas es como quien conoce muy bien la etiqueta de muchos vinos pero es incapaz de saborearlos.
Quien sabe puede rendir un buen examen, pero puede que alguien haga buenos exámenes y no sepa, aunque, ¿ quién sabe?.
No sé.


jueves, 27 de noviembre de 2014

EL FUTURO DEL PEQUEÑO NICOLÁS.

Un joven de 20 años con cara de pánfilo ha conseguido crear desconcierto y nerviosismo en instituciones importantes del Estado.
Ha logrado, con sus dotes de persuasión estafar a algún empresario, se ha hecho con el teléfono del rey Juan Carlos y ha pretendido hacer creer que su concurso era necesario para resolver “lo de Cataluña”.



El joven tiene cara de pánfilo pero ha sido necesario el concurso de muchos pánfilos no tan jóvenes para que haya cosechado tal cantidad de hazañas.
A más de uno la vergüenza que sin duda debe de sentir le hará guardar silencio y como consecuencia, se alimentará la especulación y se agigantará la figura de quien no es más que un globo inconsistente.
Ya que ha dimitido la ministra de sanidad, no sería mala idea encomendarle a nuestro joven estratega el cargo vacante para, de ese modo, garantizar el nivel de eficacia con que dicho cargo ha sido desempeñado hasta ahora. La calidad de la gestión sería similar pero a su vez la capacidad oratoria y comunicativa mejoraría de manera palpable.
Continuidad en la gestión, mejora en la comunicación y relevo generacional, tres objetivos importantes que con un tal nombramiento se obtendrían.
A la ya conocida sagacidad del Presidente no le podrá pasar desapercibida esta oportunidad que se le presenta de otorgar un nombramiento a la altura del nivel en el que estamos. Si a ello añadimos su conocido gusto por afrontar las dificultades y tomar decisiones, se puede dar ya por hecho el paso.
¡Ánimo, Presidente!


martes, 18 de noviembre de 2014

USTED.

Ha desaparecido en España el trato de “usted”. Difícil es encontrarse con alguien que lo emplee. He visto más de una vez cómo personas más jóvenes, como puedan ser dependientes de una tienda, se dirigen a personas que ya tienen nietos o biznietos ( también es correcto “bisnieto”) con un contundente y expeditivo: “¿qué más quieres?”.
¿Me molesta? De acuerdo con los tiempos tendría que decir que no, pero mentiría. Siempre me ha molestado que en ciertos ámbitos no se respete la distinción entre el “tú” y el “usted”.
Se suele dar como argumento que el tuteo resulta más “familiar” pero tal forma de razonar da por supuesto que una persona desea ser tratada como si fuera parte de la familia de quien así habla, cosa que parece estar lejos de la realidad en un gran número de casos.
Cuando en la oficina bancaria le hablan a uno de “tú”, pretendiendo expresar confianza, a mí más bien me transmite recelo e incluso temor. Si el banco se presenta como parte de mi familia, yo veo más bien en el mismo a otro tipo de familia, más próxima a la “familia” napolitana o siciliana.
El uso indiscriminado del “tuteo” expresa la dificultad que en España tenemos a la hora de distinguir entre el ámbito más personal y familiar y el ámbito social.
Se suele decir que “usted” indica distancia, pero, ¿ qué de malo tiene la distancia?
Antiguamente cuando alguien se permitía apear el “usted” a una persona de él no conocida, esta última solía decir: “Oiga, ¿cuándo he comido yo con usted?” Hoy tal respuesta apenas sería entendida.
Con todo, lo más lamentable de perder un uso es que se pierde un matiz, siendo el resultado una mayor pobreza. Si el castellano nos brinda la posibilidad de matizar el grado de confianza de una relación, no hay motivo para que tal matiz se anule con nuestra manera de usar el lenguaje.
Si con todos tenemos confianza es tanto como no tenerla con nadie.
Los borbones españoles siempre tuvieron la costumbre de tutear a todo el mundo, pero no son un buen ejemplo. Parece que en Inglaterra es normativo el llamado “inglés de la reina”. Aquí, con Juan Carlos, el español del rey no llevaría a nadie a conseguir el Nobel. Felipe VI parece que no tutea tanto a todo el mundo. No está mal.
El uso generalizado del “tuteo” no deja de ser un caso particular de algo más grave: la generalización del registro coloquial.
No se habla igual en la barra del bar que si uno tiene a su cargo dar una conferencia. Si cuando vas a tomar un café tu compañero te da una conferencia, lo acabarás viendo como un pedante ( he conocido a alguno ). Si el que da la conferencia lo hace como si estuviera hablando en la barra de un bar, nos parecerá que no mantiene su parlamento al adecuado nivel.
Eso sería no saber cuándo hay que emplear el registro coloquial y cuándo el registro más formal. Si toda habla es coloquial, el resultado es la falta de distinción y, en última instancia la confusión.
Por mucho que le hables al profesor de “tú” te va a suspender si lo considera adecuado. Por mucho que le hables de “tú” al agente de la autoridad, te va a poner la multa, si llega el caso. Si te van a suspender o multar, por lo menos que no piensen que los quieres.


miércoles, 12 de noviembre de 2014

LA GUILLOTINA DINÁMICA.

Sabido es por la mayor parte de gentes ilustradas cómo el espíritu geométrico y racional del siglo XVIII derivó en una orgía de ejecuciones sangrientas durante el periodo de la Revolución Francesa. Ya el genial Francisco de Goya intuyó que los sueños de la razón producen monstruos.



El procedimiento para ejecutar a quienes la Revolución juzgaba en cada momento como sus enemigos no dejaba de ser un fruto de ese mismo espíritu geométrico que tiñó al Siglo de las Luces. El sorprendente artefacto que Monsieur Guillotin, aunque no inventado por él, puso a disposición de los ardorosos defensores del nuevo orden se basaba en escuetos y exactos procedimientos físico-matemáticos. La guillotina no era más que una afilada cuchilla que desde una altura razonable caía sobre el cuello del ocasional enemigo del pueblo siguiendo las estrictas leyes de la uniforme aceleración de un cuerpo en caída libre ayudada tal caída por la verticalidad de los rieles que guiaban  al inexorable y delgado cuerpo desde su altura hasta su destino final, cuando al impactar contra el cuello del condenado seccionaba la cabeza del mismo y, consecuencia de ello, terminaba con la vida del contrarrevolucionario.

Robespierre


Amén de confirmar la potencialidad mortífera de la aceleración, también el rápido deslizamiento de la cuchilla daba lugar a reflexiones acerca de la transformación de la energía potencial en energía cinética.
En el mismo orden de cosas daba pábulo la guillotina a consideraciones agudas en torno a la diferencia entre divisibilidad física y cualitativa, pues con el ejercicio de la decapitación se podía constatar cómo un cuerpo es una realidad extensa y por ende divisible, pero una persona no lo es. Un cuerpo dividido en dos daba como resultado dos cuerpos, eso sí, inertes, pero no daba como resultado dos personas sino la aniquilación de una persona.
Robespierre, dedicado con generoso afán en la búsqueda de enemigos a los que aplicar el suplicio de la guillotina tuvo oportunidad de terminar sus días con una experiencia propia de la eficacia del procedimiento que con tanto celo había contribuido a difundir. El virtuoso y oscuro abogado de Arras subió al patíbulo y se le aplicó la medicina que tantos sufrieron antes de él. El efecto, inexorable como siempre: su cuerpo se dividió en cabeza y tronco y su persona se aniquiló.
La guillotina era un instrumento que respondía a la ciencia de la época, determinista y mecanicista. La guillotina de la revolución era por tanto una guillotina mecánica.

Autorretrato de Goya.


Tras las elegantes y recortadas pelucas de la segunda mitad del siglo XVIII se ocultaba la furia , en apariencia purificadora pero a la postre aniquiladora. Tras decenios de adoración a la diosa razón Europa acabó desfilando al compás de Napoleón Bonaparte. Goya y Beethoven supieron captar con su arte el tránsito del jardín francés a la tormenta desatada e imprevisible. El fruto de todo ello lo llamamos Romanticismo.

Beethoven.



Hoy día, si de nuevo se desatara en algún lugar el furor revolucionario, la guillotina debería ajustarse a los nuevos avances, en especial a las posibilidades que la electrónica ofrece. La nueva guillotina habría de ser pues una guillotina dinámica, que sustituyera a la vieja guillotina mecánica.
Piénsese en los cierres electrónicos de puertas que algunos establecimientos poseen o en las modernas persianas que, gracias a la misma electrónica, pueden ser subidas o bajadas apretando un botón, tal como hacemos con los cristales de las ventanillas de los automóviles ( elevalunas eléctrico lo llaman, como si sólo se elevaran las lunas y nunca se bajaran).
Si aplicáramos a la guillotina los mismos procedimientos que nos permiten elevar o bajar las lunas o subir o bajar las persianas, por procedimientos eléctricos, el resultado sería un deslizamiento más suave y armonioso de la cuchilla aniquiladora, que caería sobre el cuello del condenado no con la brusquedad de la aceleración sino con la suavidad de un movimiento uniforme pero constante. A su vez, el control que el verdugo tendría del artefacto le permitiría un margen de discrecionalidad, de tal manera que pudiera, conforme la cuchilla se aproximara al cuello del reo, detener su marcha, elevar la cuchilla de nuevo, hacer que volviera a descender, de tal manera que se plasmara en la mente del condenado el principio de incertidumbre más acorde con la actual visión del universo en vez de la vieja aunque inexorable certidumbre del paradigma mecanicista.

La posición que en la guillotina mecánica adoptaba el condenado, mirando hacia el suelo, le impedía ver la llegada hacia sí de la cuchilla. En el nuevo modelo, se podría poner ante la vista del justiciable un espejo que le permitiera a este ver las sucesivas, aleatorias e imprevistas aproximaciones y alejamientos de la cuchilla. Las cajas y tambores que solían acompañar a los condenados dieciochescos podrían ser sustituidas por música grabada, adecuada al momento, por ejemplo, Una noche en el monte pelado de Músorgski, si bien, cabe contemplar la posibilidad de permitir aquí que se cumpla la última voluntad de la persona que va a ser ejecutada, y que en su lugar pueda optar por En un mercado persa o por Guantanamera, según sus gustos y estética.

sábado, 8 de noviembre de 2014

EL FILÓSOFO COMO EXTRATERRESTRE.

Nada resulta más desesperante e irritante como asistir a las escasas ocasiones en las que los medios de comunicación entrevistan a un profesional de la filosofía. Lo más habitual es que el entrevistador trate al personaje en cuestión como a alguien que se dedica a un quehacer extraño, estrambótico, raro, casi imposible. Una entrevista a un torero finlandés no se presentaría enmarcada en un encuadre más exótico.

INMANUEL KANT.



La primera pregunta que nuestro filósofo va a escuchar se puede anticipar sin error: ¿ para qué sirve un filósofo? El mayor respeto que cualquier otra actividad suscita se muestra ya de entrada en la manera de preguntar, pues lo más frecuente es interesarse acerca de a qué se dedica alguien, en vez de preguntarle directamente que para qué sirve.
La manera de preguntar obliga ya desde el inicio al entrevistado a situarse en una posición defensiva pues en vez de hablar de su ocupación se ve obligado a justificar y defender su mera existencia. En vez de decir qué hace tiene que dar razones de por qué no es inútil.
En sentido contrario, cuando a otros profesionales se les pregunta por sus actividades, se les da ya de entrada una presunción de utilidad. En otras profesiones basta con decir qué se hace para presuponer que lo que se hace sirve para algo.
Sin duda el filósofo servirá para algo o más bien para nada, pero ello dependerá de su capacidad y no del mero hecho de dedicarse a un campo determinado del conocimiento.
En todo caso, la perversa manera de preguntar del entrevistador no va a permitir con facilidad una respuesta inteligente pues nadie es buen juez de sí mismo y la utilidad, igual que la bondad, la belleza o la inteligencia, no se pueden deducir de lo que uno dice sino de lo que uno muestra.
En mi modesta condición de profesor de filosofía, que no de filósofo, lo que suelo decir cuando alguien me pregunta que para qué sirve la filosofía es preguntarle a su vez: ¿ para qué sirves tú? No lo hago por enfado o impertinencia sino como incitación a la reflexión.
Realmente no servimos para nada, pero no por inutilidad sino porque todo lo que sirve para otra cosa es siempre algo instrumental, secundario, que está al servicio de la cosa para la cual sirve. Los fines últimos no sirven para nada, no por inútiles, sino por últimos. Lo diré en términos de Kant: somos personas, no cosas.
¿Sirve la vida para algo? No. Por eso es tan importante y todas las demás cosas deben servirle a ella. Quien es señor no sirve.

Por cierto, una pregunta. ¿ Para qué sirve un senador?.

domingo, 2 de noviembre de 2014

NOVIEMBRE Y LA NAVIDAD.

Llega el mes de noviembre y con él los preparativos para la Navidad.
Cada año se anticipa más la preparación de tal evento y ya es posible encontrar en más de un establecimiento la oferta de productos navideños tales como árboles de Noel, nacimientos y los respectivos adornos de bolas de todo tamaño y figuras de pesebre.
El mes de noviembre, tradicionalmente unido a connotaciones fúnebres ha visto transmutarse su carácter y ha quedado como un mes de preparación para la Navidad.



El inicio del mes, en la noche del día uno no hace recordar ya a nadie la noche de difuntos. En su lugar, una ridícula manifestación de colonialismo cultural ha sustituido el recuerdo de los nuestros, de quienes nos dejaron por una mascarada de calaveras, muertos vivientes y el innegable placer que sin duda proporciona el lanzamiento de huevos contra los autobuses a unos adolescentes satisfechos del mérito de su certera hazaña.
País mayoritariamente cristiano y católico, casi nadie conoce en España los tiempos litúrgicos y por tanto, casi nadie repara en que falta aún más de un mes largo para que dé inicio la Navidad. Ni siquiera ha comenzado aún el Adviento aunque, ¿ quién sabe aquí lo que es el Adviento?.
Se inician dos meses de incitación al consumo con mensajes dirigidos hacia una población privada, tras años de empobrecimiento, de la posibilidad de consumir.
La sociedad actual, construida sobre la inconsciencia de un presente feliz, ha abolido, ha expulsado de sí todo aquello que no se ajusta a su inmutable falsedad. La sustitución del carácter meditativo que el mes de noviembre tenía por el de un mes de iniciación a la Navidad, con su oferta de felicidad de chispeantes burbujas no es más que la última manifestación del olvido de la única certeza, la muerte, y su sustitución por la única falsedad absolutamente cierta: la de una vida perenne y eternamente feliz.
No soy yo de aquellos que participan del casi obligado desagrado que las fiestas de Navidad causan en mucha gente. Es difícil dar con alguien que manifieste que le gusta la Navidad. A mí sí me gusta. Me ha gustado siempre, al igual que el frío y la nieve, las pocas veces que se presenta por estas latitudes. Lo que me desagrada es el imperio que la incitación al consumo ejerce durante los dos meses anteriores.
Lo que más me gustaba de la Navidad era su carácter intimista, que se solía reflejar en la celebración de la Nochebuena y en el día de Navidad.
Lo que menos me atraía era la Nochevieja, con su obligación de permanecer despierto y en pie hasta la mañana, aunque el cansancio y a veces el aburrimiento demandaran al cuerpo otra cosa.
Ahora el mes de noviembre es una preparación para una Navidad que, a su vez, se va convirtiendo poco a poco, sin apenas darnos cuenta, en un apéndice de las fiestas de fin de año, que tienen que ver más con un carnaval equivocado de calendario que con una celebración navideña.
La Navidad, tal como la hemos plasmado en nuestras sociedades, es un reflejo exacto de la manera de vivir el tiempo en este mundo mercantilizado: tiempo consumido, no vivido. Son fiestas de vísperas, que apuntan al siguiente día: víspera de Navidad, víspera de Año Nuevo, víspera de Reyes. El tiempo vivido es el que valora el instante. El tiempo consumido es el que agota su sentido en la espera del siguiente acontecimiento. La Navidad refleja un tiempo consuntivo cuyo último logro ha sido convertir al mes de noviembre, todo él, en una simple víspera.
Vivir el tiempo de este modo consuntivo es tanto como ofrecernos a todos como víctimas en holocausto a un dios, el del consumo, que sólo se satisface con un tiempo que se quema y no se vive.
Si, además, cada vez es más difícil consumir en este extraño capitalismo de la austeridad, que pide gastar pero no da los medios para hacerlo, se nos pide un sacrificio de difícil cumplimiento en la era del capitalismo sin consumidores que nos ha tocado vivir.
¡Sed austeros pero comprad! Extraño mensaje de esta fase delirante de la economía europea.



miércoles, 29 de octubre de 2014

PEDIR PERDÓN.

Cuando alguien es pillado con las manos en la masa y pide perdón manifestando que está arrepentido, ¿ de qué pide perdón y de qué se arrepiente?
¿La petición de perdón y la manifestación de arrepentimiento lo es acerca de lo que ha hecho o es más bien un lamento por no haber tenido la habilidad de realizar sus fechorías sin que fuera descubierto?
Cuando alguien dice “lo siento”, ¿qué es lo que siente, lo que hizo o más bien siente haber sido descubierto?
Me temo que, en más ocasiones de las convenientes, el lenguaje del arrepentimiento oculta tras un barniz de tribulación ética un fastidio de tipo “ técnico”, el reconocimiento de que no se ha sido lo suficientemente hábil.
Más de uno no se lamenta de su maldad sino de su torpeza.


viernes, 24 de octubre de 2014

RAJOY.

Estoy dándole vueltas a la idea de que quizá Rajoy sea un genio de la política. Franco echaba a sus ministros mediante el motorista que les comunicaba su cese. Stalin hacía que sus colaboradores desaparecieran de las fotos y de paso de la existencia. De hecho, el tío José fue el inventor del fotoshop.
Don Mariano no mueve un dedo, no se inmuta, como Don Tancredo. Nada dice, nada propone, pero va dejando en la cuneta a todo aquel que pudiera tener peso y hacerle sombra. Han desaparecido personas influyentes como Francisco Álvarez Cascos, Jaime Mayor Oreja, Ruiz Gallardón y ahora Rodrigo Rato. A Aznar lo ha reducido a oráculo y guardián de las esencias, siempre enfadado, figura prestigiosa a la que nadie hace caso en el fondo.
Artur Mas puede ser la siguiente víctima.
La táctica es siempre la misma: esperar a que sus rivales se cuezan en su propia salsa. Nunca va a por el partido sino que se agazapa atrás a esperar el error, que se acaba produciendo.
No es un hombre muy culto. Tampoco creo que sea un portento de inteligencia, pero es astuto, ha hecho del no decir nada un arte.
¡ Cuidado con los hombres aparentemente poco importantes!

Puede estar años. 

miércoles, 1 de octubre de 2014

EL HIJO DEL CONSTANTINO.



No sé muy bien quién era y a qué se dedicaba “el Constantino”. Sólo sé que era un señor al que mi padre tenía que visitar por motivos de trabajo de vez en cuando.
Lo que sí ha quedado grabado en mi memoria es el peculiar sentido del juego que tenía el hijo de este señor. Según contaba mi padre, el niño en cuestión tenía como diversión  y pasatiempo la costumbre de lanzar una piedra al aire para acto seguido intentar rematarla de cabeza. Cuando al fin triunfaba y lograba conectar un certero testarazo su gesto no era el de gozo y satisfacción de los grandes cabeceadores, ya sea al modo de Zarra y la furia española o al más moderno y ágil de Santillana sino el natural de llanto intenso debido al daño autoinfligido.
Si ya la peculiar hazaña del hijo del Constantino resulta notable y digna de atención, lo más llamativo era que, en su caso, tras la recuperación del daño físico volvía a insistir en la misma táctica de juego, lanzando la piedra al aire una segunda e incluso una tercera vez.
Constantino, el padre, se lamentaba ante el pertinaz comportamiento de su hijo y con desesperación pero a su vez con indudable lucidez exclamaba : “¡este hijo mío es tonto!”.
El padre, en su turbación era incapaz de apreciar la evolución que el ser humano experimentaba en su hijo, pues de ser un animal que tropezaba dos veces en la misma piedra había pasado a ser un animal que remataba dos, tres o las veces que fueran necesarias un pedrusco, sin que le bastara la primera experiencia.
Me temo que en algunos de nuestros comportamientos y actitudes no estamos muy lejos del hijo del Constantino.

( 1934-2014. Clave para iniciados ).

domingo, 28 de septiembre de 2014

COMIENZO DE CURSO.

Las autoridades educativas y, por supuesto, las políticas, se ufanan en mostrar que el curso escolar comienza a mitad de septiembre. ¡Miserable mentira! Estamos ya  casi a final de mes y siguen sin mandarnos a todos los profesores.
Los centros se mantienen con la buena voluntad de los que no somos interinos mientras estos últimos, dependientes de un contrato, no son enviados a los centros en algunos casos hasta octubre, ahorrándose de este modo un sueldo y tratándolos como temporeros a los que dan un jornal por recoger la aceituna.
Hay crisis, hay que ahorrar, y qué mejor que ahorrar en profesores. Dice el vergonzoso ministro de Educación ( vergonzoso no por tímido sino por poca vergüenza ) que sobran en España veinte mil profesores. Puede que alguno sobre, quizá yo ( uno nunca es buen juez de sí mismo ) pero lo que sí está claro es que sobra él y otros veinte mil políticos de su estilo.
No, el curso no ha comenzado, pero quedaría muy feo de cara a los padres ( votantes al fin y al cabo ) empezar en octubre.
Los centros concertados, sostenidos con fondos públicos, no tienen este problema. Los padres verán lo más aparente ( que el privado concertado ha comenzado con regularidad ) pero no verán que se nos trata no como lo que debiéramos ser, el ejemplo de la escuela, sino como una escoba o un almacén de jóvenes ( ahora a eso lo llaman libertad de enseñanza ).
Algo de culpa tenemos por no ser un verdadero cuerpo, por ser incapaces de plantarnos y por tener unos sindicatos que no son más que una burocracia de profesores que han huido de la tiza y que intentarán molestar lo menos posible, no sea que tengan que volver a la tiza.
No hemos sabido luchar.



jueves, 11 de septiembre de 2014

ARTUR MAS Y CHAPLIN.

Todo el mundo tiene en su cabeza la escena en la que Chaplin hace a su personaje en Tiempos Modernos encabezar por error una manifestación obrera cuando recoge del suelo un trapo caído y es alcanzado por unos manifestantes ante los que aparentemente aparece como su líder.



Artur Mas, a semejanza del personaje de Chaplin, se ha colocado también a la cabeza de una manifestación que no es la suya, pero a diferencia de aquél, lo ha hecho voluntariamente. Los suyos, jugadores tradicionales de la ambigüedad, no lo acaban de reconocer. Los otros, que sí saben a lo que juegan, están encantados de que se coloque al frente, pues si la cosa se pone fea, será el primero en recibir los palos, y si la manifestación tiene éxito, lo echarán de su lado como  a un limón exprimido.
De un hombre así se podrán decir muchas cosas, pero no que sea un líder. Es un pelele vocacional. Sólo puede perder tanto si gana como si pierde: si gana, el éxito lo cosecharán los genuinos defensores de la causa. Si pierde, será el ejemplo del fracaso.
El personaje de Chaplin suscita ternura. El de nuestro hombre, desprecio.



lunes, 8 de septiembre de 2014

UNA PROPUESTA POLÍTICA PARA MADRID.






El año que viene toca celebrar elecciones municipales y en las grandes ciudades cunde ya el nerviosismo entre los posibles candidatos.
De 1989 a 2014 son ya 25 los años que hace desde que Madrid es regida por la gente seria, sensata y de orden. Que el resultado de tanta excelencia haya sido que Madrid sea uno de los municipios más endeudados no se debe sin duda a ninguna mala actuación sino a una clara conspiración de los elementos.
Ana Botella ha dejado un recuerdo. No será olvidada, no cabe duda. Hay que renovar con todo las caras y ofrecer una nueva imagen.



Yo propongo como candidata a la alcaldía de Madrid a la Duquesa de Alba.
Son distintos, diversos, los motivos que me llevan a pensar que en la Duquesa Cayetana tendríamos a una excelente alcaldesa:
ü     Pertenece a una de las familias aristocráticas más rancias ( a tenor de esto último no había quien se comiera las pastas que en su residencia del Palacio de Liria ofrecía a sus invitados, según atestigua Manuel Vicent ).
ü     Siempre ha sido aficionada a los saraos y festejos, lo cual la hace sintonizar con el carácter festivo de los madrileños.
ü     Ha hecho siempre lo que le da la gana, máxima aspiración de los vecinos de esta coronada villa.
ü     Conoce en profundidad la complejidad del transporte público de Madrid ( su casa está al ladito de la boca de metro de Ventura Rodríguez ).
ü     No tiene sentido del ridículo, con lo que se entendería perfectamente con otra aristócrata de tronío, Esperanza Aguirre.



Cierto es que la tenemos ya un poco delicadilla, pero ello no supondría ningún inconveniente, pues se podría, en caso de necesidad, recurrir a un buen teniente de alcalde que la ayudara en su pesada carga ( Manolo Santana, madrileño de pro, podría ocupar con toda dignidad dicho cargo).

¡ Cayetana, lánzate, da un paso al frente! 

sábado, 6 de septiembre de 2014

SOBRE SINCERIDAD Y COHERENCIA.

Mucha gente se ve tentada a alabar el comportamiento de ciertos personajes públicos señalando como mérito de los mismos que siempre dicen lo que piensan.
No se puede negar un valor cierto a quienes así se manifiestan: el de la sinceridad. Pero la sinceridad, al igual que la coherencia, es un valor secundario, instrumental. Se puede ser sincero y decir cosas absurdas e incluso reprobables. Se puede ser coherente con comportamientos nefastos ( ¿Alguien más coherente que un terrorista que cumple sus amenazas? ).
No hay, por tanto, que rechazar sin más a quien dice lo que piensa pero sí que hay que pedir que se piense lo que se dice. El rigor del pensamiento ha de merecer siempre una alabanza mayor que el simple aplauso que merece quien no oculta su manera de pensar.
Mi lucha de Hitler es uno de los libros más sinceros que se han escrito y la actuación posterior de su autor una de las más coherentes, pero ello no va a llevar a ninguna persona con un mínimo de juicio a alabar al creador de tal libro por ello.
Decir lo que se piensa es necesario pero lo es aún más pensar lo que se dice.
La extraña fascinación que en estos tiempos se tiene hacia quien dice lo primero que pasa por su cabeza es un síntoma de la época: el gesto nos parece superior al pensamiento. Quien tenga más habilidad para decir lo que le interesa, quien lo presente bajo un envoltorio de sinceridad y espontaneidad se verá realzado frente a quien se atenga más bien al contenido de lo que quiere decir.
Muchos personajes públicos tienen cierto aprecio porque se dice de ellos que van de frente. Más parece juicio de admiración hacia la bravura de un animal que de estimación de un correcto pensamiento.
No se trata de ir de frente, se trata de pensar con rectitud.

Salvo que confundamos, como entre nosotros es por desgracia frecuente, el pensar con el embestir.

martes, 19 de agosto de 2014

ESTADOS VIOLENTOS.

Un estado pacífico, respetuoso del orden internacional y en buenas relaciones con sus vecinos sólo se diferencia de un estado belicoso, irrespetuoso y gamberro en el mismo sentido en que el Teide se diferencia de Etna: ambos son volcanes pero de uno de ellos no se tienen noticias de erupciones desde hace años y el otro, por el contrario, entra en erupción con periodicidad casi matemática.
Detrás de todo estado está la violencia como su origen y última razón de existencia. Llamamos pacífico al estado que está ya admitido con normalidad en la comunidad internacional y que, por tanto, no ha de hacer exhibición de su fuerza. Llamamos violento a aquel estado que, en sus relaciones con otros, y en especial, con sus vecinos, no duda en hacer uso de todos los medios de defensa o ataque que a su disposición tiene para intentar que prevalezcan sus intereses.
La violencia extrema con la que Israel responde a sus enemigos es, dando por reconocida e injustificada la brutalidad de la misma, un espejo que nos devuelve como actual la imagen de la violencia olvidada, sedimentada, que está en la base como origen de la mayoría de estados importantes hoy reconocidos y el horror que esa violencia provoca en la mayoría de nosotros no es más que el reconocimiento del olvido de la violencia originaria.


jueves, 24 de julio de 2014

ES LO QUE HAY.

“Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de diversos modos, pero de lo que se trata es de transformarlo”.
                  
                                              Marx, undécima tesis sobre Feuerbach.

Dos y dos son cuatro y no hay más que hablar.
Esto es verdad para la mentalidad contable, que se limita a sumar lo que tiene ante sí. Es el modo de pensar de los que dicen: “es lo que hay”.
Las matemáticas no engañan: si hay dos más dos la suma dará cuatro. Si hay mil y mil la suma dará dos mil.
Que haya dos o mil no depende de las matemáticas, depende de lo que pongamos nosotros. Si lo que hay no lo hemos puesto nosotros sino que nos lo hemos encontrado, sí que depende de nosotros aceptarlo, rechazarlo o superarlo.
El secreto de toda mentalidad tradicional consiste en convertir lo histórico en natural, de tal manera que una situación resulte indiscutible y por tanto aparezca como única actitud razonable someterse a ella, del mismo modo que nos sometemos a la ley de la gravedad y no luchamos por abolirla.
Es lo que hay confunde la realidad con una manifestación temporal de la misma. Quien se limita a ello o es un conformista o un interesado en que lo que hay sea lo que debe haber. A su vez el conformista es producto de la persuasión del interesado. El cumplimiento de este proceso se logra cuando el conformista se ve a sí mismo como realista. Será alabado como persona juiciosa por los demás y se verá a sí mismo como persona dotada de sensatez y buen juicio.
Los sumandos de los que partimos son hechos, no leyes, y como hechos dependen de relaciones de fuerzas.
Dos y dos dará siempre cuatro pero no es forzoso que la suma haya de ser entre dos y dos.
Las llamadas ciencias humanas suelen fabricar un truco de prestidigitación por el cual el adjetivo queda dominado por el sustantivo, de tal manera que nos fijamos más en la ciencia que en lo humano, olvidando con ello lo que de libre y espontáneo tiene lo humano para convertirlo en algo simplemente derivado de lo científico.
Lo humano se venga más de una vez de este intento de convertir comportamientos libres en simples resultantes de un cálculo, en forma de predicciones erróneas. A su vez, la mentalidad falsamente matemática suele juzgar hechos ya pasados como inevitables. La predicción sobre lo ya sucedido suele ser exitosa. Puesto que lo ya pasado se vuelve rígido e inmutable en su carácter de ya acontecido, la predicción de lo no acontecido se ve tentada a preverlo con la misma rigidez, viéndolo como un pasado aún no efectuado.
La teodicea era una disciplina que dedicaba sus mayores afanes a la ardua tarea de compaginar la bondad divina con el innegable hecho de la existencia del mal en el mundo. Como actividad de justificación abocaba al conformismo. La teodicea sigue existiendo ahora mismo, aunque vestida con otros ropajes, por ejemplo, bajo forma de ciencia humana. La moderna teodicea está constituida por las varias justificaciones ideológicas que pretenden que categoricemos la situación vivida como la única posible.
Toda situación histórica es siempre una situación de hecho y de dominio bruto pero siempre se ha intentado presentar dicho dominio bajo un aspecto natural, extrayendo de esa pretendida naturaleza un mandato o deber, como en su día ocurriera con la teoría del derecho divino de los reyes. Lo que era simple dominio e imposición se presentaba como carga abnegada y servicio, casi como ministerio y sacerdocio querido por Dios para la ordenación de la sociedad. Cuando alguien se atrevía a decir que el rey estaba desnudo era perseguido, pero cuando más de uno se daba cuenta de ello, esa autoridad natural se disolvía como un azucarillo en agua.
La aguda observación que Hume formulara del paso subrepticio del es al debe es algo más que un simple error lógico, es una decisión interesada por parte de quienes ejercen el dominio y una aceptación equivocada por parte de quienes lo sufren, que confunden un hecho temporal con un derecho perenne.
El “estoicismo” sigue presente en la mayor parte de nuestros razonamientos, cada vez que aceptamos lo dado como algo intrínsecamente dotado de sentido y como derivación de ello lo inteligente como adaptación a lo dado.
El estoicismo, más allá de sus grandiosas y bellas manifestaciones históricas es la aceptación de que la misión del conocimiento es descubrir una realidad y unas leyes de dicha realidad que se ven como inmutables y plenas de sentido. No se acepta que el conocimiento pueda ser creativo sino sólo contemplativo. Se ve el conocimiento como reconocimiento y al fin como aceptación. Es un planteamiento cosmológico. En un cosmos todo ocupa su lugar de una manera natural y jerarquizada.
La atención que Marx presta a la diferencia entre el sistema de Demócrito y el de Epicuro muestra el interés hacia un planteamiento en el que el determinismo no sofoque a la incertidumbre. Es un primer paso, el de la admisión de lo no determinado, necesario para dar lugar a la admisión más positiva de una libertad real.
Esa posibilidad de indeterminación dentro de un sistema cosmológico quedó abolida en la visión clásica de la ciencia determinista, ante lo cual, la libertad tuvo que establecerse en el ámbito práctico, cerrado como lo tenía el ámbito teórico.
El primado de la Razón Práctica sobre la Especulativa de Kant abrió un terreno fructífero para relacionar la libertad con la acción.
Ahora pareciera que estuviéramos en la situación inversa: reducción de toda posible acción a un ámbito rígido de actuación única. La consecuencia de ello se ve en la actitud de no molestarse en discutir cualquier alternativa al orden vigente, sino en burlarse de la misma. Si lo realmente existente se entiende como lo que debe ser, quien no lo acepte no habrá de ser refutado, pues es expulsado del terreno de lo juicioso. Será tratado en el mejor de los casos como ingenuo y en el peor como demente.
La tolerancia sólo tiene lugar cuando existe una razón no muy segura de sí misma. El convencimiento absoluto en la verdad de algo lleva en sí un germen de intransigencia, pues se entiende que la tolerancia con el error no es compatible con el conocimiento.
Esto, que tiene su sentido en el terreno teórico, conduce a la tiranía en el práctico. Es el peligro inherente a lo que llamamos "ciencias humanas" cuando se olvidan del irreductible sujeto que está en el fondo de las mismas.
Las ciencias humanas corren el riesgo de situarse en el terreno de la primacía de la razón teórica.
El resultado lo podemos contemplar hoy día bajo la forma de pensamiento único.